Jaime Rivadeneira: el vencedor del paludismo

Autor: Pablo Rosero Rivadeneira | RS 59

Desde la colonia, el paludismo fue el azote de los valles subtropicales de la sierra del Ecuador. Sus síntomas empezaban con un escalofrío violento al que seguía una altísima fiebre.

Los “fríos” o “tercianas” -nombres con que el pueblo definía este mal- impidieron el desarrollo de zonas eminentemente agrícolas como Imbabura o el Valle de los Chillos. Un médico eminente logró revertir esa lacerante realidad: el Dr. Jaime Rivadeneira Dávila.

Nacido en Quito en 1907, se doctoró en Medicina por la Universidad Central y en 1940 inició, con el Dr. Benjamín Wandemberg, los estudios necesarios para la erradicación del paludismo, que hoy pareciera insólito que haya podido darse en valles de la sierra. El método del Dr. Rivadeneira se basaba, entre otras cosas, en la “ingeniería de drenajes”: un barrido de las aguas estancadas que servían de hábitat al mosquito transmisor de la enfermedad.

Con este fin recorrió a pie el curso de los ríos del valle de los Chillos, Tumbaco, Puembo, Puéllaro, Perucho y Guayllabamba. El azote del paludismo en esta última población era tal que el párroco tenía permanentemente puestos crespones negros en la iglesia por los frecuentes decesos.

Luego de sanear estas poblaciones, en 1950, acudió al llamado del cabildo ibarreño para realizar el saneamiento de la Ciudad Blanca que, desde la Colonia, era tristemente célebre por el impacto del paludismo.

El Dr. Rivadeneira aplicó su método a lo largo de los ríos Tahuando, Ajaví y Chota combinando su trabajo con una intensa campaña de sensibilización dirigida a los pobladores.



En 1978, el hombre que más contribuyó a erradicar el paludismo sucumbió por un infarto al corazón. En sus funerales, Mons. Alberto Luna Tobar dijo que no había nadie que no le deba un favor al Dr. Jaime Rivadeneira.

El Ecuador aún no ha retribuido con justicia el legado de este médico y científico admirable.