Holodomor, el holocausto que Rusia borró de la historia

El poder ruso-soviético ha negado la tragedia, pero fotos y testimonios lo revelan,
El poder ruso-soviético ha negado la tragedia, pero fotos y testimonios lo revelan,

Bajo el poder de Stalin, Ucrania sufrió una de las mayores tragedias humanitarias de la historia. Más de 5 millones de personas murieron de hambre.

KIEV. Al igual que los judíos recuerdan su holocausto, los ucranianos tienen grabado en sus mentes y corazones el horror de una tragedia a la que llaman Holodomor, combinación de las palabras Holod=hambre y Mor=exterminio.

El término se refiere a la hambruna que asolo al país, entonces parte de la Unión Soviética, entre 1932 y 1933 a causa de los experimentos colectivistas fallidos del dictador José Stalin. Según algunos cálculos, alrededor de 5 millones de ucranianos murieron de hambre en esa época. Una cifra que el poder soviético siempre ocultó y cuando alguien lo mencionaba, negó.

El portal de noticias Infobae señala que el hambre que Stalin desató sobre Ucrania fue tan enorme como lo muestra un testimonio: “Los niños morían de hambre. Y los padres, muy próximos también a la muerte por inanición, cocinaban los cadáveres de sus hijos y se los comían. La debilidad los sumía en un profundo embotamiento. Luego, cuando se daban cuenta de lo que habían hecho, enloquecían”.

Eso contó una reclusa polaca, prisionera de los soviéticos, según le contaron los sobrevivientes del Holodomor. Es uno más de los testimonios recogidos por la escritora y periodista americana Anne Applebaum en su libro ‘Hambruna roja‘, esencial para entender, o intentar entender, aquel desastre.

Parte del origen que viven actualmente los ucranianos, recuerda Infobae, son sus deseos de identidad, libertad e independencia. Independencia que tanto sus vecinos polacos, pero sobre todo rusos, se han encargado de boicotear de manera sistemática a lo largo de los siglos. Y con la llegada de la revolución rusa, los ucranianos creyeron que podrían ser libres y se declararon como tales.

Pero la cabeza de la revolución, Lenin, no estaba de acuerdo con ello. Y en enero de 1918, ordenó un ataque militar, como ahora Putin, y estableció un régimen anti ucraniano en Kiev. Según los dictados de Carlos Marx, seguidos por Lenin y Stalin, los campesinos eran despreciados en la para entonces nueva Unión Soviética, que ponía sus esperanzas en el nuevo proletariado industrial del que los bolcheviques se decían “la vanguardia”.

Y luego Stalin decidió industrializar a la URSS como una de las bases del desarrollo del país. ¿Quién iba a financiar el enorme costo de esa inversión? El cereal. El cereal ucraniano. Y en aquella época, el suelo de Ucrania permitía dos cosechas al año. Y Stalin diseñó un plan ambicioso para que la URSS tuviese una moneda fuerte: explotar la riqueza agrícola. En 1929 puso en marcha su primer plan quinquenal, como respuesta a la crisis financiera mundial; pero era un plan que ocultaba una idea disparatada: convertir al campesinado de la URSS en un nuevo proletariado. El plan incluía la “colectivización” de la producción agrícola: el Estado era dueño de todo.

Stalin, que buscaba pagar la modernización industrial con las exportaciones de trigo y temía además una intentona independentista como la de 1917, no sabía cuánto grano acumulaba Ucrania y sospechaba que los campesinos escondían buena parte de ella. Sospechaba bien. Los campesinos, que habían sido siervos del zar, no querían ser ahora siervos del nuevo régimen comunista.

Los soviéticos entonces desataron una campaña contra los kulaks, los campesinos más prósperos, que no querían renunciar a sus tierras y unirse a las granjas colectivas. Esa negativa fue juzgada como sabotaje por el Kremlin; se expropiaron tierras y unos ciento veinticinco mil kulaks fueron enviados a los gulags siberianos. En 1931, el cuarenta y dos por ciento de la excelente cosecha ucraniana fue a parar a manos del Estado. Al año siguiente, 1932, la cosecha fue un desastre, en buena medida porque los campesinos se negaron a sembrar: ¿para qué, si todo se lo llevaba el Estado? Sembraron lo elemental para su manutención, y escondieron el grano. “A fines de 1932, las estaciones de tren de Ucrania ya estaban abarrotadas de gente raquítica que mendigaba”, reveló Applebaum.

Todo empeoró cuando el Kremlin sancionó la ‘Ley de las tres espigas’, que sancionaba con 10 años de trabajos forzados a quien robara cualquier propiedad estatal. Y la comida era del Estado soviético. Tropas del Ejército Rojo y activistas del Partico Comunista viajaron a Ucrania para requisar los alimentos que el campesinado atesoraba para sobrevivir. La requisa fue enorme, Ucrania quedó vacía y aislada: Stalin creó un cordón alrededor de muchos pueblos, rodeados por la policía que vigilaba desde altas torres, para evitar que alguien pudiese escapar.

La gente empezó a comer todo lo que estaba vivo. Y luego, lo que pudiera ser comido. Revela Applebaum en ‘Hambruna roja‘: “La gente comía cualquier cosa para no morir. Comían alimentos podridos o sobras de comida que las brigadas hubiesen pasado por alto. Comían caballos, perros, gatos, ratas, hormigas, tortugas. Hervían ranas y sapos. Comían ardillas. Cocinaban erizos en hogueras y freían huevos de pájaros. Comían la corteza de los robles, musgo, bellotas. Comían hojas y dientes de león, caléndulas y un tipo de espinaca silvestre. Mataban cuervos, palomas y gorriones. Nadía Lutsíshina recordaba que las ranas no duraron muchos: las cazaron a todas (…). Ser propietario de una vaca separaba a la vida de la muerte. ¿Qué podían comer las vacas? La paja de los techos de las cabañas campesinas”.

Entre el 15 de diciembre de 1932 y el 2 de febrero de 1933, noventa y cinco mil campesinos habían dejado sus hogares para no morir de hambre. La versión oficial decía, con enorme hipocresía, que el éxodo se debía a que “no han conseguido satisfacer sus obligaciones en materia de acopio de cereal”, es decir, que no habían cumplido con la cuota de cereal que debían entregar a Stalin y temían la represión. Solo un organismo admitió, en lenguaje alambicado, que la huida era porque “se ven afectados por problemas relacionados con el abastecimiento de alimentos”.

La hambruna fue bestial. Una chica de 10 años, cita Applebaum en su libro, escribió una carta a su tío que vivía en Járkov, la segunda mayor ciudad de Ucrania, y hoy atacada por los rusos: “¡Querido tío! No tenemos pan ni nada para comer. Mis padres están exhaustos por el hambre, se han tumbado y ya no se levantan. A mi madre, el hambre la ha dejado ciega y no puede ver. La he sacado a la calle. Tengo muchas ganas de comer pan, Tío, llévame a Járkov contigo porque voy a morir de hambre. Lévame contigo, soy pequeña y quiero vivir, y aquí me moriré, porque todo el mundo se muere (…)”.

Padres que salvaron sus vidas a costa de las de sus hijos, se comían sus raciones de pan y los dejaban morir: aquel chico que buscaba algo de granos en las huellas que dejaban los carros y camiones de las brigadas de recolección, al que le avisan que su padre ha muerto y responde: “Que se vaya al infierno. Yo quiero comer”; las calles llenas de cadáveres, como si se tratara de gente muy cansada que echa un sueño al aire libre; campesinos fusilados por haber intentado robar un pedazo de pan: todo está documentado en fotografías espeluznantes que el poder soviético ocultó durante años. El eslogan oficial, de nuevo la hipocresía de los “relatos”, decía: “Los rusos tienen hambre, sí. Pero nadie se muere”. (DLH)

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