Los fantasmas de Sendero y su alianza con el narcotráfico en Perú

Zona. Base militar de Pichari, en la zona de los Valles de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), en la Amazonía de Perú.
Zona. Base militar de Pichari, en la zona de los Valles de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), en la Amazonía de Perú.

Los últimos rastros del grupo terrorista están presentes en una selva inhóspita, donde hay una gran producción de cocaína.

Redacción MONTAÑAS DEL VRAEM (PERÚ)

La masacre perpetrada hace un año en el mayor valle cocalero de Perú es el último baño de sangre atribuido a una facción disidente de Sendero Luminoso, que aún es una amenaza sigilosa en alianza con las mafias del narcotráfico.

Aquellos 16 asesinatos revivieron los recuerdos del terror provocado por el movimiento liderado por Abimael Guzmán que, bajo una bandera maoísta, desató un conflicto armado interno (1980-2000), en el que murieron alrededor de 69.000 personas, según la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Hoy, el autodenominado Militarizado Partido Comunista, el último remanente de Sendero, reemplazó su antiguo influjo ideológico por el poder del dinero que logra con el control del tráfico de cocaína.

Un dominio que hasta hace poco ejercían los hermanos Quispe Palomino en la selva de los Valles de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), de donde sale prácticamente la mitad de la cocaína que produce Perú, considerado el segundo productor mundial de esta sustancia tras Colombia.

Compleja estructura

La muerte de Jorge Quispe Palomino, confirmada en marzo de 2021, dejó a su hermano Víctor, alias ‘José’, como único líder del clan y quien “tiene una organización realmente al estilo comunista: tiene sus diferentes comisarios, tiene responsables del aparato militar, del aparato político (…) y tiene apoyos en algunas comunidades campesinas del lugar», comenta en una entrevista el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas (CCFFAA), el general Manuel Gómez de la Torre.

Estos «terroristas radicales», agrega, custodian desde sus campamentos los laboratorios rústicos de producción de cocaína y el tránsito de la droga. Todo, a cambio de pagos que imponen a las redes de los narcos para afianzar la seguridad de su negocio.

A corto plazo, concluye Gómez de la Torre, la misión acuciante de sus hombres es ganar la guerra contra el «camarada José», neutralizarlo y echar por tierra así los últimos rastros de la que, tiempo atrás, fue una de las organizaciones más violentas de Suramérica. EFE

Los cultivos de coca del VRAEM ocupan 28.000 hectáreas (más del 45 % de toda la superficie cocalera de Perú)