Diaspora

Andrés Pachano

“…No es cuestión de cobardes: o ves crecer a tus hijos o les das de comer; esa la disyuntiva…”: Natasha…. mujer venezolana, migrante, tecnólogo médico, vende llaveros en las calles de la ciudad; la mitad de lo poco que gana en las esquinas lo envía a Venezuela, para que sus hijos coman algo y ella no los vea crecer.

Mientras eso se escucha, un abanderado del sectarismo ideológico, cínicamente afirma a sus alumnos del Instituto de Altos Estudios Nacionales que “…Maduro es una inspiración para los pueblos del mundo…”, y él y los áulicos convencidos de esa calificación ¿podrán acaso entender las lágrimas de Natasha? o ¿el hondo dolor de su desarraigo? Si lo entienden, entonces es más triste su panorama.

Y mientras la prensa dice que -según la ONU- “…el éxodo de venezolanos es el movimiento masivo de personas más grande de la historia del continente americano…”, para indicar luego que “…solo al Ecuador han llegado más Venezolanos que toda la migración de África del Norte al Mediterráneo…”, no si esta dramática situación sea comparable a la que se vive en el Mediterráneo o si el confrontar cifras pueda ratificar lo dicho, pero el solo ver la inmensa marea humana apostada en Rumichaca, pugnando por entrar al territorio nacional, permite sospechar que esa noticia no sea del todo exagerada y grafica la verdadera dimensión de la tragedia del pueblo venezolano, la tragedia de miles de Natashas hoy ancladas en la frontera, porque un criterio anti humano les cerró el paso al exigir un imposible pasaporte.

Y ese llanto de Natasha duele más al ver el tránsito de seres humanos, la gran mayoría caminando a pies desde Venezuela, como para recordar –no es parangón- las infames procesiones humanas rumbo a los campos de exterminio en la Alemania Nazi o los desplazamientos de prisionero a los helados gulags estalinistas. Este masivo y trágico desfile de hoy, tiene la torpe impronta de Maduro.

La mayoría de caminantes desplazados lo hace en el medio de la xenofobia y del desprecio, del hambre y del frío, para toparse con una frontera cerrada, para quedarse en el medio de la nada.

Ahí lloran: “…no tengo dinero para el regreso, ¿qué hago?” ¿Qué hacer Presidente?