Hacienda Pimán: soledad y tristeza de la tierra

Autor: Manuel Vivanco Riofrío| RS 56


Diferentes de aquellos que viven en ciudades, y más aún de aquellos que están en los puertos, la gente del campo tiene una visión diferente de la vida; su cosmovisión es otra; la tierra y el tiempo acompañan su vida todos los momentos, son sus aliados para hacer crecer las plantas, obtener sus frutos y esperar que los animales crezcan y se reproduzcan.

La prisa es contra-natura y el espacio para actuar está determinado. La lluvia, el sol y la luna ejercen efectos directos en sus empeños, para bien o para mal.

Allá, en el campo, no hacer nada y contemplar, es una poderosa forma de hacer un trabajo fecundo porque el tiempo lo transforma todo. Y por lo tanto hay más espacios para soñar y para sufrir; para ser melancólico y también para deprimirse, incluso en medio del majestuoso espectáculo que brindan sus paisajes; hay, a pesar de tantas alegrías, más soledad y tristeza, hay más ocasiones para leer y escribir. Eso también ocurrió en la Hacienda PIMÁN, lugar desde donde se escribieron miles de páginas de una fecunda literatura y la Novela “Égloga Trágica”.

La Corona, la Audiencia y PIMÁN
Fernando VI murió el 10 de agosto de 1759; y, como no tuvo hijos, recayó la corona de España en su hermano Carlos, hijo de Felipe V y de la reina Isabel Farnesio, su segunda esposa. Carlos era Rey de Nápoles, y, cuando comenzó a reinar en España, fue proclamado como tercero de ese nombre en la serie de los monarcas de Castilla.

La noticia de la muerte de Fernando VI se recibió en Quito a principios de 1760; el 2 de junio; se celebraron sus exequias en la Catedral, y el 15 de julio se hizo la ceremonia de alzar pendones, reconociendo y aclamando a Carlos III como su sucesor, Rey y Señor natural de las Indias Occidentales. La oración fúnebre del Rey muerto fue pronunciada por el doctor José de Llano y Valdez, clérigo, Oidor de la Real Audiencia de Quito, y las fiestas de la jura y proclamación de Carlos III fueron tan solemnes y magníficas, que, en la plaza mayor, actual Plaza Grande, se calcularon más de quince mil personas para la celebración. Hubo, como siempre en aquellos casos, ceremonias religiosas y festejos profanos; en la Catedral Te Deum laudamus; en las calles y plazas, fuegos de pólvora, luminarias y corridas de toros.

Las manifestaciones de dolor de los funerales de Fernando VI, y la ceremonia del reconocimiento y proclamación de Carlos III, fueron los últimos hechos notables en que participó el presidente de la Real Audiencia de Quito, Juan Pío Montufar, Marqués de Selva Alegre; quien falleció a fines de septiembre de 1761.



Luego de su muerte, llegó a presidir la Real Audiencia de Quito un hombre anciano, el licenciado Manuel Rubio de Arévalo, el más antiguo de los oidores que componían entonces el Tribunal de la Cancillería de Quito.

Don Manuel Rubio de Arévalo era octogenario, y había desempeñado cargos de judicatura desde 1713. En 1748, fue suspendido en el ejercicio de Oidor, a consecuencia de ciertos procedimientos en la pesquisa que el presidente Araujo le confió al Consejo de Indias; y estaba recién rehabilitado en su antiguo empleo, cuando, por muerte del Marqués de Selva Alegre tuvo la fortuna de asumir en sus débiles y cansadas manos las riendas del gobierno de estas provincias. Rubio de Arévalo era natural de Sevilla, y había vivido cuarenta años ya en Quito, porque llegó a esta ciudad en 1720, al cargo de Oidor de la Audiencia que acababa de ser restablecida.

Por entonces, cuando era Oidor, varios años antes de ser Presidente de la Real Audiencia de Quito, Manuel Rubio de Arévalo, compró una gran extensión de tierras no lejos de Quito; se registraron seis mil hectáreas de terreno y seguramente fueron muchas más, ubicadas al noreste de Ibarra.

El lugar no tenía aún nombre; tierras a merced de las tribus enredadas en eternos conflictos; se extendían sin límites definidos en el impresionante paisaje que cautivó desde siempre a sus ancestrales habitantes de la época prehispánica, así como después de la aventura de Colón y del nuevo mundo, a los españoles y a los herederos de la colonia y el mestizaje.

Cuando Manuel Rubio de Alvarado murió, su hija Josefa, casada con Juan Zaldumbide Ibargoitia heredó la propiedad. Su hijo, Joaquín Zaldumbide (1767-1834) fue un militar de alto rango quien peleó valientemente en las guerras de la independencia, hasta morir en combate en la Batalla de Pesillo, del lado siempre de Vicente Rocafuerte en contra del primer presidente ecuatoriano General Juan José Flores.

Luego de la muerte de Zaldumbide, Rocafuerte llegó a la presidencia de la nueva república.

Se cuenta que Simón Bolívar en sus permanentes cabalgatas por esas tierras, pernoctó y descanso algunas veces en PIMÁN. Con el hijo de Joaquín Zaldumbide, Julio ( 1833-1887) nació la vena poética muy temprano; tanto que a sus veinte años era un poeta ya muy reconocido en los medios literarios de Ecuador y Francia.

Su hijo, Gonzalo, multiplicó sus dotes no solamente literarios sino políticos y diplomáticos: fue embajador en Londres y en París, ministro de educación y de relaciones exteriores en el Ecuador. Los dos Zaldumbide, padre e hijo vivieron y escribieron en el marco natural inigualable de las montañas y planicies de PIMÁN de donde seguramente absorbieron su aroma de profunda inspiración.

Hacienda Espléndida y Criadero de Équidos
Esta Hacienda posee un fantástico telón de fondo tanto histórico como artístico y productivo.

Hace eco de muchos encantos; el natural, el rústico, el elegante, hasta el altamente sofisticado que iba llegando en porciones desde la Europa imperial y lo más magnificente que existía en el planeta; con el gusto exquisito de sus sucesivos propietarios. Su arquitectura francesa impregnada en los edificios de la época colonial y el mobiliario que muestra la magnífica historia del siglo XVII.

Entre toda su frenética actividad PIMÁN fue la Hacienda de burros más importante de la Sierra del actual Ecuador; cuando eran eran aquellos valientes y resignados animales los cargadores más apreciados en todas las aventuras de este nuevo mundo sin carreteras; útiles en todos los terrenos e indispensables en todas las batallas, en el comercio hacia todas las direcciones; y , para todas las movilizaciones de productos y personas.

En un territorio que lo tenía todo, menos un ápice de tecnología y básica industrialización, éstos animalitos eran la salvación.

Se cree que la Hacienda llegó a tener en sus mejores épocas, más de seiscientos jumentos entre machos, hembras y pollinos; y, al menos tres cuartas partes de ellos estaban en condiciones y edad de trabajar.

Para entonces, eran los caballos, las mulas y los burros los automóviles, las camionetas de carga y los pequeños camiones de la actualidad; eran las canoas y navíos de la sierra andina, capaces de reconocer los caminos y sus peligros, tomar decisiones con la sabiduría de la sobrevivencia, caminar más lento cuando las energías se agotaban y parar cuando se habían extinguido.
Saber recargarse para seguir el camino.

De casa de Hacienda a casa de letras …
Hasta que llegó el tiempo cuando la gran casona de la Hacienda se convirtió en un taller literario, en un templo de libros; en una biblioteca en medio del callejón Interandino; hogar de dos escritores ecuatorianos muy reconocidos a nivel nacional y en el exterior ; literatos para ser estudiados: Julio Zaldumbide y su hijo Gonzalo, quienes se inspiraron en los paisajes y tradiciones circundantes para escribir sus obras maestras. Pasó a ser con ellos, con los Zaldumbide, la Hacienda literaria de la Sierra ecuatoriana.

Sus jardines como en Versalles
Para cuidar su historia, la casa de la Hacienda PIMÁN fue restaurada por sus herederos del siglo XVII, la familia Zaldumbide. La lujosa Hacienda tiene aún unos armoniosos jardines diseñados por un paisajista francés del siglo XIX, al estilo de los jardines del Palacio de Versalles de Paris.

Alberga una gran variedad de árboles y plantas endémicas de varios lugares del mundo, que embellecen la mansión histórica y las villas hace poco tiempo construidas; están bien dispuestas para acomodar y preservar a la flora centenaria.

Las palmeras, la lúcuma y las araucarias son algunas de las especies únicas de vegetación con las que la hacienda está salpicada. Su estilo arquitectónico recuerda a los señoríos coloniales colombianos del eje cafetero, diseñado de esta manera debido al microclima cálido y seco que posee.

Los edificios coloniales bien conservados, adornados con antigüedades y fotos de las generaciones anteriores nos llevan en un viaje hacia otra época; a la gloriosa época de las grandes haciendas de la Real Audiencia de Quito y de la nueva República.

PIMÁN es una de las haciendas tradicionales más antiguas de la región norte del Ecuador donde se combina el elegante estilo colonial con la fresca perspectiva de un lugar contemporáneo, vestigios de una época de oro de la Sierra del Ecuador ya excepcional para el siglo XXI , donde lo simple y acartonado ha dejado de lado a la grandeza y el arte de antaño.

La Novela y PIMÀN
“Égloga Trágica” de Gonzalo Zaldumbide es una novela del tiempo y género de “ María”, la novela del colombiano Jorge Isaacs.

Hay varias coincidencias que acercan la novela de Zaldumbide a la célebre novela colombiana.

Como en ella, el protagonista (Segismundo) regresa a su heredad (que se asemeja a PIMÁN) ama a una prima; Martha, que es hija de una loca (la madre de María era epiléptica); huérfana, la prima residirá en la hacienda del protagonista, quien narra la historia en primera persona.

Allí tendrán lugar las incidencias de un casto amor interrumpido por el trágico fin de la protagonista.

Se desarrolla en un escenario idílico; un héroe melancólico y una heroína virginal recuperada oportunamente por la muerte.

Los Zaldumbide y el Terremoto de Ibarra
Joaquín Zaldumbide, hijo de Juan y Josefa, participó con Juan Pío Montúfar en las guerras independentistas contra José Napoleón a favor del Rey Fernando VII.

De esa familia, con elevado abolengo patriótico nace una fructífera descendencia, entre quienes se encuentran Julio y Gonzalo Zaldumbide, los destacados literatos ya mencionados; referentes culturales en el país.

La actual casa de Hacienda, fue reconstruída tras el terremoto de 1868, ocurrido durante la Presidencia de García Moreno y que destrozó a Ibarra.

La ciudad quedó en ruinas, cientos de casas y edificaciones derrumbadas, miles de muertos, pero como siempre ocurre, vino pronto la fuerza para reconstruir y empezar nuevamente; levantar todo lo que estaba caído, incluso se mejoraron sus estructuras y diseños, se levantaron las paredes y la casa de hacienda como el Ave Fénix, se levantó nuevamente gloriosa de las cenizas .