PUEBLO BLANCO

Hace ya muchos años escuché, por vez primera, una canción, letra y música de Joan Manuel Serrat, dedicada a un pueblo de su Cataluña marina; sus imágenes fueron para mí, las de un pueblo de la serranía de mi país.

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Hace pocos días me interné, por un momento, en las lejanas montañas y quebradas de Intag, una zona ubérrima de mi provincia natal: Imbabura y en el trayecto fui reconociendo a mí Pueblo Blanco.

“Colgado de un barranco
Duerme mi pueblo blanco
Bajo un cielo que, a fuerza
De no ver nunca el mar
Se olvidó de llorar
Por sus callejas de polvo y piedra
Por no pasar, ni pasó la guerra
Sólo el olvido
Camina lento bordeando la cañada
Donde no crece una flor
Ni trashuma un pastor…

José, lleno de recuerdos lejanos y carente de recuerdos cercanos, desde siempre se sienta las tardes en el umbral de la puerta de su choza, frente a la María, a beber su taza de agua de manzanilla caliente para engañar a su estómago, antes de retirarse a dormir. No recuerda haber hecho otra cosa.
También sabe, quizás por la rutina antes que por la memoria que, todas las mañanas, antes de que aparezca el día, él debe salir de su choza y caminar por esa calleja de polvo y piedra hasta llegar a la chacra que heredó de su padre y en la que ha trabajado desde cuando su viejo le llevó para enseñarle el amor a la tierra; solo que, de eso, hace ya tanto tiempo ha transcurrido y las imágenes, en su memoria, están impregnadas del polvo y tierra que su azadón ha rasgado en innumerables días.
En esas mañanas, algunas, las semillas, de sus manos salen a hundirse en los huachos labrados; en otras, con un pequeño cuenco riega con cariño los brotes y en las alegres, recoge las pocas plantas que gracias a la generosidad de la tierra podrá llevar a su casa para que la María y él puedan decir que tienen para comer.
Siempre ha sido así, nunca de otro modo. Jamás la vida jamás cambió para él.

El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo
Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto ¿por qué nace la gente?
Si nacer o morir es indiferente…

Y se fueron tantos paisanos. Grandes, chicos, hombres, mujeres. Todos buenas gentes, trabajadores, solidarios. Cada cortejo era un grito a los cielos porque el pueblo se achicaba, se volvía polvo y tierra. Ya no había gente para las mingas, cada uno se encerraba en su pensamiento y el rostro de los sobrevivientes se tornaba amargo, lleno de arrugas y faltos de dientes y sonrisas.

Fueron esos los días cuando llegaron los hijos. Quizás su vida cambió tan solo un poco, porque desde ese instante en su choza le esperaban otras 4 bocas para alimentar. María si cambió, ahora se le notaba en la sonrisa, una alegría desconocida y desbordante; si hasta cantaba. Los hijos crecieron y la alegría de María también. José no lo entendía y miraba con desconfianza la historia de sus vástagos. El mayor no quería trabajar en el terreno que, seguramente, algún día sería de él.

La segunda apenas si visitaba la chacra; para ella, la escuela, sus amigas y sus amigos eran parte de su día a día, mientras que el azadón y la cosecha apenas eran palabras que su padre repetía. Los dos últimos ni siquiera le escuchaban. Prestaban atención a las palabras de su hermano mayor que repetía su angustia de quedarse, frente a la ilusión de irse del pueblo

Y él con irse muy lejos
De su pueblo y los viejos
Sueñan morirse en paz
Y morir por morir
Quieren morirse al sol
La boca abierta al calor, como lagartos
Medio ocultos tras un sombrero de esparto…

María no murió al sol. Ella murió cuando comprendió que sus hijos ya no volverían. Se fueron un día, uno tras otro, como la mazorca de maíz. Pronto solo quedó la tusa de los recuerdos que fueron diluyéndose en las lágrimas del cielo. Cada año, la esperanza decaía y sus ojos abandonaron la ternura y la ilusión

Escapad gente tierna
Que esta tierra está enferma
Y no esperes mañana
Lo que no te dio ayer
Que no hay nada que hacer
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo
Sigue el camino del pueblo hebreo
Y busca otra luna
Tal vez mañana sonría la fortuna
Y si te toca llorar
Es mejor frente al mar…

Ahora, José, tiene los años que quiere tener, pero no tiene la vida que desearía. Sin los hijos, sin María sus ojos ya no miran el camino por donde se fueron, ahora quieren cerrarse.

Si yo pudiera unirme
A un vuelo de palomas
Y atravesando lomas
Dejar mi pueblo atrás
Os juro por lo que fui
Que me iría de aquí
Pero los muertos (su María) están en cautiverio
Y no nos dejan salir del cementerio”

“Pueblo Blanco”, Joan Manuel Serrat, 1.971