El arte no es un pasatiempo. De albañiles y de sepultureros

Uno podría pensar que la lectura es un simple pasatiempo, tal vez estemos convencidos de que se trata de un vehículo a la cultura o, simplemente un hábito placentero; y sí, desde luego que es todas esas cosas, pero también es algo más. La lectura es, o debería serlo, parte de la experiencia vital; más aún, es una manera de prolongar la vida y de llevar al lector a sitios improbables, incluso peligrosos, o pacíficos y bellos, que enriquecen la vida, de la misma forma en que lo haría una gran aventura o una gran pasión.

Empecemos por leer

En otras palabras, no se lee para descansar de las ocupaciones que impone la cotidianidad; se lee para todo lo contrario: para vivir más, para gozar más, para transgredir las limitaciones del tiempo y del espacio a las que se ve sometida toda la vida humana. Y, cuando digo “se lee” también significa “se oye” o, “se ve”, porque una bella melodía, una obra de teatro y una buena serie de televisión puede tener el mismo efecto. Se leen, se escuchan, y se ven ficciones para salir de uno mismo y vivir lo que de otra manera sería imposible experimentar.

No nos alcanza la vida, la existencia medida en años, que nos permita cumplir con todo lo que nos gustaría ver, conocer, degustar, experimentar y lograr; para ello existe la literatura, la pintura, la música, el cine y la televisión; en ellas podemos refugiarnos para compensar las carencias vitales y vivir esas otras vidas que en suerte o desgracia no fueron las nuestras.

Mario Vargas Llosa

La aventura del arte

Mientras contásemos con esa ventana de escape que es el arte a otros mundos y a otras vidas llenas de intensidad, de aventura, de pulsión, incluso de maldad, nuestros anhelos de bondad o de maldad, se verían domados y nuestros vecinos podrían dormir en paz.

Nadie que esté satisfecho de sí mismo o adaptado al mundo encontraría motivo para negar la realidad existente inventando una realidad ficticia. Se lee y se escribe, se mira, se escucha y se crea, porque el arte es un acto de rebelión. Contradice la realidad real y se inventa otra que la corrige, la desmiente o la transfigura a partir de los añadidos que carcome la vida del autor.

Pero no nos engañemos: una cosa es la contradicción ontológica, vital del arte y otra es el fruto del arte politizado. El fin es cuestionar, de forma integral la vida que no se agota en un panfleto, en una consigna o en una trama tendenciosa. El arte está muy por encima de la política porque hace algo que esta no puede: mentir, si, y además con total impunidad, pero al hacerlo logra acariciar una verdad escurridiza: la obra de arte desvela la tremenda complejidad y ambigüedad del ser humano, la densidad de sus sueños e ideales; no adoctrina, más bien, diluye las verdades absolutas en un tanque de contradicciones humanas. 

En suma, el valor del arte no radica en la virtud moral del autor ni en sus compromisos ideológicos, sino en la capacidad de persuadir al que se acerca a su entorno que, cuanto allí se encuentra, por fantasioso que parezca, en realidad era la construcción de un mundo autónomo.

Testimonio de quien sabe

Mario Vargas Llosa en un texto escrito en 1967, cuando recibe el premio Rómulo Gallegos, creado por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, de Venezuela, no vacila en gritar: “Es preciso recordad a nuestra sociedad que, la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicar que no hay término medio; que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor, o admite la literatura en su seno, y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base piramidal social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola fracasarán. La literatura puede morir, pero no será nunca conformista”.

¿El guerrillero o el narco delincuente es un artista? 

Planteadas, así las cosas, podríamos arribar a que el guerrillero o el terrorista también son seres insatisfechos con su realidad, que ellos también viven inconformes y en rebelión permanente contra su cotidianidad. Y es así; pero, son más las condiciones y características que las aleja del artista que aquellas que los acerca.

En primer lugar, el artista busca siempre crear otra realidad, ficticia pero que corrige la imperante en su mundo; el guerrillero o el terrorista lo que pretende es destruir la existente.

El arte, faro de un pueblo

Mientras que las obras creadoras de sus artistas siguen presentes como faros de sus pueblos. No importa si fueron premiados, en su momento, por aquellas instituciones encargadas de hacerlo, pero sus ideas y su inconformismo sigue buscan transformar el espíritu que anima a sus pueblos. Nadie está seguro de que haya existido Homero, sin embargo, la Ilíada y la Odisea, siguen emocionando a pesar de los milenios transcurridos desde su creación. Leonardo da Vinci, Rafael, Dante, Miguel Ángel, Dalí, Picasso, Miguel Hernández, García Lorca, permanecen impertérritos al paso de los siglos.

Los grandes maestros de la música clásica como Beethoven, Mozart, Bach, Lizt, Strauss, y tantos otros, siguen emocionando a una generación tras otra. 

En nuestra América, García Márquez, Asturias, Gabriela Mistral, Borges, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Bolaños, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jorge Edwars, Adolfo Echanique, Boi Casares, Jorge Amado, Pablo Neruda, Cortázar, Mario Benedetti y Galeano, son apenas unos pocos ejemplos de escritores cuyas obras marcan caminos para quienes los leen. El Alejadinho, Botero, Kigman, desbrozan la pintura de América e inventan realidades.

El guerrillero y el narco delincuente son sepultureros  

El guerrillero o el terrorista desaparece cuando es derrotado, o cuando alcanza el poder que busca y se transforma, tarde o temprano en el tirano que pretendió derrotarlo. ¿Ejemplos?: Navarro Wolf, en Colombia fue un guerrillero que luego transitó por la política y hoy casi nadie lo recuerda. En Nicaragua, Ortega fue un comandante guerrillero que cuando se apoderó del Poder, se convirtió en un tirano sátrapa peor que aquel contra el que disparó su arma y hoy gobierna con una incongruencia de sus ideales digna del desprecio de su pueblo. 

El albañil y el sepulturero son distintos y diferentes

No, no son iguales quienes buscan destruir de aquellos que inconformes con la realidad en la que viven, construyen realidades ficticias que dignifican su creatividad y dejan como legado su rebeldía y sus visiones del arte y de la vida.

“Dentro de la nueva sociedad, y por el camino que nos precipiten nuestros fantasmas y demonios personales, tendremos que seguir, como ayer, como ahora, diciendo no, rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir, mostrando de manera viviente y mágica como solo la literatura (arte) que el dogma, la censura, la arbitrariedad son también enemigos mortales del progreso y la dignidad humana, afirmando que la vida no es simple ni cabe en esquemas, que el camino de la verdad no siempre es liso y recto, sino que a menudo es tortuoso y abrupto, demostrando con nuestros libros (obras) una y otra vez la esencial complejidad y diversidad del mundo y la ambigüedad contradictoria de los hechos humanos. Como ayer, como ahora, si amamos nuestra vocación, tendremos que seguir librando las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía, aunque, como a él, nos derroten en todas”. Mario Vargas Llosa, Caracas 1967.