Ucrania: chispa peligrosa

Un viejo adagio dice que, en el mejor de los triunfos en una guerra, es dejar un amplio camino para que el General derrotado pueda escapar. Putin ante los éxitos de Ucrania ha movilizado todas sus fuerzas de reserva en una maniobra desesperada y nos recuerda reiteradamente que Rusia tiene armas letales masivas y que no dudará en utilizarlas en lo que él llama frente a un ataque de Europa a su país. La humanidad debe estar segura que Hitler en el máximo de su derrota, en las últimas horas de su vida si hubiese alcanzado la bomba atómica, como engañó a su pueblo, no hubiese dudado en lanzarla. Estados Unidos lo hizo contra Japón. No nos engañemos, estamos llegando a la hora final para la mesa de negociación.

El retorno al pasado

Los tímidos intentos de democratización producidos en Rusia a lo largo de su historia, además de escasos, han sido efímeros. Tras la caída de la monarquía en febrero de 1917, el gobierno provisional de Kerensky, apenas llega a noviembre, cuando la Revolución Bolchevique provoca su caída en un golpe de estado muy bien planificado por Lenin, en un momento de profunda convulsión en el país.

El gobierno democrático no duró más de 9 meses, para ser reemplazado por la dictadura comunista, que ejercería un poder absoluto a lo largo de los siguientes 75 años.

La siniestra figura de Stalin.

El régimen fue definido por la siniestra figura de Stalin, mucho más que por Lenin, que muere apenas dos años después de concluida la sangrienta guerra civil rusa. Esa impronta de perpetuo terror, de omnipresencia de la policía secreta, de la muerte repentina ante el pelotón de fusilamiento, o del más discreto tiro en la nuca, del fácil destino en los Gulags, del proceso kafkiano de acusaciones retorcidas y descabelladas, será el entorno sicológico paranoico perpetuo de la dirigencia soviética, que tempranamente se habituó al secretismo y al disimulo, así como al adulo y al servilismo, para sobrevivir y ascender, sin garantía alguna, por supuesto. El ascenso de Yuri Andropov al poder tras la muerte de Brezhnev, mostró ya el enorme poder que la KGB detentaba en la sociedad soviética, al ser dueña de los secretos y sabedora de todos los trapos sucios de la Nomenklatura del partido.
De la KGB al FSB.

Andropov será el precursor y referente de Putin, y los servicios secretos, la opción lógica y casi única por su capacidad de chantaje, y en último término, de eliminación física de los que se les interpusieran. Se hace difícil pensar hoy en día, en una alternativa diferente a la FSB, la heredera de la policía secreta soviética, la plataforma desde la cual Putin se catapultó al poder absoluto, como la fuente segura para cualquier liderazgo futuro. Muchos “hombres de paja” pueden aparecer, pero quienes van a estar detrás del trono, serán los espías, como en cierta forma lo fueron bajo el zar Nicolás, con la Okhrana, o los chequistas de Félix Dzerzhinsky, los de “mentes lúcidas y corazones ardientes”, que algún tirano tropical pretendió atribuir a sus seguidores, o los monstruos que Stalin desató sobre la Unión Soviética desde su NKVD, Yagoda, Yeshov, y el peor de todos, Beria.

“La peor tragedia del siglo XX”.

Tras la debacle de la Unión Soviética en 1992, la esperanza de una transición democrática fue flor de un día, con un Yeltsin entregado a su pasión por el vodka, hasta que encontró su heredero en Putin, quien se valió de todas las artes que su paso por la KGB le dió para ganarse la confianza del alcohólico Boris, para ocupar de a poco un creciente espacio de cara la sucesión. Una vez obtenido el poder, nunca lo volverá a soltar, desde el 2000, a la presente fecha. No debe sorprender que Putin paladinamente haya declarado que el derrumbe de la Unión Soviética ha sido la peor tragedia del siglo XX. Tal vez nunca se enteró de los 50 millones de chinos muertos de hambre por la obsesión ideológica de Mao, de los 25 millones de rusos asesinados por su ídolo Stalin, de quien el padre de Putin fuera ocasional y orgulloso cocinero, o del exterminio de 6 millones de judíos por Hitler. El se halla en su elemento con la intriga, la traición y el engaño, pues en ellos fue formado y no conoce otros.

Stalinismo reformado.

Con determinación digna de mejor fin, Putin ha logrado, pacientemente, regresar a su país a un stalinismo práctico, estrictamente aplicado a la conservación del poder, alejado de las consideraciones ideológicas marxistas o leninistas del pasado. Al contrario, Putin se ha alineado con las posturas más radicales del nacionalismo ruso, la religiosidad del cristianismo ortodoxo, y la idea del destino manifiesto de ser la “tercera Roma” sucesora de la gloria de la primera, la Roma Imperial, y de la segunda, la de Constantinopla, la bizantina capital del Imperio Romano de Oriente, cuna y sede de la Iglesia Ortodoxa. Su discurso alrededor de la nación, del destino imperial y hasta de la raza rusa, es, a 100 años de distancia, el mismo discurso del fascismo de Mussolini, que cien años atrás, en Octubre de 1922, tras su “Marcha sobre Roma”, tomó el poder para tampoco soltarlo hasta 1945, cuando, junto a su esposa fue asesinado por los ciudadanos milaneses y colgado de un gancho de carnicería, o del otro gran dictador fascista, Adolfo Hitler, que un año más tarde, en 1923, intentaría la toma violenta del poder a través del llamado “putsch de la cervecería”, tras cuyo fracaso será encarcelado en Landshut, donde escribirá su “Mein Kampf”, la Biblia del Nacional Socialismo, confuso y desordenado texto con pretensiones ideológicas, que reúne bajo un mismo techo una serie de lugares comunes, de prejuicios raciales y racistas, bastante difundidos, en Alemania y en el resto del mundo occidental.

El heredero.

Sin duda alguna, el heredero directo del Duce o del Führer, es hoy Vladimir Putin, coreado por personajes como Salvini o Le Pen, que ven en él un faro de guía, el taumaturgo y profeta del neofascismo europeo, el salvador de la cultura cristiana occidental, ante las amenazas de musulmanes y africanos que la acechan.

¿Patria de la Revolución?
Con la ignorancia y ceguera dogmática propia de la izquierda marxista mundial, que al parecer nunca se enteró del fin de la “patria del socialismo”, y menos aún de la caída del Muro y el derrumbe del imperio soviético, sigue empeñada en su ancestral visión de que la Revolución Proletaria Mundial vendrá de la mano de la nueva Rusia Imperial, y que Putin y sus oligarcas son la reencarnación de Stalin y del Politburó. Ver a Evos, Ortegas y Maduros, en su papel de gurús de la izquierda latinoamericana, dando abrazos y besos a Putin, siendo ridículo, es totalmente esperable. No deja de llamar la atención que similar cordialidad se manifieste en Petro, cuando llama a todos a parar la guerra, excepto al que la provoca, evitando la elemental sindéresis de condenar al agresor.
La postura de Alberto Fernández, postulado por propia boca como el portero de Putin en America Latina, de la cual le ofrece abrir las puertas, es mucho más coherente. Al fin y al cabo, el proviene del entorno peronista, con sus profundas raíces en el pasado fascista de Perón, entusiasta admirador de Mussolini, de quien copia buena parte de su programa, y de esa sórdida complicidad con el nazismo, al acoger a numerosos criminales de guerra del III Reich como refugiados en Argentina. El se ha dado cuenta en seguida de que Putin es un correligionario, uno de los suyos.

Es lamentable embarcar a la región, sin beneficio de inventario, en esa corriente neofascista, negadora de de las libertades y derechos democráticos propios de la cultura occidental, de la cual, pese a su alergia, son parte. Quieran o no, hasta para maldecirla o abjurar de ella, lo hacen en castellano o en portugués, por boca de unos Morales, Ortegas o Maduros. Personajes de ese tipo, sin raíces e identidad, hojas que vuelan en los remolinos de la historia, tienen en el quechua una definición perfecta. Son los “huairapamushcas”, los hijos del viento, carentes de dirección y de brújula, bailando al son que les toquen, siempre y cuando algo se les pegue en las manos.
Evaluación de la guerra.

Regresando a Rusia, parece que la agresión a Ucrania logró, temporalmente al menos, todo lo contrario de lo buscado por Putin. Quienes le aseguraron una rápida victoria, con Kiev cayendo en su poder en pocos días, para descabezar al gobierno ucraniano e instalar un títere a su medida, como Lukashenko en Bielorusia, o lo engañaron o no osaron llevarle la contraria en su propósito. Zelenski, en lugar de huir a refugiarse en Occidente, se atrincheró en su capital e infligió una sonora derrota a los invasores rusos, que vieron sus mejores unidades estancadas por una pobre logística, que las dejó a merced de la táctica ucraniana de destruirlos poco a poco, en operaciones pequeñas que finalmente forzaron a los sobrevivientes a una retirada vergonzosa, abandonando vehículos y armas, junto con cientos de cadáveres de civiles ucranianos asesinados a mansalva, muchos de ellos torturados, dentro de la tradicional doctrina militar rusa y soviética de terrorismo contra civiles, que en los últimos 20 años se repitió en Chechenia, Georgia, Siria y Ucrania, de manera sistemática. No se trata se alguna coincidencia, es una doctrina establecida, orientada a quebrar la voluntad de resistencia por el uso indiscriminado del terror, incluido el uso de ataques aéreos, artilleros y de misiles a cualquier blanco, civil o militar, al que pudieran impactar, sean industrias, vías, escuelas, hospitales, viviendas o edificios administrativos. La suerte de Grozny, capital de Chechenia, arrasada hasta los cimientos por Rusia, matando a más de 25 mil civiles, se repitió en Aleppo durante la guerra civil de Siria, y en Mariupol en Ucrania durante la agresión rusa a Ucrania. Si esos son los ataques de precisión de los que se jacta Putin, queda más que clara su intención de aterrorizar. Sería imposible, en un ejército medianamente preparado, fallar tantas veces en sus blancos. Otro objetivo de Putin, reducir a OTAN a las fronteras de 1992, no puede estar hoy más lejano. No sólo la OTAN no se redujo, sino lo contrario, al pedir su ingreso a la misma los estados escandinavos de Suecia y Finlandia, tras más de 50 años de neutralidad, y que, por la agresión rusa a Ucrania, se han sentido amenazados por el declarado expansionismo ruso. l reclamo de muchos años de Washington a los estados europeos miembros de la OTAN, de invertir el 2% de su PIB en defensa, quien logró implementarlo fue Putin, al generar una reacción de temor en Europa, y darse cuenta de que poco podrían hacer ante Rusia sin una política de defensa común seria. El resultado ha sido la decisión comunitaria de rearmarse, con la República Federal de Alemania a la cabeza, que ha resuelto una inversión extraordinaria de 100 mil millones de euros, para actualizar sus capacidades defensivas, además de la inversión anual del 2%.

Si se considera que el PIB europeo es el 22% de la economía global, siendo la tercera economía del planeta, al tiempo que Rusia ocupa el lugar 11 por su PIB, con una economía más pequeña que la italiana, por ejemplo, resulta fácil entender la diferencia de capacidad de inversión en defensa que cada uno puede hacer. Si Rusia, cuya economía es 1/5 de la Europea, destina hoy el 12% de su PIB a defensa, para igualar la prevista inversión europea, debería incrementar su gasto militar al 60% de su PIB. Algo así ya lo intentó la URSS durante la segunda mitad de los años 80% respecto del incremento del gasto militar de Washington al doble de su PIB, es decir, del 3 al 6%. Para la URSS, esto significó ir del 30 al 60% del suyo. En 5 años, la URSS quebró, y en 1992, el Imperio Soviético entró en liquidación por su bancarrota económica y ética. Seguramente, esta lección estará entre los cálculos rusos, de cara a una nueva carrera armamentística. Si Putin aspiraba a que su agresión le daría una ventaja en su capacidad de intimidación, el resultado, en guerra convencional al menos, ha sido exactamente lo opuesto. La actuación del ejército ruso, desde la moral de combate a la preparación de sus tropas, y del equipamiento a la logística, debe haber sido, para Putin, un shock y una desilusión terribles. Fue relativamente eficiente contra unas milicias chechenas irregulares y contra los civiles sirios alzados en armas contra el dictador Assad. En el momento en que debieron enfrentarse con fuerzas regulares, con preparación y capacidad de combate, quedaron en evidencia las falencias y las debilidades estructurales del ejército ruso, en particular de su cadena de mando, que por necesidad es el resultado de su sociedad. No se puede pedir unos mandos medios y bajos flexibles y autónomos en el ejército, cuando la sociedad de donde vienen esos soldados desalienta activamente cualquier independencia o iniciativa personal, es más, la castiga, pues ve en ella un germen subversivo peligroso. Tras el indigno papel de las fuerzas rusas en Ucrania, dedicadas al pillaje, la violación de niñas y mujeres, la tortura y el asesinato de civiles o de prisioneros maniatados, la credibilidad en las capacidades del ejército ruso, más allá de esos ámbitos delincuenciales, ha quedado por los suelos.

Doloroso golpe.

Para Putin, éste debe ser el más doloroso golpe, pues, a futuro, su única opción de intimidación será el arsenal de armas químicas y nucleares que controla, o el uso extensivo de sus venenos contra quienes se enfrenten a el. Su pretensión de volverse uno de los padres de Rusia, se disuelve en un mar de contradicciones. Emprende su viraje hacia Oriente desde una postura de absoluta debilidad, impotente en lo militar, comprando municiones en Corea del Norte y drones en Irán, vulnerable en lo económico, al punto que debe vender su petróleo a China e India a precio de gallina flaca, con el 30% de descuento. En la cumbre comercial de Dushanbe la semana pasada, le tocó escuchar a sus supuestos aliados, China e India, dejar en claro su oposición a la guerra. Cuando la desconexión energética con Europa se consume, entre 2023 y 2024, la dependencia rusa respecto de China, se habrá convertido en vasallaje. Los 500 años de lucha de zares y primeros ministros rusos para situar a Rusia como gran potencia y actor decisivo en el escenario internacional, habrá sido enviada por Putin al desagüe.

La preocupación futura.

Esta situación sicológica de Putin es la que debe llamar a alarma. En su momento, Putin puso el ejemplo de una rata acorralada, que, empujada a una esquina, atacará como pueda a sus acosadores. Esta rata particular, está armada con armas nucleares y químicas. Imaginémonos hace 70 años a otra rata, de similares características, equipada en Berlín, con bombas atómicas. ¿Alguien duda de que Hitler las hubiera empleado? La única esperanza de detenerlo habría venido de las fuerzas armadas a cargo de su operación. Es posible que por ahí se pueda detener a quien todas las puertas se le van cerrando. La contraofensiva ucraniana ha desnudado al emperador, ha puesto de manifiesto que esas fuerzas armadas rusas eran un Frankenstein torpe y superado por la tecnología, ancladas en un pasado de inflexibilidad doctrinal y en las limitaciones que una sociedad opresiva y represiva generan. Más allá de que logren ir más lejos en su lucha por la liberación de su tierra, han demostrado ya esas maravillosas virtudes que nacen del coraje, la inteligencia y la decisión de quienes van al combate, no porque unos comisarios los amenazan con matarlos si no avanzan, sino porque saben que su sacrificio es la esperanza de futuro para sus familias y su país.

Dr. Alan Cathey