Bolivia

Quien quiera hacer ver la caída de Evo Morales como el golpe de Pinochet contra Allende en Chile, falta a la verdad y la racionalidad. Mucho antes que los militares ya le habían pedido la renuncia al presidente la Federación Sindical de Trabajadores Mineros y diversas organizaciones sociales. La mecha de la crisis política y social que vive Bolivia la encendió el propio Evo y como consecuencia de ello, una conservadora retrógrada se encuentra gobernando.

Evo Morales, dirigente indígena cocalero, llegó a la presidencia luego de una larga crisis que concluyó con la destitución de Carlos Mesa. Este había sucedido en 2003 al presidente Sánchez de Lozada, tras su renuncia, motivada por el manejo de las reservas del gas. Las protestas nunca cesaron y las organizaciones sindicales, con Evo a la cabeza, pedían su renuncia. Fue el Parlamento quien dio el golpe de gracia en mayo de 2005. En ese mismo año Evo fue electo presidente.

Su investidura fue histórica. En una América Latina signada por la desigualdad y la exclusión a los indígenas, uno de ellos fue electo presidente con enorme apoyo popular. Ya posesionado, en una acertada medida nacionalizó los hidrocarburos, generando para su país enormes rentas adicionales. Su manejo de la economía fue ejemplar, con un crecimiento sostenido de más de 4% anual. Pero tuvo grandes desaciertos políticos. Basta decir que rompió con quienes le llevaron al poder, los sindicatos mineros y con el Consejo Nacional de Ayllus, dividiendo, tumbando a dirigentes legítimos y poniendo personas afines.

En su tercer período, en 2016 convocó a un referendo para consultar si podía candidatizarse nuevamente. El pueblo boliviano dijo que no. Morales, que ya tenía un puesto en la historia, debía entonces retirarse y preparar nuevos cuadros para 2019. Prefirió hacer una demanda al Tribunal Constitucional. Este, afín a él, falló que podía volver a lanzarse porque es un derecho humano, lo que es un ridículo jurídico; Evo fue electo 3 veces consecutivas y no existe el derecho humano a ser caudillo.

Su porfía llevó a Bolivia a la crisis que le obligó a salir por las alcantarillas, pudiendo haber salido por la puerta grande. Esto sin mencionar el reconteo de votos con un apagón que llevó a 10 horas de tinieblas. Hoy se declara víctima, en una estrategia que busca su retorno al poder. Los dirigentes políticos deben comprender que en democracia el poder es transitorio, no vitalicio.

[email protected]

Quien quiera hacer ver la caída de Evo Morales como el golpe de Pinochet contra Allende en Chile, falta a la verdad y la racionalidad. Mucho antes que los militares ya le habían pedido la renuncia al presidente la Federación Sindical de Trabajadores Mineros y diversas organizaciones sociales. La mecha de la crisis política y social que vive Bolivia la encendió el propio Evo y como consecuencia de ello, una conservadora retrógrada se encuentra gobernando.

Evo Morales, dirigente indígena cocalero, llegó a la presidencia luego de una larga crisis que concluyó con la destitución de Carlos Mesa. Este había sucedido en 2003 al presidente Sánchez de Lozada, tras su renuncia, motivada por el manejo de las reservas del gas. Las protestas nunca cesaron y las organizaciones sindicales, con Evo a la cabeza, pedían su renuncia. Fue el Parlamento quien dio el golpe de gracia en mayo de 2005. En ese mismo año Evo fue electo presidente.

Su investidura fue histórica. En una América Latina signada por la desigualdad y la exclusión a los indígenas, uno de ellos fue electo presidente con enorme apoyo popular. Ya posesionado, en una acertada medida nacionalizó los hidrocarburos, generando para su país enormes rentas adicionales. Su manejo de la economía fue ejemplar, con un crecimiento sostenido de más de 4% anual. Pero tuvo grandes desaciertos políticos. Basta decir que rompió con quienes le llevaron al poder, los sindicatos mineros y con el Consejo Nacional de Ayllus, dividiendo, tumbando a dirigentes legítimos y poniendo personas afines.

En su tercer período, en 2016 convocó a un referendo para consultar si podía candidatizarse nuevamente. El pueblo boliviano dijo que no. Morales, que ya tenía un puesto en la historia, debía entonces retirarse y preparar nuevos cuadros para 2019. Prefirió hacer una demanda al Tribunal Constitucional. Este, afín a él, falló que podía volver a lanzarse porque es un derecho humano, lo que es un ridículo jurídico; Evo fue electo 3 veces consecutivas y no existe el derecho humano a ser caudillo.

Su porfía llevó a Bolivia a la crisis que le obligó a salir por las alcantarillas, pudiendo haber salido por la puerta grande. Esto sin mencionar el reconteo de votos con un apagón que llevó a 10 horas de tinieblas. Hoy se declara víctima, en una estrategia que busca su retorno al poder. Los dirigentes políticos deben comprender que en democracia el poder es transitorio, no vitalicio.

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Quien quiera hacer ver la caída de Evo Morales como el golpe de Pinochet contra Allende en Chile, falta a la verdad y la racionalidad. Mucho antes que los militares ya le habían pedido la renuncia al presidente la Federación Sindical de Trabajadores Mineros y diversas organizaciones sociales. La mecha de la crisis política y social que vive Bolivia la encendió el propio Evo y como consecuencia de ello, una conservadora retrógrada se encuentra gobernando.

Evo Morales, dirigente indígena cocalero, llegó a la presidencia luego de una larga crisis que concluyó con la destitución de Carlos Mesa. Este había sucedido en 2003 al presidente Sánchez de Lozada, tras su renuncia, motivada por el manejo de las reservas del gas. Las protestas nunca cesaron y las organizaciones sindicales, con Evo a la cabeza, pedían su renuncia. Fue el Parlamento quien dio el golpe de gracia en mayo de 2005. En ese mismo año Evo fue electo presidente.

Su investidura fue histórica. En una América Latina signada por la desigualdad y la exclusión a los indígenas, uno de ellos fue electo presidente con enorme apoyo popular. Ya posesionado, en una acertada medida nacionalizó los hidrocarburos, generando para su país enormes rentas adicionales. Su manejo de la economía fue ejemplar, con un crecimiento sostenido de más de 4% anual. Pero tuvo grandes desaciertos políticos. Basta decir que rompió con quienes le llevaron al poder, los sindicatos mineros y con el Consejo Nacional de Ayllus, dividiendo, tumbando a dirigentes legítimos y poniendo personas afines.

En su tercer período, en 2016 convocó a un referendo para consultar si podía candidatizarse nuevamente. El pueblo boliviano dijo que no. Morales, que ya tenía un puesto en la historia, debía entonces retirarse y preparar nuevos cuadros para 2019. Prefirió hacer una demanda al Tribunal Constitucional. Este, afín a él, falló que podía volver a lanzarse porque es un derecho humano, lo que es un ridículo jurídico; Evo fue electo 3 veces consecutivas y no existe el derecho humano a ser caudillo.

Su porfía llevó a Bolivia a la crisis que le obligó a salir por las alcantarillas, pudiendo haber salido por la puerta grande. Esto sin mencionar el reconteo de votos con un apagón que llevó a 10 horas de tinieblas. Hoy se declara víctima, en una estrategia que busca su retorno al poder. Los dirigentes políticos deben comprender que en democracia el poder es transitorio, no vitalicio.

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Quien quiera hacer ver la caída de Evo Morales como el golpe de Pinochet contra Allende en Chile, falta a la verdad y la racionalidad. Mucho antes que los militares ya le habían pedido la renuncia al presidente la Federación Sindical de Trabajadores Mineros y diversas organizaciones sociales. La mecha de la crisis política y social que vive Bolivia la encendió el propio Evo y como consecuencia de ello, una conservadora retrógrada se encuentra gobernando.

Evo Morales, dirigente indígena cocalero, llegó a la presidencia luego de una larga crisis que concluyó con la destitución de Carlos Mesa. Este había sucedido en 2003 al presidente Sánchez de Lozada, tras su renuncia, motivada por el manejo de las reservas del gas. Las protestas nunca cesaron y las organizaciones sindicales, con Evo a la cabeza, pedían su renuncia. Fue el Parlamento quien dio el golpe de gracia en mayo de 2005. En ese mismo año Evo fue electo presidente.

Su investidura fue histórica. En una América Latina signada por la desigualdad y la exclusión a los indígenas, uno de ellos fue electo presidente con enorme apoyo popular. Ya posesionado, en una acertada medida nacionalizó los hidrocarburos, generando para su país enormes rentas adicionales. Su manejo de la economía fue ejemplar, con un crecimiento sostenido de más de 4% anual. Pero tuvo grandes desaciertos políticos. Basta decir que rompió con quienes le llevaron al poder, los sindicatos mineros y con el Consejo Nacional de Ayllus, dividiendo, tumbando a dirigentes legítimos y poniendo personas afines.

En su tercer período, en 2016 convocó a un referendo para consultar si podía candidatizarse nuevamente. El pueblo boliviano dijo que no. Morales, que ya tenía un puesto en la historia, debía entonces retirarse y preparar nuevos cuadros para 2019. Prefirió hacer una demanda al Tribunal Constitucional. Este, afín a él, falló que podía volver a lanzarse porque es un derecho humano, lo que es un ridículo jurídico; Evo fue electo 3 veces consecutivas y no existe el derecho humano a ser caudillo.

Su porfía llevó a Bolivia a la crisis que le obligó a salir por las alcantarillas, pudiendo haber salido por la puerta grande. Esto sin mencionar el reconteo de votos con un apagón que llevó a 10 horas de tinieblas. Hoy se declara víctima, en una estrategia que busca su retorno al poder. Los dirigentes políticos deben comprender que en democracia el poder es transitorio, no vitalicio.

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