Discos de vinilo siguen encendiendo pasiones

Cantidad. Patricio Guerrero tiene una colección de más de dos mil discos.
Cantidad. Patricio Guerrero tiene una colección de más de dos mil discos.

En Quito hay quienes tienen colecciones de más de 2.000 discos.

Cuando la delgada aguja toca el disco se produce un pequeño ruido conocido como ‘fritura’. Esa es la puerta de entrada a un mundo totalmente distinto al que ofrecen las plataformas digitales. Se trata del sonido del pasado, de los recuerdos y de esa música que durante muchas décadas se plasmó en vinilo. Un formato que pese al tiempo no ha desaparecido.

Más que una colección

En 1940, los padres y los tíos de Patricio Guerrero usaban una vitrola para escuchar a Enrico Carruzo, tenor italiano, quien murió en 1921.

Guerrero, quien entonces, era un niño recuerda que los acetatos eran de la disquera extranjera ‘RCA Victor’ y que el material era semejante al de una pizarra. “Si se caían al suelo se rompían”, dice el hombre de 83 años, a quien su amor por la música le hizo coleccionar más de 1.000 discos de vinilo, casi 700 discos compactos y 300 casetes.

Los primeros vinilos los compró cuando estaba en primer curso del colegio.
Tanta era su afición, que mientras sus amigos salían al cine, él prefería ahorrar dinero para comprar música. Incluso caminaba desde su casa, en la Av. 9 de Octubre y Veintimilla, hasta el colegio Mejía. Lo hacía para guardar el dinero del pasaje del bus.

La meca del pasado

El centro de Quito era el corazón de los locales que ofertaban música. Entre las calles García Moreno y Guayaquil estaba la disquera donde Guerrero encontraba discos que giraban a 45 revoluciones por minuto (rpm), que tenían una o dos canciones en cada lado. Con el tiempo, se sumaron ocho y después hasta 16 melodías en los conocidos ‘Long Play’ o LP que se escuchaban a 33 rpm.

Esto lo cuenta mientras abre despacio la puerta de un mueble de madera, en la que guarda algunas de sus reliquias. Entre esas, un LP de Don Medardo y sus Players de 1969.

Pero la colección no se conforma únicamente con discos comprados. El coleccionista ha grabado varios, con un aparato que compró hace 15 años y que en 2018 dejó de funcionar. “Todos los días oigo música, pongo algo y recuerdo el colegio y la universidad, todo lo que se bailaba en esa época está aquí”.

Guerrero tiene dos tocadiscos de más de 30 años, una vitrola, un equipo de sonido antiguo y otro dispositivo para reproducir casetes. A esto se le suma unos parlantes, específicos para estos dispositivos, que trajo desde Chicago y en los que reproduce ‘Pass in review’ de Bob Sharples, una recopilación de marchas militares de los pelotones ganadores de la Segunda Guerra Mundial.

Llevando su dedo índice de izquierda a derecha Guerrero dice: “Sí siente como el sonido se va de un lado al otro”. El efecto es envolvente como ocurre en los cines. “Basta con cerrar los ojos e imaginar ”.

Miles de melodías de todo género están distribuidas por la casa del médico de profesión y melómano de corazón. Los discos están guardados en orden, por género o por año. Los hay de distintas formas y colores.

Aunque la colección es extensa, Guerrero recuerda con exactitud dónde está cada acetato. Dice que los ha escuchado todos y que solo él es el autorizado para ponerlos. “La mujer y los discos no se tocan”, comenta con picardía.

Detalles que cuentan

En ocasiones los acetatos venían protegidos por una funda, pero no todos los de su colección la tenían, por eso diseñó estuches usando cartón o calendarios viejos. Las portadas de estas creaciones parecen impresas o hechas por un artista profesional.

“A parte de ordenado es muy hábil”, comenta su esposa Guadalupe Freire Gaibor, de 72 años, quien recuerda que cuando eran novios, Guerrero grabó algunos CD’s con boleros y pasillos para expresarle su amor.

“A mi también me gusta bailar, la música me da alegría. Algunos dicen que los pasillos son tristes pero para mí no”, recalca Freire.

Ahora, ambos están jubilados, pero Guerrero mantiene viva su pasión y sigue comprando discos. “La música es mi razón de vivir. Si me voy al cielo pienso que ahí me han de tocar estas canciones. Y si me voy al infierno ha de haber trago, mariachis y parranda”. (AVV)

Calidad. En los acetatos se pueden apreciar los distintos decibeles sonoros.
Calidad. En los acetatos se pueden apreciar los distintos decibeles sonoros.

«La calidad y la calidez sonora se ha ido perdiendo con lo digital. Esos silencios, esos momentos que a uno le abrazan y le erizan la piel no se plasman en la música de ahora”.

Antonio Godoy
Productor fonográfico.

¿Un negocio rentable?

° En 2011, la Asociación de Minoristas del Entretenimiento (ERA), en el Reino Unido, descubrió que los consumidores estaban dispuestos a pagar un promedio de 16.30 euros ($25.81) por un disco de vinilo a diferencia de 7.82 euros ($12.38) por un CD y de euros 6.80 ($10.76 USD) por música digital.

EL DATO

‘Aravec’ viene de los aravicos que fueron poetas indios que entonaban versos al compás del Yaraví.

Oferta. En ‘Aravec’ también se pasa la música de los acetatos a formatos digitales.
Oferta. En ‘Aravec’ también se pasa la música de los acetatos a formatos digitales.

Espacios que se niegan a desaparecer

° “Desde los años 90’, cuando la piratería ganó terreno, el negocio cambió brutalmente y ahora estamos ya en peligro de extinción”, señala Antonio Godoy, productor fonográfico, que maneja la productora ‘Aravec’, desde 1987. Una de las últimas que quedan de los años dorados de los acetatos.

Aunque la era digital marca otras pautas de producción, este experto considera importante compartir el contenido musical de antes. “Para cualquier artista un disco es una carta de presentación”. La pasión por las producciones, sobre todo nacionales, ha hecho que Godoy tenga una colección de más de mil discos. Para él, la cultura ‘vintage’, que intenta revivir el vinil desde lo físico “es un poco de novelería. Lo bueno sería apreciar el contenido”.

“Son notorias las diferencias entre un acetato y una canción en plataformas digitales”, dice Godoy al explicar que el sonido de antes se distribuía en cintas, es decir había 10 centímetros de guitarra, 10 de bajo, otras de piano, etc.

Con la era digital, esa regleta se confundió en los sistemas binarios, por lo que se “achicó” la música. Eso hace que las frecuencias, los graves y agudos no suenen en su totalidad. “Cuando usted asiste a una sala de música puede percibir los decibeles sonoros. Con las plataformas actuales eso se ha perdido. Se prioriza más la imagen antes que el sonido”.