En Guayaquil aman a Esmeraldas

EDGAR QUIÑONES SEVILLA

Un caballero guayaquileño, de nombre Pedro Jijón Ochoa, en una carta al Director de El Universo del 31 de octubre pasado, destaca las virtudes de Esmeraldas, resalta su verdor y fertilidad, la alegría de su río al que atribuye la personalidad de sus hombres y mujeres, su pacífico comportamiento y su enorme corazón. Destaca su exquisita gastronomía, que llama mezcla del mar y del campo, sin dejar de relevar el renovado sector de Las Palmas con su hermoso balneario. Qué prosa más hermosa, que resulta como nacida de la pluma de Luis de Góngora y Argote, el más brillante poeta del Siglo de Oro Español.

Un muchas gracias profundo es el que podemos expresarle al generoso ciudadano porteño Pedro Jijón Ochoa por manifestación de cariño tan singular hacia nuestra tierra querida, a la que siempre hemos venerado con pasión y luchado por su desarrollo. Las frases de admiración resultan un canto de amor a la Esmeraldas de la cultura Chibcha­Tolita, la más desarrollada de América precolombina, que fundió el platino y trabajó el oro con habilidad superior a los egipcios y belleza de orfebres únicos en el planeta Tierra.

También el lenguaje florido de Jijón Ochoa es una invitación para que los esmeraldeños cuiden y cincelen cada día a la patria chica que les vio nacer o les entregó cobijo desde su arribo a esta comarca, para que se identifiquen con los que nos precedieron en la historia, como el coronel Luis Vargas Torres, varón que dedicó todos los días de su corta existencia a servir a su pueblo; preparándose primero para obtener una sólida educación, identificada con los principios de la Revolución Francesa de 1789 y los postulados de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Luego, ejerciendo el comercio, como actividad de servicio a los desposeídos; más tarde poniendo su dinero para financiar la lucha armada del general Eloy Alfaro en la brega por los principios revolucionarios de la época, y, finalmente enfrentándose en los campos de batalla con los representantes de las fuerzas oscurantistas que ostentaban el poder y subyugaban a los menos favorecidos de la sociedad.

El valioso descendiente de José Joaquín de Olmedo y Vicente Rocafuerte, Pedro Jijón Ochoa, no quiso terminar su nota al Diario El Universo sin recordarnos que Luis Vargas Torres, ya condenado a muerte por el tirano que ejercía la Jefatura del Estado, escribió una carta antes de partir a la eternidad, que expresaba: “Quiera Dios que el calor de mi sangre que se derramará en el patíbulo, enardezca el corazón de los buenos ecuatorianos y salven a nuestro pueblo”.