Una distinguida maestra fue la primera paracaidista del Ecuador

Por: Dra. Rosita Chacón Castro | [email protected]

Con ocasión de celebrar el pasado 27 de febrero de 2024, los 60 años de una hazaña histórica, que trata del primer salto en paracaídas realizado por una mujer ecuatoriana, acto digno de ser recordado y posicionado en la memoria colectiva femenina ecuatoriana, como una forma de rendir tributo y ejemplo de vida a una distinguida profesora, particularmente en el Día del Maestro.

El Libro de Oro del Paracaidismo (2006), registra que el paracaidismo militar se inicia el 29 de octubre de 1956, en ese entonces, el Capitán Alejandro Romo Escobar, conocido cariñosamente como “El Pionero”, conjuntamente con 7 oficiales y 28 voluntarios, entrenados durante trescientos diez días por Instructores del Ejército de Estados Unidos , liderados por el Sargento James Roger, en cúpulas de paracaídas T7-A, saltaron desde un avión C-47 Nro.505 de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, en los Salitrales de Muey en Salinas, provincia del Guayas.

Siguiendo esa lógica, parecería que debían ser las mujeres militares las primeras que realizaran y aprobaran el Curso de Paracaidismo, pero llama la atención y lo hace más meritorio, el hecho de que, siendo una mujer civil, fuera ella la primera en saltar de un avión, porque no era militar, policía ni pertenecía a ningún cuerpo uniformado, me refiero a la Licenciada en Educación doña Beatriz Aurora Salazar Venegas.

Con zapatos de ‘taco aguja’, fue su primer salto

Puede haber ocurrido, que la historia de las mujeres paracaidistas bolivianas (1963), haya inspirado a una mujer a que se adelante en el tiempo (1964), para abrir el camino a otras mujeres, al convertirse en la primera mujer paracaidista en el Ecuador.

En esa época, esta joven profesora luego de terminar la primaria en el Colegio de las Religiosas Dominicanas en su ciudad natal de Saquisilí, se trasladó a estudiar en Quito en el Colegio “Manuela Cañizares”, para graduarse de Profesora Normalista en Ciencias de la Educación.

Trabajaba en la escuela piloto mixta “Pedro Savio”, ubicada atrás del “Cuartel Mariscal Sucre”, donde funcionaba la “Escuela de Paracaidistas”. Comenta que mientras caminaba a su lugar de trabajo, pasaba por una enorme hacienda desde el Camal (lugar donde vivía) a Chilibulo y, veía como los militares trotaban y hacían ejercicios físicos, saltaban de la torre de salto y descendían a gran velocidad, lo que la emocionaba.  El trabajar como profesora en una escuela regentada por el Ejército Ecuatoriano, le permitió un acercamiento con el personal militar, inclusive porque sus hijos eran sus alumnos.

Una mañana, la profesora junto a varias de sus compañeras normalistas, fueron invitadas a una demostración de paracaidismo y en ese momento el Capitán Raúl Pérez Bedoya, preguntó: ¿quién quiere saltar de la torre?, sin dudarlo y algo nerviosa doña Beatriz levantó la mano.  Entonces, le entregaron un camuflaje y el casco de acero, pero como no había botas de su número de calzado, tuvo que saltar con zapatos de taco aguja.

Siguió las indicaciones del Instructor, colocándose el arnés, ajustando los seguros y luego a saltar de la torre, conocido como el “salto de decisión”. Bajaba tan rápido que no tuvo tiempo ni para preguntar lo que debía hacer cuando se acercara al suelo, solo cerró los ojos y aterrizó sin amortiguar la caída.  “Tenía las rodillas raspadas, las manos lastimadas y el uniforme lascado” y, aunque a otra mujer le hubiera quedado de escarmiento la fuerte caída, para esta joven significó su verdadera pasión y quería volver hacerlo.

Su primer curso de paracaidismo

Desde ese día bregó, ante todas las instancias militares, para alcanzar la autorización de ingreso al curso de paracaidismo. Solicita ayuda al Capitán Raúl Pérez Bedoya y éste le consulta al Mayor Sergio Jijón, Comandante de la Escuela de Paracaidistas (1964), comentándole que luego de haberla visto saltar de la torre, la podían entrenar para que se convirtiera en la primera mujer paracaidista oficiales y tropa, de las tres Fuerzas: Terrestre, Naval y Aérea, que afianzan que el amor y servicio a la Patria también “viene de familia por herencia o legado”).  Los entrenamientos cada vez eran más fuertes. Entrenaba con pantalón tubo y camiseta o buzo y, después de los entrenamientos se duchaba, merendaba y la iban a dejar en la casa.

El entrenamiento estuvo a cargo del Teniente Marco Villa, que le explicaba como saltar, como caer, la rodada, conducción en vuelo del paracaídas, apagar la cúpula luego del aterrizaje, para no lesionarse ni dañar el material. También el Sargento García y el Sargento Santamaría, fueron sus instructores, todos bajo el mando del Capitán Pérez, Jefe de Instructores; porque, en esencia la finalidad del paracaidismo militar es que sus tropas paracaidistas aterricen en óptimas condiciones para el empleo y despliegue en el combate.

Cuando se acercaban las celebraciones por el Día del Ejército Ecuatoriano, repentinamente le comunicaron que iba a saltar ese día clásico, evento que contaría además con la presencia del Alto Mando Militar: General de División Antonio Rivas Hidalgo, Comandante General del Ejército; Coronel Galo Albuja, Jefe de Estado Mayor del Ejército; Coronel (CPNV) Francisco Espinosa de la Comandancia General de Marina; Teniente Coronel Oswaldo Montaño, Jefe de Estado Mayor de la Primera Zona Militar; Teniente Coronel Jorge Araujo, Comandante del Batallón de Ingenieros “Chimborazo” y, numeroso personal de otros repartos militares.   

Llegó el día del salto, eran las 05:00 del miércoles 27 de febrero de 1964, el Teniente Marco Parreño la recogió de su casa y se trasladaron hasta el Destacamento de Paracaidistas en el “Cuartel Mariscal Sucre”, en el sector del Pintado. Inmediatamente procedió a cambiarse y equiparse con prendas militares. Conjuntamente con sus compañeros revisaron el equipo, incluido el paracaídas de reserva.  La profesora Beatriz, en compañía de la IX Promoción de Paracaidistas (oficiales hombres), luego de pasar lista, subieron a un autobús para dirigirse al aeropuerto de Quito, donde los esperaba un avión de la Fuerza Aérea Ecuatoriana. Pensaba en el peligro que existía al momento de abandonar la aeronave, por eso debía hacerlo “muy bien” enganchar la banda en el avión, ponerse en posición y dar el salto. Su lugar era junto a la puerta, era la única mujer. Durante el vuelo todos cantan, dominando el miedo para saltar con “ñeque”, de acuerdo a la instrucción militar recibida durante el curso de paracaidismo.

Empezó el conteo “(…) siete, ocho, nueve, diez mil pies de altura”, en terrenos de la hacienda “El Colegio” del Valle de los Chillos, era el momento indicado para el salto. Se lanzaron 19 militares varones. Doña Beatriz fue la última de los alumnos del curso en saltar, porque cerraba el Jefe de Salto, el Capitán Pérez. Sujetada del borde de la puerta del avión y con la mirada al frente, dio un paso adelante y comenzó a caer. El momento del aterrizaje llegó y “…ha medida que descendía no veía nada, cuando me fui acercando a tierra empecé a ver a la gente y aterricé cerca de unos espinos, pero parar a esa velocidad era casi imposible y seguía rodando entre los matorrales hasta que un compañero me sujetó, pero el salto lo realicé…después recogieron mi paracaídas”.

Una vez en tierra, la recibieron sus hermanos María y Salomón, personal militar, amigos, que la admiran y felicitan; y, como oportunamente en ese lugar se encontraban periodistas de la prensa escrita (El Comercio y Ultimas Noticias), cubriendo el evento, les solicitó que publicaran que se permita el ingreso de más mujeres a esos cursos, particularmente recomendando que se conforme un escuadrón femenino paracaidista.

Efectivamente, un año después, se abrió el “Primer Curso Femenino de Paracaidistas”, en el que participaron quince voluntarias, que después de cumplir un riguroso entrenamiento, uniformadas y equipadas militarmente, se embarcaron en un avión de la Fuerza Aérea Ecuatoriana en la “Base Aérea Mariscal Sucre”, para realizar su primer salto, en las cercanías de Calderón. Finalizado el evento conmemorativo, regresó a Quito, al cuartel del Pintado, conjuntamente con sus compañeros de promoción, para entregar las prendas militares institucionales con las que se había equipado y luego retornar a su casa.   

Realizó tres saltos más, equipada militarmente, en Ibarra, Tulcán y Ambato (mayo de 1964), en esta última ciudad el mal tiempo le jugó una mala pasada porque al momento del aterrizaje el viento la empujó contra unos matorrales, sin embargo, cumplió con éxito los saltos requeridos, convirtiéndose en la primera mujer paracaidista del Ecuador y sexta en el mundo.  Retomando su carrera normalista, en octubre de 1964 laboraba en la Escuela “Ejército Nacional” de régimen militar; luego, en el Colegio Nacional “María Angélica Idrobo”, donde trabajó hasta su jubilación como profesora, el 8 de agosto del 2010.

Actualmente, el 29 de agosto de 2024 cumplirá 89 años, junto a sus seres queridos: su hija, nietos y hermanos, quienes la animan, protegen y velan porque ese vínculo familiar al igual que su fe religiosa, cada día la fortalezcan para continuar compartiendo sus anécdotas.

Finalmente, resaltar algunos de sus reconocimientos, condecoraciones y homenajes:

– Oficio Nro. 0149-G-5b de 6 de marzo de 1964, el General de División Gonzalo Coba Cabezas, Jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, cursa el agradecimiento y felicitación por haber colaborado en el Día de las Fuerzas Armadas y por su espíritu cívico patriótico demostrado el día 27 de febrero de 1964.     

– La Escuela de Paracaidismo del Ejército Ecuatoriano, le concede “Mención Honorifica” por haber realizado los saltos en paracaídas, el 18 de septiembre de 1964. 

– Condecoración y Medalla al Mérito otorgada por el Municipio de Saquisilí, el 18 de octubre del 2010 (Homenaje de Reconocimiento) otorgada por el Ing. Manuel Chango, Alcalde del Gobierno Municipal de Saquisilí y el Ing. Adrián Mena Medina Vicealcalde y Presidente de la Comisión de Fiestas.

– Homenaje en la Brigada de Fuerzas Especiales Nro. 9 “PATRIA”, por parte del Comandante, General de Brigada Luis Castro Ayala.

– El Municipio de Quito le otorgó el Premio Manuela Espejo, por ser un gran ejemplo de valentía y superación.

En la reciente entrevista, reafirmó una revelación conmovedora que me había manifestado anteriormente: “quiero que cuando fallezca me vistan de camuflaje y luego me cremen; y, mis cenizas reposen en la Brigada de Fuerzas Especiales No. 9 “PATRIA”, como una muestra de mi vocación y admiración al militar paracaidista, porque me considero uno de ellos”, entendiendo estas palabras como un gesto de hermandad y camaradería a los soldados de la boina roja de la legión de la Vieja Calavera, pues los lleva tatuados en su corazón, en la moneda insigne y en su credo “las tropas paracaidistas nunca mueren, ellas solo van al infierno a reagruparse”, para librar su última batalla en la senda a la inmortalidad.

A las actuales generaciones, recordarles que no hay que perder de vista el presente que se construye, porque mañana serán parte de la historia oficial, desde su perspectiva, vivencias, iniciativas, aportes y lecciones aprendidas, porque ahora tienen esa magnífica oportunidad de escribir y documentar sus propias historias, que deben trascender en el tiempo, porque el camino les fue allanado y aperturado favorablemente, con una visión más amplia e inclusiva, que seguro demanda de historias de vida, que superen a sus antecesoras de la última generación.

*Dra. Rosita Chacón Castro

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*La Dra Rosita Chacón Castro Mayor de Justicia en Servicio Pasivo,

Académico de Número y Fundadora de la Academia Nacional de Historia Militar