Lo que robó el Covid-19

Pocos imaginaron lo que iba a ocurrir. A mediados de marzo empezaron las noticias alertando sobre la presencia del coronavirus en el país. Hasta entonces, era como esas enfermedades que solo ocurren en otros lados o algún virus en el África.

Pero, los hospitales se fueron llenando de personas con los síntomas que son de dominio público (tos, resequedad, falta de olfato y gusto, fiebres y otros). Pronto ocurrió el colapso de Guayaquil que, por dos meses, se convirtió en el centro mundial de las noticias sobre esta enfermedad.

Luego se añadieron otras ciudades y al final el turno fue de Quito que, además de soportar el mayor número de casos registrados, también tiene que aguantar una cuestionable alcaldía que, como en otros casos, ha hecho de la corrupción su rasgo.

Un virus llegado de China (aunque se quiera, desde ese régimen autocrático, acusar a países como el Ecuador, que ni exportar mucho puede). Virus extraño e inusitado que trajo confinamiento, restricciones, aislamiento social, quiebra de empresas, crisis económica y una sensación de desesperanza que se sumó a lo ocurrido en el octubre negro de 2019, cuando los indígenas, correístas y otros no encontraron mejor forma de protestar que destruyendo ciudades como Quito.

La sensación del encierro, de estar presos, restringidos, prohibidos y multados. Las personas que se salían de las normas que el poder político imponía la pasaban peor, porque los contagios crecieron aún más. El teletrabajo y la teleducación resultaron una experiencia necesaria sin buenos resultados. El tiempo perdido no se recuperará. Iban a ser algunas semanas. Van más de cuarenta de estar encerrados.

Mantenerse en casa para salvar la vida fue la consigna, pero a muchos no les sirve, porque la gente debe salir a ganar el pan vendiendo cualquier cosa en calles y veredas. Los negocios y empresas se afectaron, las ciudades perdieron su ímpetu. Desde el gobierno son recurrentes campañas para quedarse en casa, lavarse las manos y mantener distancia, pero no causan impacto. De nuevo, un toque de queda, ahora navideño.

Murieron personas cercanas y lejanas. La prensa debía informar y se la acusó de sensacionalista. Muchos vieron morir a amigos, parientes y allegados en videollamada. Hubo miedo y sensación de que después de esto no habrá nada. El virus sigue presente, aunque se diga que, con tantas vacunas creadas, se volvería a la normalidad. No será así, porque el Covid-19 robó vidas, tiempo y afectos, que son irrecuperables para las generaciones que lo están padeciendo.