Saber Partir

La pasada semana escribí un artículo para la revista, de carácter esencialmente doctrinal, en referencia al brevísimo tiempo que tiene el modelo democrático liberal en la historia dela política.

Hacía relación al revolucionario paso que los filósofos de la Ilustración dan en el desarrollo de sus conceptos, partiendo de la esencial comprensión de que la principal fuente de la tiranía, es el poder concentrado y absoluto. De esa comprensión emanará todo el pensamiento político moderno y realmente progresista, orientado a garantizar libertades y derechos ciudadanos, y protegerlos de los riesgos emanados de la dictadura, disfrazada bajo cualquier nombre. Como toda revolución y cambio de paradigmas, es resistida por los depositarios y beneficiarios de la tradición, en este caso, las autocracias, que han sido históricamente la forma de gobierno con la mayor presencia espacial y temporal en todo el mundo. De hecho, los estados democrático liberales son minoría, ante la persistencia de autoritarismos diversos.

El desarrollo histórico de las iglesias, en cuanto estructuras administrativas y doctrinales de las religiones, no está alejado del tradicional autoritarismo político, y se articulan en modelos piramidales, donde la
autoridad máxima, sumo sacerdote, pontífice, patriarca, ayatollah, lo es de por vida, y goza de poder absoluto, pues su autoridad viene de una fuente divina. Muy frecuente ha sido el maridaje de conveniencia entre poder político y religioso, mutuamente beneficiados por los buenos oficios de uno y otro, para darse legitimidad y protección. En algunos casos se ha dado inclusive la concentración, en una sola persona, de ambos poderes, actuando el monarca como hijo de dios, como en Egipto antiguo o entre los incas.

Las mismas razones por las que la Ilustración critica al poder absoluto en lo político, son aplicables a lo religioso, pues los hombres que alcanzan el poder total y perpetuo, se alejan de la realidad, para pasar a vivir en un mundo de fantasía, que les es así pintado por cortesanos y obsecuentes servidores. Ciertamente, el poder de las iglesias, por la profundidad de su adoctrinamiento, que gira en torno a alguna forma de vida eterna tras la de este mundo y a esa esencial esperanza de supervivencia para superar el instintivo miedo. a la muerte, es enorme, al situarse más allá de los poderes terrenales y humanos. Esto ha permitido a las iglesias mantener un control muy efectivo sobre miles de millones de creyentes en todo el mundo.

Emprender unarevolución similar a la de la Ilustración en el ámbito religioso, es sin duda tarea pendiente para filósofos y pensadores, pero su evidente necesidad está a la vista.

El mundo, que nos muestra la radicalización de las visiones religiosas, en torno a violentos mensajes que apelan a la fe como factor identitario, excluyente e intolerante, nos está advirtiendo la importancia de trabajar en la contención de esas tendencias. Amin Maalouf describe, con acierto y lucidez, cómo la sectarizaciónde comunidades enteras alrededor de ideas fijas y cerradas, genera un caldo de cultivo para la violencia e intolerancia respecto de los “otros”.

Únicamente la educación sirve para aprender a enriquecerse en el contacto con lo diverso, con lo distinto. Ahora que se dispone de los más extraordinarios recursos para comunicarnos, no hay excusa para que practiquemos lo contrario, el bloqueo y hasta la censura de las ideas porque no son las nuestras, porque vienen de mundos distintos. Cuando la religión se embarca en el carruaje de la ideología, se traiciona a sí misma y a su propósito. El reciente atentado contra el autor Salman Rushdie es ejemplo de lo que puede hacer la intolerancia alentada por el fanatismo religioso. Un decreto terrible del Ayatollah Khomeini de hace más de 30 años, efectivamente condenando a muerte a un ser humano por la expresión de sus opiniones, se intentó ejecutar por parte de un joven cuyo juicio fue secuestrado por el fanatismo, quien apuñaló repetidamente a un escritor al que el nunca había leído. Un estado de suspensión de la razón por esa mentalidad asesina de la que nos habla Maalouf.

En esa misma línea cabe comentar el extraño silencio del Papa Francisco en relación a la burda campaña de persecución religiosa que ha emprendido la dictadura nicaragüense en contra de la Iglesia Católica y de sus fieles, que ha sido interpretado como una negativa a pronunciarse criticando a un gobierno con el que mantendría afinidades ideológicas.

El pasado 8 de Marzo, se conoció la insólita noticia de la expulsión del Nuncio Apostólico, el embajador de la Santa Sede, de Nicaragua, por decisión de la dictadura orteguista. Ya en ese momento fue una sorpresa el tono de la
respuesta que El Vaticano utilizó para un casi rompimiento de relaciones, señalando que era “injustificada”. Nada se dijo sobre la calificación de Ortega de “terroristas”, al
referirse a los obispos del país, a los que además acusó de conspirar para provocar su caída. La salida del Nuncio coincidió además con la clausura de algunas radios católicas por todo el país. A los pocos meses, entre fines de junio y principios de julio, el hostigamiento contra sacerdotes e incluso dignatarios eclesiásticos alcanzó ya niveles
de persecución, obligando a muchos a exiliarse en países vecinos. El 7 de julio, se produce la expulsión de la orden de las Misioneras de la Caridad, fundada por Teresa de Calcuta, a las que humilla haciéndolas cruzar a pie la frontera con Costa Rica.

El argumento para su expulsión es surrealista, se las acusa de financiar el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva nada menos. Será que bajo los hábitos tenían ocultas armas nucleares o químicas? A su salida de Nicaragua, al parecer no detuvieron ningún dispositivo de tal naturaleza, que por lo general suelen ser bastante voluminosos y aparatosos. De lo que se sabe, a su ingreso a Costa Rica, tampoco se habría detectado un contrabando de tales características, con lo que, como con cualquier declaración de la dictadura, habrá que tomarla con pinzas, pues su credibilidad es nula. El 10 de julio ya
sumaban 958 ONGs expulsadas del país, por argumentos tan deleznables como los usados para expulsar a las religiosas, pero sin duda ninguna, más allá de la afiliación religiosa, la acción contra esas religiosas es una villanía
con pocos precedentes. Casi tan extraño es que, ni ante las agresiones contra sacerdotes ni ante la expulsión de las religiosas, haya al menos una expresión de firmeza de parte del Vaticano, y específicamente, del Papa, quien, al menos aparentemente, mira indiferente la suerte de su grey, atropellada por dictadores de la peor calaña. El, que es tan acucioso en criticar al mundo occidental democrático por ir a “ladrarle”, ésas son sus palabras, a Rusia,
provocando o poco menos la invasión de éste contra Ucrania, ante un tirano sanguinario se vuelve un manso cordero, que no es capaz de decir esta boca es mía.

El día sábado, luego de continuar a lo largo del mes corriente con las agresiones, ya no solo a sacerdotes y dignatarios, sino a fieles e iglesias, ensañándose con el obispo de Matagalpa, Monseñor Álvarez, sacado a la fuerza del palacio episcopal por agentes de la policía, secuestrado junto con otros religiosos y trasladado a destino desconocido. Finalmente, el Papa Francisco se ha atrevido a decir algo en referencia a una situación que ha merecido duras denuncias de la ONU, de la OEA, de la CIDH y de numerosas Conferencias Episcopales de toda la región, por las flagrantes violaciones a los derechos humanos y a los básicos principios de libertad de culto, de conciencia y de expresión. Audazmente, ha dicho que “está preocupado”, lo que seguramente habrá sido recibido con terror en Managua, por parte de la pareja presidencial, a la que le estarán temblando las piernas ante la preocupación papal. Seguramente habrá que esperar en las próximas horas un acto de contrición de las autoridades por sus inconsultas acciones, y al menos un Te Deum en la Catedral, en
desagravio por provocar la preocupación papal.

Y es que el silencio de Francisco resuena en todo el mundo católico estruendosamente. El que una supuesta autoridad ética y moral, se quede callada ante los abusos y violencias de una dictadura, o demuestra una vergonzosa cobardía, o significa una complicidad, o al menos, una grave dificultad para condenar a quienes según parece, están entre sus afines ideológicos. Cuando se presentan esas crisis de conciencia, una persona de bien debe dar
un paso al costado.

Desde el primer momento, el Papa ha demostrado claramente su predilección para reunirse con varios dictadores o personajes impresentables. Ha expresado públicamente su afecto por el dictador Raúl Castro, al tiempo que se ha negado a reunirse con la disidencia cubana, pero sin dudar ni un momento para ir a visitar en su casa a Fidel Castro, ya retirado del poder. Ha bendecido a Maduro, tras la brutal represión lanzada hace unos años contra la oposición venezolana.

Ha recibido con los brazos abiertos y la sonrisa en el rostro a la vicepresidenta argentina, por cuyas fechorías está encauzada, nada menos que cinco veces. Al presidente Macri lo recibió, con mal disimulado disgusto una vez. Recibió cordial a Yolanda Diaz, de la agrupación española Podemos, sin ser jefe de estado, y a Gustavo Petro, cuando aún era candidato.

Se ha permitido duras críticas ideológicas al mundo occidental, afirmando que “el liberalismo mata”, que el capitalismo es una “economía que mata”. Curioso resulta que esté ciego a los crímenes de esos dictadores o líderes que aparentemente tanto admira, y que no se entere de los millones de refugiados cubanos y venezolanos, obligados por esos amigos suyos, a jugarse la vida y la dignidad.

para tratar de llegar a esos mundos de perdición capitalista, puesto que no se ha sabido de ninguno que vaya a refugiarse en Cuba o en la Venezuela de Maduro, y menos
en la Nicaragua de Ortega. Contradictorio, por decir lo menos, que se condene y critique a esos capitalistas liberales que supuestamente matan con sus doctrinas, y que a la vez se les exija que acojan y salven a las víctimas de los presumiblemente virtuosos sistemas que sus admirados
amigos implantan. No se le hará paradójica la doble actitud que mantiene? Hace unos días nomás, llamaba a una unidad americana para “liberarse” de los “imperialismos
explotadores”, sin una palabra de crítica, en alguna de sus visitas pastorales o en sus homilías dominicales a los delincuentes que se han adueñado y saqueado impunemente países enteros.

Es de imaginar el desamparo y la desilusión que la Iglesia cubana sentirá ante la respuesta papal a la feroz represión del régimen a quienes, hace poco más de un año,
hartos ya de la miseria que tan pródigamente ha sembrado un régimen que todavía hoy se tilda de revolucionario y progresista. El “yo quiero mucho al pueblo cubano”, como que no habrá sido de mucha utilidad para los apaleados, torturados y encarcelados ciudadanos que tuvieron el coraje casi suicida de enfrentar una represión brutal.

Tan inútil como su actual y recientemente estrenada “preocupación” por lo que ocurre en Nicaragua. Las palabras en el muro que la mano misteriosa escribió, dirigidas al rey Balsasar en Babilonia hace 2500 años, podrían hoy, sin menoscabo a la Escritura, aparecer en algún salón Vaticano, anunciando a Francisco que se lo ha encontrado falto. Su antecesor tuvo la humildad de renunciar al no sentirse capaz de continuar su misión, dejando abierto un
camino honorable, con antecedentes en el pasado de la Iglesia y del Papado, pero más allá de los precedentes, debe actuar el sentido común.

En la propia Iglesia, los obispos deben poner a disposición sus sedes una vez cumplidos los 75 años, y los cardenales ya no pueden participar en los Cónclaves a partir de los 80. Entre las normas legales existentes respecto de funcionarios públicos, incluso de elección popular, constan las causales para que puedan ser reemplazados, que van desde imposibilidad física, pasando por alteraciones sicológicas y llegando hasta la comisión de delitos. Nadie diría que tales disposiciones son excesivas o abusivas, todo lo contrario. El país no puede estar en manos de alguien con semejantes impedimentos, y es absolutamente lógico que la constitución y la ley prevean circunstancias que puede poner en riesgo a la sociedad.

Cuando al principio hacía referencia al cómo las organizaciones eclesiásticas han logrado mantenerse al margen del progreso social, tenía en mente justamente éstos criterios, que en forma alguna pretende ser un ataque
a las Iglesias, pero parecería elemental pedir que, si su líder, como cualquier ser humano, cae en alguna de esas causales, existan los mecanismos para una sucesión ordenada. Recuerdo los últimos años del Papa Juan Pablo II, cuando era obvio su sufrimiento, en lo físico y anímico. El Papa Benedicto tuvo la entereza de reconocer su incapacidad para continuar con su Papado, y en un ejercicio de enorme humildad, pues desprenderse así
nomás del poder y la autoridad que tiene un Papa, en forma alguna habrá sido una decisión fácil.

En el caso de Francisco, además de las dificultades de salud, existe una resistencia considerable a su postura ideológica, y ya se escuchan voces, sobre todo en la Iglesia alemana, que se plantean un camino separado, a los 505 años del gran cisma de la Iglesia Católica, cuando Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la Iglesia de Magdeburgo, dando inicio a la Reforma Protestante. Tal vez la misma humildad de Benedicto inspire a Francisco para buscar el mayor bien de la Iglesia, y posiblemente el suyo propio.

Su feligresía ciertamente requiere de alguien que se juegue por ella, que pueda “mostrar la otra mejilla sin que le mueva el temor”, como diría Borges. Para su suerte, su antecesor dejó abierta una puerta de esencial dignidad y consecuencia, con sus fieles, y consigo mismo.

(Dr Alan Cathey)