La identidad y la representación: elementos para una reflexión crítica sobre la idea de región

La identidad y la representación: elementos para una reflexión crítica sobre la idea de región∗

La intención de someter los instrumentos más comúnmente utilizados por las ciencias sociales a una crítica epistemológica fundada sobre la historia social de su génesis y de sus utilizaciones encuentra en el concepto de región una justificación particular1.

En efecto, a quienes vean en este proyecto de tomar por objeto los instrumentos de construcción del objeto, de hacer de la historia social de las categorías del mundo social una suerte de desviación perversa de la intención científica, se les podría objetar que la certeza, en cuyo nombre privilegian el conocimiento de la “realidad” respecto del conocimiento de los instrumentos del conocer, nunca ha estado menos fundamentada como en el caso de una “realidad” que, siendo ante todo representación, depende también profundamente del conocimiento y del reconocimiento.

Las luchas por el poder de división

Primera constatación: la región es una apuesta de luchas entre sabios, obviamente geógrafos, que relacionados con el espacio, pretenden naturalmente el monopolio de la definición legítima, pero también historiadores, etnólogos y sobre todo, desde que existe una política de “regionalización” y de los movimientos “regionalistas”, economistas y sociólogos. Bastará un ejemplo tomado al azar de las lecturas: “hay que rendir homenaje a los geógrafos, al ser los primeros en interesarse por la economía regional. A veces incluso tienden a reivindicarla como un coto cerrado. A este propósito, Maurice Le Lannou escribe: “Quiero que dejemos al sociólogo y al economista el cuidado de descubrir las reglas generales – si las hay – en el comportamiento de las sociedades humanas y el mecanismo de las producciones y de los intercambios. Para nosotros, lo concreto y diversificado que es el abigarramiento de las economías regionales… Las encuestas regionales de los geógrafos se presentan a menudo como estudios extremadamente minuciosos, extremadamente documentados de un espacio determinado. En general, estos trabajos tienen el aspecto de monografías descriptivas de pequeñas regiones; su multiplicidad, la abundancia de detalles impiden comprender los grandes fenómenos que conducen al surgimiento o el decline de estas regiones consideradas. Demasiada importancia igualmente se ha dado a los fenómenos físicos, como si el Estado no interviniera, como si los movimientos de capitales o las decisiones de los grupos no tuvieran efecto. El geógrafo se adhiere quizás demasiado a lo que se ve, mientras que el economista debe adherirse a lo que no se ve. El geógrafo se limita con frecuencia al análisis del contenido del espacio; no mira suficientemente más allá de las fronteras políticas o administrativas de la región. De ahí la tendencia del geógrafo a tratar la economía de una región como una entidad, cuyas relaciones internas son preponderantes. Para el economista, por el contrario, la región sería tributaria de otros espacios, tanto en lo que concierne a sus aprovisionamientos como a sus salidas; la naturaleza de los flujos y su importancia cuantitativa, subrayando la interdependencia de las regiones, constituyen un elemento que ha de ser privilegiado. Si el geógrafo considera la localización de las actividades en una región como un fenómeno espontáneo y dirigido por el medio natural, el economista introduce en sus estudios un instrumento de análisis particular, el costo”2. Este texto, que merecería ser citado todavía más extensamente, muestra bien que la relación propiamente científica entre las dos ciencias se arraiga en la relación social entre las dos disciplinas y sus representantes3: en la lucha por anexar una región del espacio científico ya ocupado por la geografía (a la cual reconoce el mérito del primer ocupante), el economista designa inseparablemente los límites de las estrategias científicas del geógrafo (su tendencia al “internalismo” y su inclinación a aceptar el determinismo “geográfico”) y los fundamentos sociales de estas estrategias; y todo ello a través de las cualidades y los límites que asigna a la geografía y que son claramente reconocidos por el portavoz de esta disciplina dominada y llevada a contentarse “modestamente” con lo que se le acuerda, a cantonarse en la región que las disciplinas más “ambiciosas”, sociología y economía, le imparten; es decir lo pequeño, lo particular, lo concreto, lo real, lo visible, la minucia, el detalle, la monografía, la descripción (por oposición a lo grande, lo general, lo abstracto, la teoría, etc.). Así, por un efecto que caracteriza apropiadamente las relaciones de fuerzas simbólicas como relaciones de (des)conocimiento y de reconocimiento, los detentadores de la identidad dominada aceptan, la mayor parte del tiempo tácitamente, a veces explícitamente, los principios de identificación, de los que es producto su identidad.

Otro rasgo importante: esta lucha por la autoridad científica es menos autónoma de lo que no quieren creer, quienes se encuentran comprometidos con ella; y se verificaría sin esfuerzo que las grandes etapas de la concurrencia entre disciplinas a propósito de la noción de región corresponden, a través de diferentes mediaciones, de las que los contratos de investigación no son la concurrencia menos importante, a momentos de la política gubernamental en materia de “ordenamiento territorial” o de “regionalización” y a las fases de la acción “regionalista”4. Es así como la concurrencia entre los geógrafos, hasta entonces en situación de quasi-monopolio, y los economistas parece haberse desarrollado fuertemente a partir del momento, en que la “región” (en sentido administrativo del término, ¿pero hay otro?) ha comenzado a interesar a los economistas que, en Alemania con August Lösch y en los Estados Unidos con la regional science, después en Francia con la ola del “aménagement du territoire”, han “aplicado a la realidad regional su aptitud específica a la generalización”, como dice un geógrafo con la “modestia” estatutaria asignada a la profesión5. La irrupción de los sociólogos que a diferencia de los etnólogos, sospechosos de paseismo y de localismo, más interesados con lo transregional, o sea lo transnacional, y tanto más claramente cuanto más preocupados por su identidad, parece haber coincidido (hasta el punto de constituir un aspecto) con la aparición en 1968 y después de movimientos regionalistas de un nuevo tipo, que a favor de una política de contratos ofrecían al investigador, al precio de una redefinición laxista de la observación participante, el papel de compañero de ruta analizando el movimiento en el movimiento.

Estos pocos indicadores, que no pretenden constituir un análisis metódico de las relaciones entre las diferentes ciencias sociales, deberían bastar para recordar que el monopolio del recortamiento legítimo está también en el sujeto de la ciencia; es decir en el campo científico y en cada uno de quienes se encuentran comprometidos con él. Lo que de ninguna manera implica, todo lo contrario, que esto se halle claramente presente en la conciencia de los investigadores. Ya que la ciencia social, constreñida a clasificar para conocer, no tiene más oportunidad sino de resolver al menos de plantear correctamente el problema de las clasificaciones sociales y de conocer todo lo que en su objeto es producto de actos de clasificación, que a condición de introducir en su investigación de la verdad clasificaciones de conocimiento de la verdad de sus propios actos de clasificación. Lo cual significa que no puede hacer la economía, aquí menos que nunca, de un análisis de la relación entre la lógica de la ciencia y la lógica de la práctica6.

En efecto, la confusión de los debates en torno a la noción de región y más generalmente de “etnia” o de “etnicidad” (eufemismos científicos, que substituyen a la noción de “raza” y sin embargo siempre presente en la práctica) corresponde, de una parte, al hecho que el afán de someter a la crítica lógica los categoremas del sentido común, emblemas o estigmas, y de sustituir a los principios prácticos del juicio cotidiano los criterios lógicamente controlados y empíricamente fundados de la ciencia, lleva a olvidar que las clasificaciones prácticas están siempre subordinadas a funciones prácticas y orientadas hacia la producción de efectos sociales; y también que las representaciones prácticas más expuestas a la crítica científica (por ejemplo, los propósitos de los militantes regionalistas sobre la unidad de la lengua occitana) pueden contribuir a producir lo que aparentemente describen o designan, es decir la realidad objetiva a la cual la crítica objetivista les refiere para hacer aparecer sus ilusiones o sus incoherencias.

Pero más profundamente la investigación de los criterios “objetivos” de la identidad “regional” o “étnica” no debe hacer olvidar, que en la práctica social estos criterios (por ejemplo la lengua, el dialecto o el acento) son el objeto de representaciones mentales, es decir de actos de percepción y de apreciación, de conocimiento y de reconocimiento, donde los agentes envisten sus intereses y sus presupuestos, y de representaciones objetales, en cosas (emblemas, banderas, insignias, etc.) o actos, estrategias interesadas de manipulación simbólica, que pretenden determinar la representación (mental), que los otros pueden hacerse de estas propiedades y de sus portadores. Dicho de otra manera, los rasgos que reseñan los etnólogos o los sociólogos objetivistas, desde que son percibidos y apreciados como lo son en la práctica, funcionan como signos, emblemas o estigmas. Porque así es, y porque no hay sujeto social que lo pueda ignorar prácticamente, las propiedades (objetivamente) simbólicas, aun tratándose de las más negativas, pueden ser utilizadas estratégicamente en función de intereses materiales pero también simbólicos de su portador7.

No se puede comprender esta particular lucha de las clasificaciones, que es la lucha por la definición de la identidad “regional” o “étnica” más que a condición de superar la oposición, que la ciencia debe inicialmente operar, para romper con las prenociones de la sociología espontánea, entre la representación y la realidad, y a condición de incluir en lo real la representación de lo real, o más exactamente la lucha de las representaciones, en sentido de imágenes mentales, pero también de manifestaciones sociales destinadas a manipular las imágenes mentales (e incluso en sentido de delegaciones encargadas de organizar las representaciones como manifestaciones apropiadas para modificar las representaciones mentales).

Las luchas a propósito de la identidad étnica o regional, es decir a propósito de propiedades (estígmatas o emblemas) ligadas al origen a través del lugar de origen y las marcas permanentes que le son correlativas, como el acento, son un caso particular de las luchas de las clasificaciones, luchas por el monopolio del poder de hacer ver y de hacer creer, de hacer conocer y de hacer reconocer, de imponer la definición legítima de las divisiones del mundo social y, por ello, de hacer y de deshacer los grupos: estas luchas tienen en efecto por apuesta el poder de imponer una visión del mundo social a través de los principios de división que, cuando se imponen al conjunto de un grupo, hacen el sentido y el consenso sobre el sentido, y en particular sobre la identidad y la unidad del grupo. La etimología de la palabra región (regio) tal como la describe Emile Benveniste conduce al principio de la división, acto mágico, es decir propiamente sociale, de diacrisis, que introduce por decreto una discontinuidad decisoria en la continuidad natural (entre las regiones del espacio pero también entre las edades, los sexos, etc.). Regere fines, el acto que consiste en “trazar en líneas rectas las fronteras”, a separar “el interior y el exterior, el reino de lo sagrado y el reino de lo profano, el territorio nacional y el territorio extranjero”, es un acto religioso realizado por el personaje investido de la más alta autoridad, el rex, encargado de regere sacra, de fijar las reglas que producen la existencia de lo que edictan, de hablar con autoridad, de pre-decir en el sentido de llamar al ser, por un decir ejecutorio, lo que se dice, hacer llegar el porvenir de lo que se enuncia8. La regio y sus fronteras (fines) no son más que el trazo muerto del acto de autoridad, consistente en circunscribir el país, el territorio (que se dice también fines), imponer la definición (otro sentido de finis) legítima, conocida y reconocida, de las fronteras y del territorio; en definitiva el principio de división legítima del mundo social. Este acto de derecha, consistente en afirmar con autoridad una verdad, que tiene fuerza de ley, es un acto de conocimiento que, siendo fundado, como todo poder simbólico, sobre el reconocimiento, produce la existencia de lo que enuncia (la auctoritas, como la llama todavía Benveniste, es la capacidad de producir impartida al auctor)9. Incluso cuando no hace más que decir con autoridad lo que es, incluso cuando se limita a enunciar el ser, el auctor produce un cambio en el ser: por el hecho de decir las cosas con autoridad, es decir ante todos y en nombre de todos, pública y oficialmente, las arranca de lo arbitrario, y las sanciona, las santifica, las consagra y las hace existir como dignas de existencia, conforme a la naturaleza de las cosas, “naturales”.

Nadie querría sostener hoy, que hay criterios capaces de fundar clasificaciones “naturales” en regiones “naturales” separadas por fronteras “naturales”. La frontera nunca es más que el producto de una división, de la que se dirá que está más o menos fundada en la “realidad”, en la medida que los elementos que reúne tienen entre ellos parecidos más o menos numerosos y más o menos fuertes (suponiendo que siempre se podrá discutir sobre los límites de variación entre los elementos no idénticos que la taxonomía trata como parecidos). Todo el mundo está de acuerdo en observar, que las “regiones” recortadas en función de diferentes criterios concebibles (lengua, habitat, maneras culturales, etc.) nunca coinciden perfectamente. Pero no es todo: la “realidad” en este caso es social en su totalidad y las más “naturales” de las clasificaciones se apoyan sobre rasgos, que no tienen nada de natural y que son en gran parte el producto de una imposición arbitraria, es decir de un estado anterior de la relación de fuerzas en el campo de las luchas por la delimitación legítima. La frontera, producto de un acto jurídico de delimitación, produce la diferencia cultural en la misma medida que es producto de ella: basta pensar en la acción del sistema escolar en materia de lengua para ver que la voluntad política puede deshacer lo que ha hecho la historia10.

Así, la ciencia que pretende proponer los criterios mejor fundados en la realidad, debe cuidarse de no olvidar, que no hace más que registrar un estado de las luchas por las clasificaciones; es decir un estado de la relación de fuerzas materiales o simbólicas entre quienes comparten uno u otro modo de clasificación, y que como la misma ciencia invocan frecuentemente la autoridad científica para fundar en realidad y en razón el recorte arbitrario que pretenden imponer.

El discurso regionalista es un discurso performativo, con la finalidad de imponer como legítima una nueva definición de fronteras y de hacer conocer y reconocer la región así delimitada contra la definición dominante y desconocida como tal; por consiguiente reconocida y legítima, que la ignora. El acto de categorización, cuando logra hacerse reconocer o se ejerce por una autoridad reconocida, ejerce poder por sí mismo: las categorías “étnicas” o “regionales” como las categorías de parentesco instituyen una realidad, usando el poder de revelación y de construcción ejercido por la objetivación en el discurso. El hecho de llamar “occitana” la lengua que hablan quienes son llamados “Occitanos”11, porque hablan esta lengua (que nadie habla propiamente hablando, puesto que no es más que la suma de un gran número de hablas diferentes), y de nombrar “Occitania”, pretendiendo así hacerla existir como “región” o como “nación” (con todas las implicaciones históricamente constituidas que estas nociones encierran en el momento considerado), la región (en sentido de espacio físico), donde esta lengua es hablada, no es una ficción sin efecto12. El acto de magia social, que consiste en tratar de producir la existencia de la cosa nombrada, puede lograrse si quien la cumple es capaz de hacer reconocer para su palabra el poder, que se arroga por una usurpación provisional o definitiva, la de imponer una nueva visión y una nueva división del mundo social: regere fines, regere sacra, consagrar una nueva frontera. La eficacia del discurso performantivo, que pretende hacer llegar a ser lo que enuncia en el acto mismo de enunciarlo, es proporcional a la autoridad de quien lo enuncia: la fórmula “yo os autorizo a partir” no es eo ipso una autorización que quien la enuncia está autorizado a autorizar, tiene autoridad para autorizar. Pero el efecto de conocimiento, que ejerce el hecho de la objetivación en el discurso, no depende solamente del conocimiento acordado a quien lo detenta; depende también del grado en que el discurso que anuncia al grupo su identidad está fundado en la objetividad del grupo al que se dirige; es decir, en el reconocimiento y la creencia que le acuerdan los miembros de este grupo, tanto como las propiedades económicas o culturales que tienen en común; puesto que es en función solamente de un principio determinado de pertinencia, que puede aparecer la relación entre estas propiedades. El poder sobre el grupo, que se trata de hacer existir en cuanto grupo, es inseparablemente un poder de hacer el grupo, imponiéndole principios de visión y de división comunes; en definitiva una visión única de su identidad y una visión idéntica de su unidad13.

El hecho que las luchas por la identidad, esta percepción que existe fundamentalmente por el reconocimiento de los otros, hayan apostado por la imposición de percepciones y de categorías de percepción explica el lugar determinante que, como la estrategia del manifiesto en los movimientos artísticos, la dialéctica de la manifestación esté presente en todos los movimientos regionalistas o nacionalistas14: el poder casi mágico de las palabras resulta de lo que la objetivación y la oficialización de hecho, que cumple el nombramiento político, frente a todos, tiene por efecto arrancar a lo impensado y a lo impensable la particularidad, que reside en el principio del particularismo (es el caso, cuando el “patois” innombrable se afirma como lengua susceptible de ser públicamente hablada); y la oficialización encuentra su culmen en la manifestación, acto típicamente mágico (lo que no quiere decir desprovisto de eficacia), por el cual el grupo práctico, virtual, ignorado, negado se vuelve visible, manifiesto, para los otros grupos y para sí mismo; atestiguando así su existencia en cuanto grupo conocido y reconocido, pretendiendo su institucionalización. El mundo social es también representación y voluntad, y existir socialmente consiste en ser percibido y percibido como distinto.

De hecho, no hay que elegir por un lado entre el arbitraje objetivista, que mide las representaciones (para todos el sentido del término) respecto de la “realidad”, olvidando que pueden convertir en realidad, por la eficacia propia de la evocación, lo que ellas representan, y por otro lado el compromiso subjetivista que privilegiando la representación ratifica sobre el terreno de la ciencia lo falso en escritura sociológica, por lo cual los militantes pasan de la representación de la realidad a la realidad de la representación. Se puede evitar la alternativa, tomándola por objeto, o más precisamente tomando en cuenta en la ciencia del objeto, los fundamentos objetivos de la alternativa del objetivismo y del subjetivismo, que divide la ciencia, impidiéndole aprender la lógica específica del mundo social: esta “realidad” que es el lugar de una lucha permanente por definir la “realidad”. Percibir a la vez lo que es instituido, sin olvidar que se trata solamente de la resultante en un momento dado del tiempo, de la lucha por hacer existir o “in-existir” lo que existe, y las representaciones, enunciados performativos que pretenden hacer llegar a ser lo que enuncian, restituir a la vez las estructuras objetivas y la relación a estas estructuras, comenzando por la pretensión de transformarlas, es dotarse del medio de dar razón más completamente de la “realidad”; por consiguiente de comprender y de prever más exactamente las potencialidades que encierra o, más precisamente, las oportunidades que ofrece objetivamente a las diferentes pretensiones subjetivas15.

Se comprende mejor la necesidad de explicitar completamente la relación entre las luchas por el principio de división entre las luchas por el campo científico y las que se sitúan en el campo social (y que por el hecho de su lógica específica, acuerdan un lugar preponderante a los intelectuales). Toda toma de posición pretendiendo la “objetividad” sobre la existencia actual y potencial, real o previsible, de una región, de una etnia o de una clase social, y por ello mismo sobre la pretensión a la institución que se afirma en las representaciones “partidarias”, constituye un brevet de realismo o un veredicto de utopismo, que contribuye a determinar las oportunidades objetivas, que esta entidad social tiene de acceder a la existencia16. El efecto simbólico que el discurso científico ejerce, consagrando un estado de las divisiones y de la visión de las divisiones, es tanto más inevitable cuanto que en las luchas simbólicas por el conocimiento y el reconocimiento, los criterios llamados “objetivos”, los mismos que conocen los sabios, son utilizados como armas: designan los rasgos sobre, los cuales puede fundarse la acción simbólica de movilización para producir la unidad real o la creencia en la unidad (tanto en el seno del grupo mismo como en los otros), que a término y en particular por intermedio de las acciones de imposición y de inculcación de la identidad legítima (tales como las que ejercen la escuela o el ejército), tiende a generar la unidad real. Brevemente, los veredictos más “neutros” de la ciencia contribuyen a modificar el objeto de la ciencia; desde que la cuestión regional o nacional es objetivamente planteada en la realidad social, aunque no sea más que por una minoría activa (que puede sacar beneficio de su debilidad, incluso jugando la estrategia propiamente simbólica de la provocación y del testimonio para arrancar respuestas simbólicas o no, implicando un reconocimiento), todo enunciado sobre la región funciona como un argumento, que contribuye, y tanto más ampliamente que es más ampliamente reconocido, a favorecer o desfavorecer el acceso de la región al reconocimiento y de ahí a la existencia.

Nada es menos inocente, que la cuestión que divide el mundo sabio, de saber si es preciso introducir en el sistema de los criterios pertinentes no sólo las propiedades llamadas “objetivas” (como la ascendencia, el territorio, la lengua, la religión, la actividad económica, etc.), es decir las representaciones que los agentes sociales se hacen de las divisiones de la realidad y que contribuyen a la realidad de las divisiones17. Cuando, como su formación y sus intereses específicos les inclinan a ello, los investigadores piensan instituirse en jueces de todos los juicios y en críticos de todos los criterios, impidiéndose entender la lógica propia de una lucha, donde la fuerza social de las representaciones no es necesariamente proporcional a su valor de verdad (medida al grado que expresa el estado de la relación de fuerzas materiales en el momento considerado): en efecto en cuanto pre-visiones estas mitologías “científicas” pueden producir su propia verificación, si llegan a imponerse a la creencia colectiva y a crear, por su virtud movilizadora, las condiciones de su propia realización. La región que se vuelve nación aparece retrospectivamente en su verdad; es decir, a la manera de la religión según Durkheim, como “una ilusión bien fundada”. Pero no actúan mejor cuando retoman por su cuenta la representación de los agentes en un discurso que, a falta de darse los medios de describir el juego en el que se produce esta representación y la creencia que la funda, no es más que una contribución entre otras a la producción de la creencia, de la que se tratará de describir los fundamentos y los efectos sociales18.

Brevemente, se trata, aquí como en otro lugar, de escapar a la alternativa del registro “demistificador” de los criterios objetivos y de la ratificación mistificada y mistificadora de las representaciones y de las voluntades para mantener junto lo que va junto en la realidad: las clasificaciones objetivas, es decir incorporadas u objetivadas, a veces bajo formas de institución (como las fronteras jurídicas) y la relación práctica, actuada o representada, con estas clasificaciones, y en particular las estrategias individuales y colectivas (como las reivindicaciones regionalistas), por las cuales los agentes apuntan a ponerlas al servicio de sus intereses, materiales o simbólicos, o a conservarlas y transformarlas; las relaciones de fuerzas objetivas, materiales y simbólicas, y los esquemas prácticos (es decir implícitos, confusos y más o menos contradictorios), gracias a los cuales los agentes clasifican a los otros agentes y aprecian su posición en estas relaciones objetivas al mismo tiempo que las estrategias simbólicas de presentación y de representación de sí, que ellos oponen a las clasificaciones y a las representaciones (de ellos mismos), que los otros les imponen.

En resumen, es a condición de exorcizar el sueño de la “ciencia regia” investida de derecho regulador de regere fines y de regere sacra, del poder nomotético de decretar la unión y la separación, que la ciencia puede darse por objeto el mismo juego, en el que se disputa el poder de regir las fronteras sagradas; es decir el poder cuasi divino sobre la visión del mundo, y donde no hay más opción, para quien pretender jugarlo (y no sufrirlo), que mistificar o demistificar19.

Dominación simbólica y luchas regionales

El regionalismo (o el nacionalismo) no es más que un caso particular de las luchas propiamente simbólicas, en las cuales los agentes están comprometidos sea individualmente y en estado disperso, sea colectivamente y en estado organizado, y que tienen por apuesta la conservación o la transformación de las relaciones de fuerzas simbólicas y de los beneficios correlativos, tanto económicos como simbólicos; o si se prefiere la conservación o la transformación de las leyes de formación de los precios materiales o simbólicos vinculados a las manifestaciones simbólicas (objetivas o intencionales) de la identidad social. En esta lucha por los criterios de evaluación legítimos, los agentes comprometen poderosos intereses, en ocasiones tanto más vitales cuanto que la apuesta no es otra que el valor de la persona en cuanto que se reduce socialmente a su identidad social20.

Cuando los dominados en las relaciones de fuerzas simbólicas entran en la lucha en condiciones de aislamiento, como es el caso en las interacciones de la vida cotidiana, no tienen más opción que la aceptación (resignada o provocante, sumisa o rebelde, etc.) de la definición dominante de su identidad o la búsqueda de la asimilación, que supone el trabajo tendiente a hacer desaparecer todos los signos apropiados para recordar el estigma (en el estilo de la vida, el vestido, la pronunciación, etc.) y a proponer, por medio de estrategias de disimulación o de bluff, la imagen de si mismo la menos alejada posible de la identidad legítima. A diferencia de estas estrategias, que encierran el reconocimiento de la identidad dominante, por consiguiente de los criterios de juicio propios para constituirla como legítima, la lucha colectiva para la subversión de las relaciones de fuerzas simbólicas, cuya finalidad no es borrar los rasgos estigmatizados sino subvertir la tabla de valores que los constituye como estigmas, imponer sino nuevos principios de división al menos una inversión de los signos atribuidos a las clases producidas según los antiguos principios, es un esfuerzo hacia la autonomía entendida como poder de definir conforme a sus propios intereses los principios de definición del mundo social (nomos, la parte legal, la atribución legal, la ley, se vincula a nemo, compartir según la ley). Esta lucha colectiva tiene por apuesta el poder apropiarse si no de todos los provechos simbólicos asociados a la posesión de una identidad legítima, es decir susceptible de ser públicamente y oficialmente afirmada y reconocida (identidad nacional), al menos los beneficios negativos implicados en el hecho de no estar más expuesto a ser evaluado o a evaluarse (probándose en la vergüenza o la timidez o trabajando para matar el hombre viejo por un esfuerzo incesante de corrección) en función de los criterios más desfavorables. La revolución simbólica contra la dominación simbólica y los efectos de intimidación que ejerce tienen por objetivo no, como se dice, la conquista o reconquista de una identidad, sino la reapropiación colectiva de este poder sobre los principios de construcción y de evaluación de su propia identidad, que el dominado abdica en provecho del dominante, mientras que acepta la opción de ser negado o de negarse (y de renegar de aquellos entre los suyos, que no quieren o no pueden renegarse) para hacerse reconocer21.

El estigma produce la rebelión contra el estigma, que comienza por la reivindicación pública del estigma, así constituido en emblema – según el paradigma, “black is beautiful” – y que se acaba en la institucionalización del grupo producido (más o menos totalmente) por los efectos económicos y sociales de la estigmatización. Es en efecto el estigma, que da a la rebelión regionalista o nacionalista no sólo sus determinaciones simbólicas sino también sus fundamentos económicos y sociales, objetivos de la acción de movilización. Quienes creen poder condenar el sionismo, condenando el racismo, olvidan que el sionismo es en su principio el producto histórico del racismo (y también que, como lo muestran por ejemplo las ficciones de la política tendientes a reconocer la “identidad cultural” de los emigrados sin acordarles la sanción jurídica de este reconocimiento, se está en derecho de preguntarse si una identidad cultural inicialmente fundada sobre el estigma puede ser realmente asegurada sin la garantía de un Estado independiente). Eso incluso si se puede lamentar que, por una suerte de revancha de la historia, quienes han sido las primeras víctimas de las ideologías reaccionarias de la tierra y de la sangre, hayan sido constreñidos a crear con todas las piezas, para realizar su identidad, la tierra y la lengua que sirven ordinariamente de justificación “objetiva” para la reivindicación de la identidad.

Por muy distante que parezca de este nacionalismo sin territorio, la reivindicación regionalista es también una respuesta a la estigmatización que produce el territorio, del que en apariencia ella es producto. Y de hecho, si la región no existía como espacio estigmatizado, como “provincia” definida por la distancia económica y social y no geográfica) del “centro”, es decir por la privación del capital (material y simbólico) que concentra la capital22, la región no podría reivindicar la existencia23: es porque existe como unidad negativamente definida por la dominación simbólica y económica, que algunos de los que participan en ella pueden ser conducidos a luchar (y con oportunidades objetivas de éxito y de provecho) para cambiar su definición, para invertir el sentido y el valor de los rasgos estigmatizados, y que la rebelión contra la dominación bajo todos sus aspectos, incluso económicos toma la forma de la reivindicación regionalista24.

La fe universal que inclina a rechazar el reconocimiento de los efectos particularistas y particularizantes de la reivindicación nacionalista, aun aceptando la reivindicación de la autonomía25, encuentra una justificación en el hecho de que, como lo muestran entre otros casos el destino del sionismo o los efectos paradójicos de la autonomización (inacabada) de los cantones jurásicos26, la auto-determinación no hace más que reproducir el estigma, pero bajo una forma invertida. Abolir el estigma realmente (y no mágicamente, es decir por una simple inversión simbólica de los signos de distinción, que puede llegar hasta una redefinición de los límites, al interior de los cuales la legitimidad de la identidad así definida se encuentra garantizada) supondría que se destruyen los fundamentos mismos del juego que, produciendo el estigma, engendra la búsqueda de una rehabilitación fundada sobre la auto-afirmación exclusiva, que concierne al principio mismo del estigma; que se haga desaparecer los mecanismos a través de los cuales se ejerce la dominación simbólica, y por ello mismo los fundamentos subjetivos y objetivos de la reivindicación de la diferencia que engendra.

Ahora bien, la paradoja es que, por una suerte de desafío lanzado a la combinación de racionalismo universalista y de economismo evolucionista, que hacía esperar efectos universalizantes de la unificación de la economía, la desaparición de las naciones y de los nacionalismos, estos mecanismos son muy evidentemente producto de un comienzo de universalización (históricamente encarnado por la tradición jacobina). De suerte que el separatismo aparece como el único medio realista de combatir o de anular los efectos de dominación que están inevitablemente implicados en la unificación del mercado de bienes culturales y simbólicos, desde que una categoría de productores están en condiciones de imponer sus propias normas de percepción y de apreciación. Esto se ve bien en el caso de la lengua, donde todos los efectos de dominación están ligados a la unificación del mercado que, lejos de abolir los particularismos, los ha constituido en estigmas negativos27. Así el verdadero soporte objetivo del regionalismo occitano reside no en los hablares locales que, ya bastante heterogéneos, han sido desnaturalizados y desarraigados por la confrontación con la lengua dominante, sino en el francés meridional, bastante diferente del francés legítimo en su sintaxis, su vocabulario y al menos su pronunciación para servir de base a una devaluación sistemática de todos sus usuarios, independientemente de su clase (aunque la propensión y la aptitud a la “corrección” crece en la medida que se eleva la jerarquía social), y a una forma suave y larvada de racismo (fundado sobre la oposición mítica del Norte y del Midi)28.

Brevemente, el mercado de los bienes simbólicos tiene sus leyes, que no son las de la comunicación universal entre sujetos universales: la tendencia a la división indefinida de naciones, que ha sorprendido a todos los observadores, se comprende si se nota que, en la lógica propiamente simbólica de la distinción, donde existir no es sólo ser diferente sino ser reconocido legítimamente diferente y donde, dicho de otra manera, la existencia real de la identidad supone la posibilidad real jurídica y políticamente garantizada, de afirmar oficialmente la diferencia, toda unificación que asimila la diferencia encierra el principio de la dominación de una identidad sobre otra, de la negación de una identidad por otra.

Se requiere por consiguiente romper con el economismo – marxista u otro -, que reduce el regionalismo y el nacionalismo a la pasión, a la patología, porque a falta de reconocer la contribución que la representación que se hacen los agentes del real aporte a la construcción de lo real, dicho economismo no puede comprender la contribución muy real que la transformación colectiva de la representación colectiva proporciona a la transformación de la realidad. Pero sin olvidar, con todo, que hay una economía de lo simbólico, irreductible a la economía (en sentido estricto) y que las luchas simbólicas tienen fundamentos y efectos económicos (en sentido estricto) totalmente reales. Así es, como muy bien muestra Eric Hobsbawm29, que la mundialización de la economía, de la que hubiera podido esperarse la desaparición de los nacionalismos, podría haber permitido a la lógica de la diferenciación simbólica dar libre curso a la creación de condiciones permisivas de un separatismo casi sin límites económicos: en efecto, el criterio de la talla del territorio, al que se refieren los teóricos (en particular marxistas) para determinar los “Estados viables”, es decir capaces de ofrecer un mercado suficientemente extenso y diversificado y, secundariamente capaces de protegerse contra las agresiones externas, pierde gran parte de su significación, desde que se generaliza la dependencia de los Estados (y de las naciones) respecto de la economía internacional y respecto de las empresas transnacionales (tanto más que el equilibrio de las fuerzas entre las grandes potencias militares tiende a asegurar una protección de hecho a los pequeños países). No sólo la nueva división internacional del trabajo no condena los pequeños Estados aislados, sino que se acomoda muy bien a estas unidades oficialmente autónomas e incapaces de imponer constreñimientos a los capitales extranjeros (tanto más que los poderes locales pueden encontrar beneficios evidentes para vender su dependencia a las grandes potencias económicas). Pero simultáneamente la redistribución de las inversiones en el espacio en función de la sola lógica de las tasas diferenciales de beneficio y la deslocalización del poder que resulta de ello tienden a animar la rebelión contra el Estado.

Una economía de las luchas regionalistas debería también determinar los principios, según los cuales las diferentes categorías de agentes activa o pasivamente comprometidos en las luchas regionalistas se distribuyen entre partidarios y adversarios del poder local. Si todos los observadores están de acuerdo en notar que los intelectuales juegan un papel determinante en el trabajo simbólico, que es necesario para contrabalancear las fuerzas tendientes a la unificación del mercado de bienes culturales y simbólicos y los efectos de desconocimiento que imponen a quienes poseen lenguas y culturas locales, estos observadores nunca se inclinan a situar la posición de estos intelectuales en el campo intelectual nacional, que podría ser el principio de su toma de posición sobre las relaciones entre lo nacional y lo regional: todo parece en efecto indicar que, tanto en el caso de los novelistas regionalistas estudiados por Rémi Ponton como en el caso de los inspiradores de los movimientos regionalistas, el compromiso del lado de lo regional, de lo local, de lo provincial, proporciona a quienes detentan un capital cultural y simbólico, cuyos límites son con frecuencia objetivamente imputables (y casi siempre subjetivamente imputados) a efectos de la estigmatización regional, un medio de obtener un rendimiento más elevado de este capital nacional, invirtiéndolo en un mercado más restringido, donde la concurrencia es más débil30. Por el contrario, según una lógica que se observa en el conjunto de la clase dominante y en particular entre los dirigentes de la industria, los agentes activamente comprometidos en la lucha tanto más vueltos hacia lo transregional o lo transnacional cuanto su capital económico y cultural está más ligado al poder central, nacional o internacional31.

Y así se volvería a encontrar el punto de partida, es decir las determinaciones que la posición, central o local, en el espacio del juego hace pesar sobre la visión del juego, y que sólo la construcción del juego en cuanto tal puede permitir neutralizar, al menos el tiempo de un análisis.


  • El texto es una traducción del artículo “L´identité et la représentation. Eléments pour une réflexion critique sur l´idée de région”, publicado en Actes de la Recherche en sciences sociales, n. 35, París 1980. Agradecemos a Jérome Bourdieu y al College de France el permitirnos su publicación.
  1. Este texto, como los precedentes, es la conclusión de un trabajo emprendido con la ayuda de la DGRTS, en el marco de un grupo integrado por economistas, etnólogos, historiadores y sociólogos. Sólo un ejemplo de estudios de caso orientados con la intención de captar la génesis del concepto de región y las representaciones asociadas, describir los roles y las apuestas, en los cuales y por los cuales ha sido producido: el campo literario en el caso del estereotipo elaborado por los novelistas regionales, el campo universitario en el caso de la unidad inseparablemente física y social recortada por los historiadores, los geógrafos o los politólogos, el campo social en su conjunto en el caso de la unidad política reivindicada por los movimientos regionalistas; todo ello podía dar una idea del universo de presupuestos, más o menos profundamente sumergidos, que se encuentran comprometidos en cada uno de los usos de este concepto. Por eso, a los estudios presentados aquí se añadirán ulteriormente el de Rémi Ponton sobre los novelistas regionalistas y sobre la evolución temática de las novelas regionales (en relación con las transformaciones del campo literario y del sistema escolar) y la de Jean Louis Fabiani sobre el mercado de bienes culturales regionales (en el caso de Córcega). Y también el artículo de Enrico Castelnuovo y Carlo Ginzburg a propósito de los efectos de la dominación simbólica sobre la producción pictórica en Italia después del Renacimiento.
  2. R. Gendarme, L´analyse économique régionale, Paris, Ed. Cujas, 1976, pp. 12-13 (y M. Le Lannou, La géographie humaine, Paris Flammarion, 1949, p.244).
  3. Se sabe que los geógrafos y la geografía se encuentran situados en la más baja jerarquía social (medida por índices como el origen social y regional de los profesores) de las disciplinas de las facultades de letras, mientras que la economía ocupa una posición elevada en las facultades de derecho globalmente situadas más altas que las facultades de letras en esta jerarquía.
  4. Se encontrarán elementos útiles para una historia social de la política oficial en materia de regionalización y de los debates que la han rodeado en el seno del personal político, al mismo tiempo que una evocación de las tesis regionalista, en P. Lagarde, La réginalisation, Paris, Seghers, 1977.
  5. E. Juillard, La région, essai de définition, Annales de géographie, sept-oct. 1962, pp.483-499. Será necesario analizar las diferentes estrategias, que el cuerpo de geógrafos ha opuesto a las tentativas de anexión de la economía, disciplina socialmente más poderosa y capaz por ejemplo de dar un fundamento empírico, sino una justificación teórica, a la región de los geógrafos, con el análisis estadístico de los efectos de contiguidad (cf. J.R. Boudeville, Aménagement du territoire et polarisation, Paris, Ed. M. Th. Génin, 1972, pp.25-27). Como es siempre el caso en las luchas simbólicas, los geógrafos parecen encontrarse divididos entre estrategias que, aunque opuestas en apariencia (como el rechazo irredentista por la politización y la acumulación sincrética de tradiciones propias y de tradiciones alógenas, du paisaje de los antiguos y de los espacios funcionales de los economistas), compartían aceptar la definición dominante en su forma directa o invertida.
  6. A propósito de las relaciones entre la noción de región de los geógrafos y la noción de región tal como funciona en la práctica y en particular en el discurso regionalista, se podrían renovar los análisis avanzados en otro lugar a propósito de la distancia entre el parentesco práctico y el parentesco teórico, registrados en la genealogía (o entre el esquema teórico de oposiciones míticas y los esquemas prácticos de la acción ritual), y a propósito de los efectos científicos de la ignorancia de esta distancia insuperable (cf. P. Bourdieu, Le sens pratique, Paris, Ed. de minuit, 1980, spéct. pp. 59-60).
  7. La dificultad de pensar adecuadamente la economía de lo simbólico se ve por ejemplo en el hecho que tal autor (O. Patterson, Context and Choice in Ethnic Allegiance: A Theoretical Framework and Caribbean Case Study, in Etnicity, Theory and Experience, ed. by N. Glazer et D. P. Moynihan, Harvard University Press, Cambridge Mass., 1975, pp. 305-349) que, escapando excepcionalmente al idealismo culturalista que regula estas materias, da lugar a la manipulación estratégica de los rasgos “étnicos”, reduce el interés que él sitúa en el principio de estas estrategias al interés estrictamente económico, ignorando así todo lo que en las luchas de clasificación obedece a la investigación de la maximización del provecho simbólico.
  8. E. Benveniste, Le vocabulaire des institutions indoeuropéennes, II, Pouvoir, droit, religión, Paris, Ed. de Minuit, 1969, pp.15-15 (y también a propósito de krinein como poder de predecir, p. 41).
  9. E. Benveniste, op.cit., pp. 150-151.
  10. La diferencia cultural es sin duda el producto de una dialéctica histórica de la diferenciación acumulativa. Como Paul Bois lo ha mostrado a propósito de los campesinos del Oeste, cuyas opciones políticas desafiaban la geografía electoral, lo que hace la región no es el espacio sino el tiempo, la historia (P. Bois, Paysans de l´Ouest. Des structures économiques et sociales aux options politiques depuis l´époque révolutionaire, Paris-La Haye, Mouton, 1960). Se podría hacer una demostración similar a propósito de las “regiones” berberófonas que, al cabo de una historia diferente, eran bastante “diferentes” de las “regiones” arabófonas, para suscitar tratamientos diferentes por parte del colonizador (en materia de escolarización, por ejemplo); por consiguiente apropiadas a reforzar las diferencias, que les habían servido de pretexto y reproducir otras nuevas (por ejemplo, ligadas a la migración hacia Francia), y así continuamente. Ni siquiera los “paisajes” o los “suelos”, preferidos de los geógrafos, dejan de ser herencias, es decir productos históricos de determinaciones sociales (cf. C. Reboul, Déterminants sociaux de la fertilité des sols, Actes de la recherche en sciences sociales, 17-18, nov. 1977, pp. 85-112. – En la misma lógica y más allá del uso ingenuamente “naturalista” de la noción de “paisaje”, será necesario analizar la contribución de los factores sociales a los procesos de “desertificación”).
  11. El adjetivo “occitan” y con mayor razón el substantivo “Occitania” son palabras sabias y recientes (forjadas por la latinización de la lengua d´oc, lingua occitana), destinados a designar realidades sabias que, por el momento al menos, no existen en el papel.
  12. De hecho, esta lengua es en sí misma un artefacto social, inventado a costa de una indiferencia de decisiva respecto de las diferencias, que reproduce al nivel de la “región” la imposición arbitraria de una norma única, contra la cual se levanta el regionalismo; y que no podría convertirse en el principio real de las prácticas lingüísticas más que a costa de una inculcación sistemática análoga a la que a impuesto el uso generalizado del francés.
  13. Como he tratado de mostrar en otro lugar (cf. P. Bourdieu con L. Boltanski, Le fétichisme de la langue, Actes de la recherche en sciences sociales, 4, 1975, pp. 2-33), los fundadores de la Escuela republicana se propusieron explícitamente el fin de inculcar, entre otras cosas por la imposición de la lengua “nacional”, el sistema común de categorías de percepción y de apreciación capaz de fundar una visión unitaria del mundo social.
  14. El vínculo generalmente atestiguado entre los movimientos regionalistas y los movimientos feministas (y también ecológicos) resulta del hecho que, dirigidos contra formas de dominación simbólica, suponen disposiciones éticas y competencias culturales (visibles en las estrategias empleadas), que rencuentran sobre todo en la intelligentsia y en la nueva pequeña burguesía (cf. P. Bourdieu, La distinction, Paris, Editions de Minuit, 1979, spéct. pp. 405-431).
  15. Aunque sin dejar de estar expuesto a parecer como censor o cómplice. Cuando está atrapado en las luchas por las clasificaciones, que se esfuerza por objetivar – y salvo a prohibir la divulgación, no se ve como impedir este uso -, el discurso científico se vuelve a poner en funcionamiento como en la realidad de las luchas por las clasificaciones; es decir como un discurso de consagración diciendo, por un decir autorizado que autoriza, que lo que es debe ser: está por ello abocado a aparecer como crítico o cómplice según la relación cómplice o crítica, que el lector mantiene con la realidad descrita. Así es como el simple hecho de mostrar puede funcionar como una manera de mostrar con el dedo, de poner en el índice, de acusar (kategoresthai) o a la inversa, como una manera de hacer ver y de hacer valer. Esto vale también para la clasificación en clases sociales como para la clasificación en “regiones” o en “etnias”. Desde que acepta hacer públicos los resultados de sus investigaciones, el sociólogo se expone a verse asignado (en proporción al reconocimiento que se le acuerda) el papel de censor romano, responsable del census (“justa estimación pública” del valor y del rango asignado a las personas – G. Dumézil, Servius et la Fortune, Paris, Gallimard, 1943, p. 188 – y más tarde recensión de las fortunas), o lo que es lo mismo, a pesar de las apariencias, el del censor (jdanovien) que reduce las personas clasificadas a la verdad objetiva que les asigna la clasificación. (Esta lectura es a la vez probable, porque no basta objetivar la lucha por las clasificaciones para suspenderla, y anticipadamente desmentida. En efecto, la objetivación de esta lucha, y en particular la forma específica que toma en el seno del campo científico, atestigua que se puede arrancar a la lucha por el monopolio de la definición del principio de clasificación legítima al menos bastante para comprenderla para controlar los efectos asociados a los intereses invertidos en esta lucha).
  16. ¿Cómo comprender sino tantas afirmaciones compulsivas de la pretensión a la auctoritas mágica del censor dumeziliano, inscrita en la ambición del sociólogo, las recitaciones rituales de los textos canónicos sobre las clases sociales (ritualmente confrontadas al census estadístico) o en un grado de ambición superior y en un estilo menos clásico, las profecías anunciadoras de “nuevas clases” y de “nuevas luchas” (o el decline ineluctable de las “viejas clases” y de las “viejas” luchas), dos géneros que ocupan un gran lugar en la producción llamada sociológica?
  17. Las razones de la repugnancia espontánea de los “sabios” hacia los criterios “subjetivos” merecerían un largo análisis; hay el realismo ingenuo, que conduce a ignorar todo lo que no puede ser mostrado o ser tocado con el dedo; hay el economizo, que conduce a no reconocer otras determinaciones de la acción social que aquellas que están visiblemente inscritas en las condiciones materiales de la existencia; hay los intereses vinculados a las apariencias de la “neutralidad” axiológica”, que en más de un caso hacen toda la diferencia entre el “sabio” y el militante y que prohiben la introducción en el discurso “sabio” cuestiones y nociones contrarias a los buenos modales; hay en fin y sobre todo el punto de honor científico que lleva a los observadores – y sin duda tanto más fuertemente cuanto seguros de su ciencia y de su estatuto – a multiplicar los signos de la ruptura con las representaciones del sentido común y que los condena a un objetivismo reductor, perfectamente incapaz de introducir la realidad de las representaciones comunes en la representación científica de la realidad.
  18. Se puede admitir que, mientras no someten su práctica a la crítica sociológica, los sociólogos están determinados en su orientación hacia uno u otro polo, objetivista o subjetivista, del universo de las relaciones posibles al objeto, por factores sociales tales como su posición en la jerarquía social de su disciplina; es decir de su nivel de competencia estatutaria, que en un espacio geográfico socialmente jerarquizado, se traduce con frecuencia en una posición central o local, factor particularmente importante tratándose de región o de regionalismo; y también en la jerarquía técnica; estrategias “epistemológicas” tan opuestas como el dogmatismo de los guardianes de la ortodoxia teórica y el espontaneismo de los apóstoles de la participación al movimiento, pudiendo compartir el ofrecer una manera de escapar a las exigencias del trabajo científico sin renunciar a las pretensiones a la auctoritas, cuando no se quiere o no se puede satisfacer estas exigencias, o solamente a las más aparentes, es decir a las más escolares de ellas (como la frecuentación de los textos canónicos). Pero pueden también balancearse, al azar de la relación directamente probada al objeto, entre el objetivismo y el subjetivismo, la denigración y el elogio, la complicidad mistificada y mistificadora y la demistificación reductora; porque aceptan la problemática objetiva, es decir la estructura misma del campo de lucha, en el cual la región y el regionalismo están en juego, en lugar de objetivarlo; porque entran en el debate sobre los criterios, permitiendo decir el sentido del movimiento regionalista o de predecir su porvenir, sin interrogarse sobre la lógica de una lucha que conduce precisamente a la determinación del sentido del movimiento (ya sea regional o nacional, progresivo o regresivo, de derecha o de izquierda, etc.), y sobre los criterios capaces de determinar este sentido – como la referencia al movimiento obrero: “¿Se puede hablar en este sentido de liberación nacional en el caso de los movimientos regionalistas? Para los que yo he estudiado la respuesta es negativa. De un lado el contenido de la reivindicación de ‘nación’, cuando está explícitamente formulado, reposa con mayor frecuencia sobre el mantenimiento o el restablecimiento de relaciones sociales precapitalistas. De otro lado, esto puede hacerse bajo la consigna de autogestión, que tomada en este contexto niega la realidad de la estructura actual del proceso de producción y de intercambio (…). Que el proyecto de estos movimientos consista en dotarse de una base popular, yo no lo olvido, pero el caso de Languedoc expuesto por Louis Quéré está ahí para mostrarnos que la retoma de las consignas regionalistas por parte de movimientos de productores se hace con un desfase sino en oposición en referencia a los intelectuales emisores de la ideología nacionalitaria. ¿Es desvalorizar los movimientos regionalistas tratándolos así? No, es solamente reconocer que su apuesta no está dada por lo que dicen los militantes, que su significación está en otro lugar, y que su impacto sobre la evolución del sistema social está lejos del contenido reivindicativo explícito de estos movimientos” (R. Dulong, Intervention in Deuxieme rencontre européenne sur les problemes régionaux, renéotypé, Paris, MSH, 1976). “El problema esencial es pues el de los criterios, que nos permitirán acreditar este tipo de movimiento de tal o cual significación social” (L. Quéré, op. cit., Pueden leerse también las páginas 67 y 68, donde el autor roza la objetivación de la alternativa de la participación y del objetivismo).
  19. La investigación marxista sobre la cuestión nacional o regional se ha encontrado bloqueada, y sin duda desde sus orígenes, por el efecto conjugado del utopismo internacionalista (sostenido por un evolucionismo ingenuo) y del economismo, sin hablar de los efectos de las preocupaciones estratégicas del momento, que con frecuencia han predeterminado los veredictos de una “ciencia” orientada hacia la práctica (y desprovista de una ciencia verdadera y de la ciencia y de las relaciones entre la práctica y la ciencia). Sin duda la eficacia del conjunto de estos factores se ve particularmente bien en la tesis, típicamente performativa, del primado, con frecuencia desmentido por los hechos, de las solidaridades “étnicas” o nacionales sobre las solidaridades de clase. Pero la incapacidad de historizar este problema (que con el mismo título que el primado de las relaciones espaciales o de las relaciones sociales y genealógicas, está puesto y zanjado en la historia) y la pretensión teoricista, sin cesar afirmada, de designar las “nacionales viables” o de producir los criterios científicamente válidos de la identidad nacional (cf. G. Haupt, M. Lowy, C. Weill, Les marxistes et la question nationale, Paris, Maspero, 1974), parecen depender directamente del grado, en que la intención regidora de regir y de dirigir orienta la ciencia regia de las fronteras y de los límites: no es casual que Stalin sea el autor de la “definición” más dogmática y más esencialista de la nación.
  20. Se sabe que los individuos y los grupos invierten en las luchas por la clasificación todo su ser social, todo lo que define la idea que se hacen de sí mismos, todo lo impensado por lo cual se constituyen como “Nosotros” por oposición a “ellos, a los “otros”, y a lo cual se aferran por una adhesión casi corporal. Lo que explica la fuerza movilizadora excepcional de todo lo que toca a la identidad.
  21. Esta alternativa se impone también a los miembros de las clases dominadas, en la medida que la dominación económica se redobla casi inevitablemente con una dominación simbólica.
  22. El espacio propiamente político de las relaciones de dominación se define por la relación que se establece entre la distribución de los poderes y de los bienes en el espacio geográfico y la distribución de los agentes en este espacio, siendo la distancia geográfica de los bienes y de los poderes un buen índice del poder.
  23. El argumento movilizador de “vivir en el país” debe su fuerza real – incluso entre los “burgueses” – al hecho que, más allá de los desarraigos afectivos, el exilio impuesto por la búsqueda de trabajo está acompañado de la experiencia de la devaluación simbólica, de la descalificación ligada al hecho de ser llevado en la práctica a ofrecer directamente en el mercado lingüístico dominante producciones no conformes (de ahí, la función impartida a los sub-mercados protegidos, que se reconstituyen en el corazón del mercado dominante, desde el frontón de Paris para Courreges a la Amistad de los Basco-beerneses para los empleados de cheques postales).
  24. Se puede comprender en esta lógica, por qué la oposición entre el Norte y el Midi se encuentra en la actitud respecto de la región y del regionalismo: las regiones donde la reivindicación económica y la lucha contra la dominación toma la forma regionalista son aquellas, donde los efectos de la dominación económica están más claramente duplicados por los efectos de la dominación simbólica (pronunciación estigmatizada, etc.).
  25. E. Hobsbawm, Some Reflections on ‘The Break-up of Britain’, New Left Review, 105, sept. – oct., 1977, pp. 3-24.
  26. A. Charpilloz, Le Jura irlandisé, Vevey, Bertil Galland, 1976.
  27. P. Bourdieu, con L. Boltanski, loc. cit..
  28. Se puede pensar que, además de los efectos de la transmisión directa de las ventajas sociales, que están ligadas al capital social, la pronunciación legítima juega un papel no descuidable en el privilegio del que se benefician, en el acceso a la clase dominante, las personas que han nacido en la región parisina o han hecho en ella sus estudios (privilegio creciente en la medida que se eleva en la jerarquía de las funciones, desde los obispos, los prefectos o los generales, hasta los Directores de ministerio, a los inspectores de finanzas o a los PDG (Presidente Director General: N.T.) de grandes sociedades, todos situados en el centro del poder central). Hipótesis confirmada por el hecho de que las tasas de Parisinos (nacidos en Paris o residentes en Paris en el momento de su entrada en 6° grado) entre los alumnos de las grandes escuelas crece según el mismo principio (es decir según la jerarquía siguiente: Escuela de P y T, Minas de Saint-Etienne y Saint Cloud, Fontenay, Ulm, Sevres, Agro, Mines de Nancy, Mines de Paris, Polytécnica y finalmente HEC, la ENA y Ciencias Políticas, que cuentan más del 50% de estudiantes residentes en Paris en el momento de entrar en 6°). Se ve que los beneficios asociados al acento legítimo, elemento del capital asociado al nacimiento en la capital, refuerzan los beneficios asociados a un origen social elevado. Así es como la oposición se encuentra más marcada entre las grandes escuelas, si se toma en cuenta a la vez el lugar de residencia de los padres en el momento de la entrada en 6° grado y el origen social: hay así de un lado las escuelas que reclutan una gran parte de sus alumnos en la burguesía parisina, es decir, Ciencias Políticas, HEC, la ENA y las Minas de Paris, y de otro lado las escuelas que reclutan sobre todo en la burguesía provincial, es decir Ulm, Sevres, Polytécnica y Agro. Todo parece indicar que el peso creciente en el universo de las vías de acceso a las posiciones dominantes de Ciencias Política, HEC o l´ENA, que bajo la apariencia de no considerar más que criterios de selección universales, acuerdan un particular reconocimiento a las propiedades más características de los hábitos legítimos, es decir parisino (como el acento y sin duda otros rasgos), ha contribuido a reforzar el handicap de la burguesía provincial.
  29. E.. Hobsbawm, loc. cit..
  30. Esta lógica se observa en el campo científico, donde la fisión de las disciplinas permite asegurar una dominación más total sobre un dominio restringido: es lo que describe por ejemplo Ernst Kantorowicz, quien muestra cómo los juristas de Bolonia se aseguraron en el siglo 12° el monopolio del derecho por una división de los poderes (en relación con el Rey) y una diferenciación funcional de las atribuciones de las diferentes instituciones encargadas de administrar el derecho (cfr. E. Kantorowicz, Kinship under the Impact of Scientific Jurisprudence, in Twelfth-Century Europa and the Foundations of Modern Society, M. Clagett, G. Post and R. Reynolds eds., Madison, University of Wisconsin Press, 1961, pp. 89-111).
  31. En cuanto a quienes en esta lucha están abocados al rol pasivo de apuestas, todo permite suponer que además de los factores ordinarios de la propensión a aceptar la transformación o la conservación (es decir esencialmente la posición en la estructura social y la trayectoria, ascendente o descendente, que conduce a esta posición), es el balance de los beneficios actuales y de los beneficios descontados, es decir de los beneficios procurados por lo nacional (salarios, retiros, etc.) y los beneficios prometidos por lo regional, que determina las opciones. Suspendiendo la eficacia asimiladora de la institución escolar como vía privilegiada de ascenso (y de integración) social, el desclasamiento (cf. P. Bourdieu, Classement, déclassement, reclassement, Actes de la recherche en sciences sociales, 24, nov. 1978, pp. 2-22) favorece disposiciones anti-institucionales, dirigidas contra la Escuela, el Estado y la familia, y conduce la nueva pequeña burguesía a rehusar el papel de correa de transmisión que jugaba en la lucha por la concurrencia integradora, y a entrar en una contestación (ambigua) de lo central, acompañada de una reivindicación de la participación en los poderes locales.