En las madrugadas

En horas de la madrugada de un día cualquiera recibí una llamada al teléfono de mi hogar. Un tanto molesto apenas alcancé a balbucear: “Haló”, cuando una voz extraña, mitad de niño y mitad de adulto me preguntó: Don Fausto, ¿Es usted don Fausto?


(( Escuchar el artículo ))

Tras la sorpresa le contesté que, efectivamente ese era mi nombre, pero que yo no reconocía la voz que desde el otro lado de la línea me había despertado.
–Perdón, don Fausto. Soy Carlos Mora Silva. La editorial me dijo que usted sería el editor de mi libro y por eso tengo el número de su teléfono.

Quise proponerle que me llamara más tarde, cuando el sol ya brillara en el cielo; pero no me dio tiempo para hacerlo. Siguió hablando. Entre otras cosas sufro de insomnio y por eso llamo a estas horas a mis amigos. Usted, a partir de ahora, es mi amigo ¿verdad?Ante esa declaración no pude menos que aceptar que a partir de ese momento era amigo de Carlitos Mora, el púber que por la ambición y la corrupción humana había entrado en un infierno de inconcebibles enfermedades y dolores que diariamente le minaban su cuerpo y su vida.

Esa fue apenas la primera vez de muchas ocasiones en que la madrugada se convirtió en el momento especial en que pudimos conversar de tantas y tantas cosas, de sus ilusiones, de sus esperanzas, de sus dolores, de sus angustias, de su destino truncado y de la presencia constante de la muerte en su vida.
Carlitos, mi amigo. Apenas ayer fue septiembre 16 de 1986 cuando nació ese niño–joven con la transparencia de los escogidos, sin límites en sus sueños imposibles, sin fronteras ni derrotas.

Cuando frisaba los 8 años y medio, una insuficiencia renal crónica le trastocó la vida. De la escuela a visitar un hospital había solamente un mes de diferencia; pero lo más grave: esa insuficiencia abrió las puertas para que otras peores se enseñorearan con su cuerpo. “El 12 de abril de 1995, acudí por vez primera al hospital Francisco de Icaza Bustamante y el 17, es decir 5 días después, debía iniciar el cuarto grado de escuela y, claro, no lo pude hacer porque terminé acudiendo al hospital donde iniciaría mi via crusis. Aún me duelen los brazos de los primeros pinchazos que recibí, todos ellos dedicados a extraerme sangre para ser enviada a los laboratorios para exámenes y pruebas. A partir de esa fecha, no pude seguir estudiando”. Luego, otra enfermedad habría de soportar su cuerpo ya cansado: VIH o SIDA. Ambas amenazantes contra su vida porque en aquellos días no había cura ni paliativos contra ellos. Y, como si estas no fueran suficientes, también se contagió de Hepatitis C. Así, entonces el niño se transformó en un paciente distinto, diferente, con un espíritu guerrero que no se doblegó jamás.

Los sueños del capitán Carlitos

–Oiga, Carlitos, ¿en qué sueña usted?
Yo sueño en que voy a volver a jugar al fútbol. Bueno, quizás al fútbol, no; pero si a jugar pelota. Es lo que más me gustaba cuando era un niño: jugar pelota con mi papá. Sabe, don Fausto, mi papá trabaja, hasta hoy en la isla Santay y solo viene a casa cada dos semanas. Cuando viene a casa me llevaba al parque Guayaquil, a jugar con él, a la pelota, y le decía que cuando sea grande seré un futbolista y jugaré en uno de los equipos grandes del país. A propósito, ¿de qué equipo es hincha, usted? Y los sueños, para ser sueños, tienen que ser plural: muchos sueños y esperanzas; y Carlos Mora los tenía. El jugar pelota era apenas uno de ellos, significaba, quizás, el intento de recuperar su infancia y la presencia de su padre. Pero lo que a él lo definía era el ayudar a los demás. Quería construir un mundo ideal. “Estoy muy lejos de ser un escritor, pero motivado por todo lo que he tenido que vivir, comencé borroneando ideas sueltas. […] Ahora pretendo que toda persona que lea este texto bien sea ahora o mucho tiempo después, sienta mis palabras como un antídoto para sus problemas, un bálsamo que cure sus heridas, un analgésico que alivie los dolores de su alma”.

Carlitos tiene tiempo

–Carlitos, ¿cómo mide usted el tiempo?
Usted me pone difícil don Fausto. Yo no mido el tiempo, porque yo no tengo tiempo. Todo lo que hasta hoy he vivido, ya quedó atrás; y no creo que tenga un futuro muy largo como los demás. Por eso me aferro al presente, al que puedo mirar y lo hago con optimismo. Sé que de alguna manera soy un ejemplo, y conste que yo nunca lo pensé así, pero la vida me puso aquí como ejemplo y quiero cumplir con esta obligación.

¿A qué momento cumple usted esa tarea de ser ejemplo?

Sobre todo, en las noches suelo transportarme hacia un pueblo fantasma, en donde no se escuchan ni siquiera los sonidos del silencio; no se ven por la calle ni las pisadas de un perro. Mi mente es la única que trabaja, pero ella también lo hace silenciosamente, me lleva hacia mi nueva amiga: la computadora, a encenderla, a mirar los destellos luminosos de su pantalla y pulsar su teclado.
A partir de ese momento mi imaginación, con la ayuda de la computadora, me lleva a pensar en otros mundos, o a introducirme en mi mente, en mi vida, a reflexionar sobre las cosas que hago, que digo, que siento.La soledad es buena compañera, pero sólo en ella puedo encontrar momentos para analizar y reflexionar.

Ahora no estoy solo, tengo mi nueva amiga electrónica es cierto. En ella descubro tantas cosas, y empiezo comprender tantas otras inimaginables e inaccesibles hasta hace no mucho tiempo.Gracias a ella puedo convertirme en el Capitán Carlitos Mora, y empezar a navegar por los mares del conocimiento y sobre todo, en los inmensos mares de la amistad. Aunque ustedes no lo crean, la computadora abrió para mí, el espacio del internet y todas las noches dialogo con gentes de todas pares del mundo: México, Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Venezuela, Colombia y allí tengo amigos de quienes aprendo sus costumbres, sus ideas, sus sentimientos, su vocabulario. El mundo se abre para mí. Mi soledad nocturna quedó atrás. Ahora las noches me traen la compañía de seres humanos maravillosos que, a través de la distancia superada por el Internet, están a mi lado, conocen mi problema y están pendientes de mi salud. Ya no estoy solo, ahora soy un ciudadano del mundo.

Carlitos quiere estar enamorado

–Carlitos, defina Amor
¡Uyuyuu! Usted que, si me la pone difícil, don Fausto. No creo que nadie pueda definir el amor, peor yo. El amor ha sido hasta hoy, para mí, una quimera. He amado, pero quisiera ser amado.
No quiero negar que me rodean algunas niñas, pero creo que lo hacen por las razones equivocadas. Ellas, cuando me cuentan sus emociones me hablan de sus problemas, de sus desilusiones, incluso de sus frustraciones y abandonos me están diciendo que pretenden abandonar la lucha, dejarse morir y, por eso, acuden a mí, en busca de quien les de el empujoncito para dejarse ir. Eso no me interesa. Quiero un amor que me brinde la alegría de vivir, de sentir, de sentir, al menos por un instante que el futuro existe y que vale la pena conocerlo. Eso es lo pienso y siento sobre el amor.

Carlitos, esa persona normal

“Soy una persona normal, tengo un corazón como el de los demás, que puede sentir la felicidad y la tristeza, puedo tener ilusiones y travesear con mi mente; puedo reír y también llorar, puedo querer y también amar, tengo sentimientos que logran comprender, entender y que, permanentemente se rebelan contra el discrimen y la injusticia. –Pero, Carlitos, ¿sus dolores, sus sufrimientos, las deformaciones óseas que marcan su rostro no le causan algún tipo de resentimiento contra la vida?

¿No es peor tener deformaciones en el espíritu, en el alma, deformaciones morales o éticas? Las deformaciones óseas, como las que tengo, son fruto de una enfermedad y se las puede ver. Las otras, las del espíritu, las del alma, son producto de la mezquindad humana y las podemos observar; solo quien las padecen está consciente de ellas”

Lecciones de vida

Y, así, muchas madrugadas, mientras trabajábamos en la edición de su libro, yo recibía las lecciones de vida de aquel púbere que antes de abandonar su infancia, tuvo que ser un hombre y por su historia debió cargar las huellas y las lacras de los demás hombres, aunque nunca perdió la inocencia de un niño.

Mis madrugadas ya no son las mismas, y todo porque una envidiosa parca no quiso quedarse fuera de las conversaciones que manteníamos con Carlitos. Ella, egoístamente, quería ser la única y por eso, otra madrugada de un día, de un mes y de un año que no quiero acordarme, se lo llevó.

Fausto Jaramillo Y.