Quito, el padre Almeida y la culpa

Richard Salazar Medina

Escuchamos con frecuencia hablar de los atributos de Quito, de los cuales desde luego nos enorgullecemos; allí destaca su característica conventual. En San Francisco de Quito existe la mayor densidad de conventos de toda América Latina y seguramente ello tiene mucho que ver no solo con las características del casco antiguo, sino con la personalidad de los quiteños. Huelga decir que existe un sincretismo con las culturas precolombinas, pero Quito, la franciscana ciudad, ha dejado una huella indeleble en la forma de ser de su gente.

Esa personalidad no es solamente pía y devota. Las crónicas relatan que Quito era una ciudad más bien irreductible a la moralidad; los propios españoles habían creado un ambiente de alta liberalidad sexual, empezando por los sacerdotes y soldados. Más adelante, en 1802 a su llegada a Quito la expedición científica Francisco José de Caldas decía que “el aire de Quito está viciado; aquí no se respiran sino placeres”.

Y Humboldt sentenciaba, “en ninguna ciudad he encontrado como en esta, un ánimo tan decidido y general de divertirse”. No es secreto que en las catacumbas de los conventos quiteños, hay túneles que conectaban aquellos de frailes con los de monjas, donde se han encontrado numerosas osamentas de fetos.

Tampoco es ajena la broma o los rumores de que fulano era hijo del cura. Esta manera de cultivar la farra, y los placeres, clérigos incluidos, quedó inmortalizada en la leyenda del padre Almeida, a quien el Cristo de la cruz por la que escapaba le preguntaba “hasta cuándo” y cada noche él replicaba, “hasta la vuelta, señor”. Vivía con la culpa hasta la siguiente noche.

Queda claro entonces que la culpa en estos lares proviene no solo de la lógica cristiana, que exige auto-culparse hasta por las omisiones, sino que es parte de una mezcla de valores y moralidades con las que convivimos hace mucho. Quizá sea tiempo de vivir un horizonte sin culpas moralistas. En estos años la única culpa que puede achacarse a los quiteños es haber elegido pésimos alcaldes.

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