Garantías inútiles

El Estado no existe, pero elegimos creer que sí porque nos permite organizarnos mejor como sociedad y ser más productivos. Es como si una familia decidiera, de forma descabellada, que en su armario habita un monstruo que exige que se mantenga la casa limpia, las finanzas en orden, que no se grite, pelee ni se empleen malas palabras, y que todos estudien un par de horas cada día.

Si quienes habitan bajo ese techo siguen los supuestos dictámenes del monstruo, en un par de años la calidad de vida y su grado de prosperidad habrán aumentado. Al ver los logros de semejante superstición, decidirían poner por escrito los deseos del monstruo y elevarlos a categoría de ley. Después le asignarían a uno de ellos la tarea de obligar al resto a cumplir la voluntad del habitante del armario e incluso la capacidad de castigarlos si violan sus designios.

Los problemas surgirían si es que sus miembros empiezan a tomarse demasiado en serio su invención y, por ejemplo, concluyen tras una asamblea que, dado el inmenso poder del monstruo sobre sus vidas, es su obligación alimentarlos. La familia decidiría entonces esperar con los brazos cruzados su justa ración. Es obvio que el monstruo no sería capaz de proveerles el pan porque el monstruo ni siquiera existe.

La familia, en un inicio, pasaría hambre; luego, se produciría una pequeña época de terror, cuando el miembro encargado de la represión perseguiría y castigaría a los otros bajo la acusación de obstaculizar la actividad proveedora del monstruo. Las cosas solo volverían a la normalidad una vez que todos recuperaran la cordura y aceptaran la inexistencia del ser del armario, por más que prefieran preservar sus recomendaciones para vivir mejor.

Es absurdo, demencial, esperar que el Estado ‘garantice’ la seguridad de los ciudadanos y reclamar cuando no puede hacerlo. Dicha garantía solo sirve para fabricar ciudadanos amargados con sensación de indefensión y de excusa para que un grupúsculo se apodere del gobierno y restrinja libertades en nombre de la seguridad. El monstruo no puede garantizar nada, pero puede instarnos a sacrificar sanamente a los culpables en su nombre.

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