«La Clementina», del esplendor al caos

Autor:Manuel Vivanco Riofrío | RS 89


En el año 1857, Sixto Liborio Durán Borrero, bisabuelo de Sixto Durán Ballén, presidente del Ecuador en el período 1992 – 1996, compró en la provincia de Los Ríos un predio agrícola bastante grande denominado “El Rincón”.

En 1922, su yerno, Clemente Ballén y Millán, un empresario y banquero que tuvo una vida digna de novela, se registra como propietario de esos terrenos a los cuales los bautizó ya con un nombre que le era familiar; el de “Hacienda La Clementina”, ubicada más exactamente en la parroquia La Unión del cantón Babahoyo. 

Más tarde, Ballén y Millán, vende la Hacienda a un banco alemán y décadas después la compra una firma sueca cuyo apoderado era el reconocido Iván Bohman, quienes deciden entonces sembrarla enteramente de plantas de banano.

En 1978, año en que ganó la presidencia el abogado Jaime Roldós Aguilera, Luis Noboa Naranjo compró esa Hacienda y expandió notablemente los terrenos para el cultivo y exportación de banano, hasta su fallecimiento, en 1995.

En 1997, su hijo Álvaro Noboa Pontón, completó el 50 por ciento de las acciones de la compañía bananera tras negociaciones luego de ganar un juicio a los otros herederos; y, llegó a ser el último propietario del que tengamos certeza.

“La Clementina” y el banano
Primero, fue el “boom” del cacao lo que dio vida a “La Clementina”, hasta mediados del siglo XIX. Luego de la terrible plaga “escoba de la bruja” que atacó a las plantaciones de cacao, y de experimentar con varios cultivos, el banano fue el producto que mejores resultados dio en ese extenso predio, que colindaba con dos cantones de la provincia de Los Ríos: Babahoyo y Montalvo; y, cuya extensión sobrepasaba las 12 mil hectáreas ( de las aproximadamente 200 mil hectáreas de tierras en las que se siembra banano en el Ecuador) ; por lo que se trataba de la hacienda cultivada más grande del país; cuando alcanzó a producir 6 millones de cajas de banano al año, es decir el 1% de la producción nacional. (En el año 2022, el Ecuador exportó 90 millones de cajas de banano).

Luis Noboa Naranjo
Luis Adolfo Noboa Naranjo, nació en Ambato el 1º.de Febrero de 1916 y falleció en Nueva York, en 1994; él, es el ejemplo de empresario más exitoso que se ha conocido en el último siglo en éste país ; y, fue considerado por varias décadas, el hombre más rico del Ecuador.
Su origen de pobreza y trabajo temprano le dieron una aureola de admiración en la clase trabajadora y empresarial del país; a nivel internacional Noboa era conocido como el “millonario bananero ecuatoriano”. Fue padre del empresario y político Álvaro Noboa Pontón y de la exitosa empresaria Isabel Noboa Pontón; y, abuelo del recién elegido presidente del Ecuador,  Daniel Noboa Azín.

Su padre, Luis Adolfo Noboa Ledesma, fue un médico y odontólogo, y su madre Zoila Matilde Naranjo una costurera de ropa para familias pobres de Babahoyo y de los barrios cercanos; tuvo tres hermanos, Enrique, María y Amanda; quedó huérfano de padre a temprana edad, cuando su padre cayó del caballo al llegar del trabajo.

A partir de tan grave acontecimiento; y, ya sin los ingresos del padre de familia, se trasladaron a Guayaquil donde su madre laboró en un pequeño hotel, con cuyos ingresos era imposible mantener a “cinco bocas” por lo que, el hermano mayor, Luis, en plena infancia, tuvo que salir a buscar dinero en las calles de Guayaquil para apoyar la débil economía familiar. Incursionó en todas las actividades que un chico de esa edad podía cumplir. Dicen que desde sus 7 años de edad, se lo vio constantemente en las calles y plazas del Gran Puerto, trabajando de lustrabotas en las plazas y portales, como vendedor ambulante de periódicos y revistas, que vendía paños de limpieza, estampillas, anunciaba los asaltos en las peleas de box; y, todos los trabajos posibles que un chico podía realizar en el vibrante y congestionado Puerto de Guayaquil de los años 20, del siglo XX; recibiendo a cambio, unos pocos centavos para llevar a casa, entregar a su madre y colaborar con la alimentación de su familia. Estudió la primaria en las escuelas José María Valverde, en la Simón Bolívar y en el Cristóbal Colón, pero sólo pudo llegar hasta el sexto grado.

Siete décadas después, en 1986, León Febres Cordero, cuando era Presidente del Ecuador lo recordaba a su empleador y jefe Luis Noboa Naranjo como un hombre de negocios inigualable; dijo que en el ámbito real de la actividad mercantil Noboa era un genio; dijo que era “un tigre” para los negocios; que él creía que no había nacido antes en el Ecuador un hombre de esa audacia y manera de arriesgar el dinero como él; el mismo que tres veces quebró financieramente y que las tres veces se levantó hasta llegar a ser el hombre más rico del Ecuador. También el expresidente recordaba, el profundo lado humano de Noboa, y emocionado comentaba sobre una de sus reacciones cuando cubrió los gastos médicos en el exterior de la hija de un vendedor de equipos agrícolas, que no pudo recibir su comisión porque él había presionado mucho para rebajar el precio de los equipos.

La Hacienda del Banano
En la planicie costera del Ecuador, que se extiende desde el Puerto de Guayaquil hasta el borde fronterizo con Perú, se encuentran las tierras más fértiles del continente americano; en este lugar, dicen los lugareños “los únicos frutos que no se cosechan son aquellos que no se siembran”; todo es verde; y las plantas de banano con su bella silueta de palmera de anchas hojas, ondea como si fuera un enorme océano de esmeraldas hasta los linderos del Pacífico. Principalmente en las tierras de las provincias de Los Ríos y El Oro, ésta maravillosa fruta de potasio y fósforo, cubre todas las planicies, habiendo desplazado prácticamente a todos los demás productos.

En un lugar privilegiado para sembrar banano, con abundante agua, puertos cercanos y pueblos que se iban organizando para albergar a los trabajadores y sus familias, la “Hacienda La Clementina” era la reina de las propiedades bananeras del país. Así, en el último siglo, nos conocieron en el mundo como “banana country” lo que implicaba nuestra enorme producción, incluso comparada con países más grandes; y, gran calidad de la fruta para entrar en los mercados más exigentes; aunque también tal calificativo nos identificaba con nuestro nivel de pobreza; porque los beneficios no eran igualitarios, la productividad ha sido siempre baja, la infraestructura agrícola deficiente, y la gran cantidad de trabajadores que demanda ésta actividad ha vivido de manera precaria, sin opciones mayores que para una básica sobrevivencia.

A pesar de todo, y compitiendo con otros productos de exportación como el cacao, camarón y otros productos del mar todos los actores involucrados; poblaciones montubias, campesinas, indígenas de la sierra y de la amazonía , inmigrantes, empresarios capitalistas medianos y chicos, nacionales y extranjeros, tuvieron con éste producto y en ésta región un generoso espacio para trabajar y desarrollar una vida, en un país complejo y fragmentado; donde hubo pérdidas y ganancias que dieron lugar al desarrollo de distintas formas de capitalismos y a la coexistencia de diversas prácticas y lógicas económicas.

En términos generales, no hay duda sobre la importancia que significó la expansión capitalista en el territorio agrícola y bananero. En materia de tecnologías para controlar las plagas, potenciar los cultivos y mejores rendimientos, así como la forma de su manipulación, lavado, empaquetado, transporte a los puertos; y, distribución internacional, la “Hacienda La Clementina” fue un ejemplo que se difundió a todo nivel; todos los “secretos” se expandieron; desde su plantación hasta sus caninos de exportación. Podríamos decir que la Hacienda “La Clementina” fue la escuela del banano del Ecuador.

Aquí; sin embargo , no existe como en las grandes haciendas de la sierra ecuatoriana, un arco de piedra de entrada, ni una avenida de árboles legendarios que acompañan hasta la casa principal del “Castillo Rural”, ni nada que se le parezca; aquí, un portón de malla con varios letreros de anuncios es lo que se encuentra; y en el interior miles de metros cuadrados de varios galpones donde se guarda la maquinaria agrícola, los químicos y fertilizantes; donde se encuentran los talleres de reparación, como si de una gran planta de maquinarias se tratara; hay tanques para lavar la fruta; tarabitas y cadenas por donde se transportan las cabezas de banano hasta los tanques de agua, donde serán deshuesadas de su tronco y ya en racimos, lavarlas y acomodarlas en las cajas que irán a los puertos y a diferentes mercados del mundo. Más que una hacienda en los términos que estamos acostumbrados a ver en el Ecuador, se podría decir que “La Clementina” era una fábrica de bananos. Las casas elegantes donde residen sus propietarios no estaban allí; están en Guayaquil, Miami o New York. Y últimamente en Rusia.

La agonía de “La Clementina”
Desde el año 2007, con la llegada al poder de un grupo político que consideraba que la mejor fórmula para implantar la justicia social en el país era erradicando a los empresarios y a las empresas grandes, el Servicio de Rentas Internas, en lugar de llegar a un acuerdo de pago de impuestos adeudados por sus propietarios, decidió embargar la propiedad y entregarla en 2013, a 1800 trabajadores que la “comprarían” con un crédito del propio estado (CFN) de usd 78.9 millones con los que cubrirían -a cambio- la deuda de sus propietarios al SRI. Lamentablemente, en diciembre de 2021, la CFN declaró el crédito vencido por falta de pago de todos los trabajadores, ya deudores en mora, y ejecutó las garantías, entre ellas la propia hacienda.

El capitalismo social del siglo XVIII pregonado aún cómo una tesis vigente en el siglo XXI, había cobrado una de las grandes víctimas en la costa sur del Ecuador; la mayor empresa bananera del Ecuador había caído en sus falacias. Y lo que vino después, fue aún peor: la aparición de un propietario fantasma.

La prensa nacional temerosamente, entonces decía que la entrega de “ La Clementina” a fines del 2013, a sus trabajadores, pasaría a la historia como uno de los fraudes más emblemáticos y aleccionadores del populismo; advertía que no sirvió de nada a la cooperativa de trabajadores que se supone iban a ser sus dueños, que el Estado apenas ha recuperado una mínima fracción del dinero que entregó en forma de deuda a esa cooperativa para su compra; y, que ahora, lo más probable, es que no se recupere nunca nada, como en efecto ha ocurrido. Se calificaba tal desmesura como un verdadero fiasco.

Fue entonces que, la mítica hacienda bananera, que era propiedad de Álvaro Noboa, terminó siendo usufructuada no por los actuales trabajadores, sino por una oscura compañía de supuestos empresarios rusos que no han pagado un centavo de capital del préstamo de 78.9 millones de dólares que la Corporación Financiera Nacional, CFN, entregó en 2014 a la cooperativa; ni ha cumplido con todos los pagos de los intereses. Según información de la CFN, la empresa Koval, no ha hecho los abonos de los intereses en tres trimestres del 2019 y del 2020.
En definitiva, el escenario es peor al que esbozó el presidente Guillermo Lasso durante una entrevista, donde sin mencionar el nombre, dijo que los administradores de “La Clementina” únicamente han pagado algo de intereses, y ni un centavo de capital.

El propietario fantasma de “La Clementina”
El traspaso de cualquier empresa del sector privado al sector público implica por lo general y en la mayoría de los casos, un contundente fracaso, quiebra y hasta corrupción. Si hay que llegar forzosamente a ejecutar vía embargo y remate los activos de una empresa, debería ser en el mismo marco del sector privado y de su mercado de capitales; que sea allí, en ese ámbito que, se la adquiera, opere y cumpla con la labor social de crear trabajo y pagar impuestos. En el caso de la Hacienda “La Clementina” se atacaron y dañaron todos los flancos posibles: la producción, el empleo, las finanzas y se agregó un nuevo elemento: la gran corrupción.

Los rusos Víctor, Ekaterina y Liudmila Kovalenko , constan como los actuales propietarios y el que los representa es el señor Miguel Macías Ulloa, dicen ahora sus confundidos y alterados trabajadores; que temen perder su fuente de trabajo y sobrevivencia familiar. Un verdadero pueblo, con más de 8 mil personas que dependen de su funcionamiento y éxito para vivir.

Ahora no es una persona como antes su propietaria; sino una empresa con nombre extranjero: Koval Management Kovmanag SA. y sus accionistas, tres personas de Rusia.

Sin duda, el final de “La Clementina” por ahora, y luego de su brillante inicio de hace casi dos siglos; y gran apogeo en el siglo XX, llegó a su deceso en el revoltijo económico sociopolítico del Siglo XXI.