El alma de la Patria: P. Aurelio Espinosa Pólit

EL AMOR AL PAÍS EN EL EXILIO: En 1928, con 34 años, el P. Aurelio Espinosa Pólit regresó al Ecuador al ser nombrado prefecto de estudios del Colegio Noviciado de la Compañía de Jesús en Cotocollao.

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Había salido del país en 1898 junto a su familia debido a la persecución del régimen liberal. En ese exilio de cerca de treinta años, sus padres, Rafael Aurelio Espinosa Coronel y Cornelia Pólit Laso, incentivaron en él y en sus hermanos el recuerdo del país que habían dejado forzosamente:

«En Francia, en Suiza, en Bélgica, en Inglaterra, llevó la vida del desterrado, fijos los ojos siempre en la patria lejana, para la que estaba educando a su familia. Ni ella ni nuestro padre tuvieron jamás otra ilusión ni otra actividad» (Espinosa Pólit, S.J. 1953). Para su padre, la nostalgia por el Ecuador adquirió las dimensiones de un auténtico dolor físico: «Acosado el Dr. Aurelio [Espinosa Coronel] por una fuerte hepatitis, el médico le dice a doña Cornelia: “Lo que tiene su esposo es le mal du pays: la nostalgia de la patria». Hasta 1895 el Dr. Espinosa Coronel había sido un prominente abogado, escritor y político. Su oposición a la dictadura oprobiosa de Veintemilla (1877-1883) le valió visitar el Panóptico de Quito. Fue también profesor de Economía Política en la Universidad Central y, sin proponérselo, gestó la semilla de lo que llegaría a ser la Biblioteca de Autores y Temas Ecuatorianos fundada más tarde por su hijo, por medio de los libros que acopió en su biblioteca particular ―muchos de ellos con dedicatorias de célebres escritores del siglo XIX ecuatoriano― y de las misceláneas que compuso encuadernando juntos diferentes impresos nacionales.

En el exilio, pero con la mirada fija en el Ecuador, el Dr. Espinosa Coronel «se consagra a la educación de sus hijos. Ayuda a la preparación de los jóvenes estudiantes ecuatorianos y escribe semanalmente para su país. Su corazón está en la patria. No habla perfectamente el francés. Él encarna en el exterior la añoranza constructiva de su país y la preocupación por los ideales patrios». Mientras tanto, todos sus hijos que llegaron a la vida adulta abrazaron la vida religiosa: cinco como jesuitas (Manuel María, Aurelio, Fernando, José y Juan), dos como religiosas de clausura (Emiliana y Juana) y una hija más primero también como religiosa y después como laica consagrada (María). El P. Aurelio ingresó a la Compañía de Jesús a los diecisiete años en el noviciado de Granada (España)1. Poco antes de morir, en 1924, el Dr. Espinosa Coronel le confesó a su hijo Manuel María: «El último sacrificio que Dios me pide es dejar mis huesos en tierra extranjera». Podría pensarse que este largo exilio iba a romper los lazos de sus hijos con el Ecuador, pero la realidad fue diametralmente diferente: Rafael Aurelio Espinosa Coronel y Cornelia Pólit Laso incentivaron cotidianamente en sus hijos el recuerdo de la patria lejana. De hecho, los esposos Espinosa Pólit rehuían los compromisos sociales por temor de que estos les hicieran arraigarse en un medio que ellos consideraban ajeno y, finalmente, extranjero.


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Así, esa semilla de amor al país que sembraron en sus hijos fructificó pronto en el P. Aurelio, quien, con la ayuda de su tío, el arzobispo Manuel María Pólit Laso, publicó en Quito sus primeros trabajos literarios mientras se interesaba por las publicaciones que el mismo arzobispo y valioso historiador le remitía desde el Ecuador: «Le agradezco muchísimo el envío de folletos que recibí pocos días antes de su carta, tanto los que ha hecho sacar de mi traducción, como los de sus exhortaciones, que leí con sumo gusto, y la traducción de Les morts fécondes, hermosísima. En cuanto a lo que me pide, que componga algo para el cincuentenario de la consagración de la República, ni me atrevo a prometerlo ni quiero negarme al trabajo […]; tengo la inspiración muy intermitente y sin ella, sobre todo en castellano, no hago nada de provecho» (Espinosa Pólit, S.J. 1922).

DE CAMBRIDGE AL ECUADOR
Hacia 1927 el P. Aurelio intuyó la necesidad de mejorar la formación en letras de los estudiantes jesuitas de la Provincia de Andalucía ―de la que entonces dependían los jesuitas del Ecuador―. Nació esta intuición de las conversaciones en Loyola con su maestro Ignacio Errandonea, S.J., quien «estaba preparando verdaderos lidiadores y almas de temple» (Miranda Ribadeneira, S.J. 1974) para la causa de Cristo. Sin embargo, el instinto visionario del joven P. Aurelio chocó de bruces con las rutinas de sus superiores, que ni siquiera veían la mejora de la formación en letras como una necesidad.


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Aun así, el P. Aurelio consiguió el respaldo del P. General, Włodzimierz Ledóchowski5, para estudiar Letras Clásicas dos años en la Universidad de Cambridge, al término de lo cual tendría mayores conocimientos para impulsar la mejora de la formación humanística en la Provincia. Los caminos de Dios, sin embargo, estaban trazados de otra manera: el P. Provincial, Antonio Revuelto, dispuso que el joven jesuita permaneciera en Cambridge solamente un año, al término del cual debía volver al Ecuador.

Fue así como una trunca carrera universitaria permitió que el Ecuador recibiera nuevamente en su seno al hijo que se había alejado forzosamente por el sectarismo político y que, con el paso del tiempo, sería unas de las figuras que más trabajó por la cultura en el país en el siglo XX. Al saber de su retorno, su tío Manuel María Pólit, arzobispo de Quito, le aconsejaba:
«Vuelves a los 30 años a esta pobre y afligida patria, por la cual ―no lo dudo―, lo mismo que por la Santa Iglesia, sabrás trabajar sicut bonus miles Xti. No es menester aconsejarte que no juzgues de los hombres ni de las cosas por las primeras impresiones: observa, escucha, averigua y sobre todo medita delante de Dios para orientarte mejor y enderezar tus pasos».
Una de sus primeras ocupaciones fue la cátedra de Filosofía en el Colegio Noviciado de Cotocollao, en lo que el P. Aurelio veía también la mano de la Providencia:
«Sin esta necesidad de un profesor de Filosofía en Cotocollao quizás hubiera ido a parar al colegio de Quito; en segundo lugar, la felicidad con que di ese curso me aseguró el crédito indispensable para emprender sin estorbos la reforma que al año siguiente se fue entablando y ha proseguido tranquilamente en las clases de letras».
Los caminos de Dios son misteriosos: Cotocollao, un humilde y bucólico rincón aún no absorbido por la expansión urbana de Quito, sería el escenario de la reforma de los estudios jesuíticos que el P. Aurelio había vislumbrado y que sus superiores andaluces no habían alcanzado a comprender.

UN LUGAR PARA CONSERVAR «EL ALMA DE LA PATRIA»
De vuelta al Ecuador, el P. Aurelio se encontró con una carencia: no había en todo el país un lugar en el que se recopilase toda la producción bibliográfica de los ecuatorianos: valiosos libros y documentos permanecían dispersos, con el riesgo de deterioro inherente que ello suponía, en diferentes repositorios y colecciones. Ante esa necesidad, el P. Aurelio se propuso crear dicho lugar, y anunció su apertura en una fecha muy a propósito, el primer centenario de la República en mayo de 1930:
«En este año centenario en que la República multiplica las regocijadas festividades que deben conmemorar su constitución definitiva y hacer tomar conciencia al pueblo ecuatoriano de todo lo que supone para un país su primer siglo de vida independiente, no estará mal atraer la atención hacia una iniciativa que, no por menos ruidosa, deja de ser genuinamente patriótica» (Espinosa Pólit, S.J. 1930).

El proyecto del P. Aurelio empezó con tres humildes estantes que recogían los libros que habían quedado de la biblioteca de su padre más otros libros y documentos donados por su tío Manuel María Pólit Laso, a la sazón arzobispo de Quito, además de la colección del literato y pensador Remigio Crespo Toral. En el CCBEAEP aún conservamos el libro de oro que recuerda estos sencillos pero valiosos inicios de nuestra biblioteca que, en palabras de su fundador, se proponía «conservar cuidadosamente estos escritos, no solamente los de los más grandes, sino de cuantos han brotado de una pluma ecuatoriana, aun los más humildes; procurar de este modo reunir y ordenar todos los sillares de la que de ser un día nuestra tradición nacional, religiosa, histórica, científica y literaria» (Espinosa Pólit, S.J. 1930).
Desde entonces y hasta su muerte, acaecida el 21 de enero de 1961, el P. Aurelio se dedicó a conservar e incrementar el fondo bibliográfico y documental de la biblioteca por él fundada.


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Entre sus méritos están las innumerables gestiones realizadas para recuperar al menos una parte de los libros que pertenecieron a las bibliotecas quiteñas de la Compañía de Jesús antes de la arbitraria expulsión de Carlos III en 1767.En esta titánica labor ―en pro de la cual el P. Aurelio llegaba al extremo de traerse para casa cualquier hoja volante publicitaria o cualquier panfleto que le caía en las manos― es de justicia recordar el desinteresado aporte humano y material brindado por su madre, doña Cornelia Pólit Laso, quien, siguiendo esa tradición de amor al país inculcada a sus hijos desde los años del exilio en Europa, invirtió buena parte de sus caudales en el crecimiento de la Biblioteca de Autores y Temas Ecuatorianos, que, en 1961, a raíz del fallecimiento del P. Aurelio, tomó el nombre de este insigne humanista.
Hoy el sueño del P. Aurelio fructifica en alrededor de medio millón de libros, en la más completa hemeroteca del país, en un museo de arte e historia y en un vasto archivo histórico con cerca de medio millar de documentos.

LA IMPRONTA DEL HUMANISTA
Formado en la mejor tradición de amor a los clásicos, el P. Aurelio destacó desde muy temprano por sus traducciones en verso castellano, entre muchos otros, de Dante Alighieri, Francis Thompson, Shakespeare, Joan Maragall, Sófocles, Horacio y, sobre todo, Virgilio, poeta, este último, que constituyó una de las figuras esenciales de su vida. De sus primeros ejercicios como traductor se conserva su ya citada versión de «El Conde Ugolino», episodio de la Divina Comedia sobre el que (gracias a las investigaciones del bibliógrafo y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua Gustavo Salazar Calle y del filólogo hispano ecuatoriano José María Sanz Acera) hemos podido conocer ―recién en 2021, con motivo del séptimo centenario de la muerte de Dante― que la generalmente conocida no fue la versión definitiva, pues el P. Aurelio continuó puliéndola aun después de publicada; y, además, «¡habían sido hallados 16 versos inéditos ―los últimos del canto XXXII del Infierno― de la traducción aureliana del episodio dantesco del “conde Ugolino”! Versos castellanos que, dejando aparte las tópicas expresiones de humildad del traductor, enriquecen el acervo literario del P. Aurelio Espinosa Pólit, S.J., y consecuentemente la cultura de nuestra nación».


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También en 2021, y gracias al esfuerzo del citado Gustavo Salazar Calle, fue posible contar con el primer volumen ―en dos tomos― de las Obras escogidas ―un proyecto auspiciado por la PUCE que constará de seis volúmenes― del P. Aurelio: El teatro de Sófocles en verso castellano, publicación que, como resalta su editor, es la por más de 60 años añorada tercera edición del valioso trabajo completo del P. Aurelio sobre este poeta clásico griego, tras las dadas a los tórculos en 1959 (Quito) y 1960 (Ciudad de México), hechas en vida del ilustre jesuita quiteño.

A propósito de Sófocles, valga recordar que, en el Quito de 1936, el P. Aurelio llevó a escena, con coros en griego y música de Belisario Peña Ponce, el Edipo en Colono en el marco de un homenaje al viceprovincial de la época, P. Prudencio de Clippeleir. Fue una puesta en escena por todo lo alto que se llevó a cabo en el salón de actos del antiguo Colegio San Gabriel el día 2 de agosto. La decoración del escenario corrió a cargo del P. Jorge Enrique Mesías, S.J., y del artista Juan León Mera Iturralde.
Sin embargo, ya hemos indicado que la gran pasión del P. Aurelio fue la obra del poeta mantuano Publio Virgilio Marón (70-19 a. C.): «Su tío Manuel María Pólit Laso, arzobispo de Quito fue quien inició a su sobrino en los estudios virgilianos, dedicación de toda una vida marcada por dos hitos: el estudio de sus inicios Virgilio. El poeta y su misión providencial (1932) y su traducción definitiva —dada por buena después de al menos ocho versiones anteriores— Virgilio en verso castellano, publicada póstuma en 1961; sus últimos días de vida los dedicó al afanoso trabajo de corregir las artes finales de esta obra, labor que no pudo concluir y que dejó encargada a sus discípulos».

Aquel primer libro de largo aliento sobre Virgilio, el de 1932, se convirtió en un clásico y llegó a lugares tan remotos como Johannesburgo en Sudáfrica. En una carta dirigida a su antiguo profesor de Cambridge, el doctor T.R. Glover, el P. Aurelio comenta: «Desgraciadamente me vi obligado por circunstancias fatales a acortar mi estadía en Cambridge; pero el tiempo que pude permanecer allí ensanchó mi panorama para toda la vida, y eso se debió principalmente a la influencia de Ud. y al ejemplo de sus conferencias altamente inspiradoras. Desearía ahora presentar a Ud. el primer fruto de esa inapreciable influencia, mi primer libro: Virgilio. El Poeta y su Misión Providencial. Más libros sobre Virgilio pueden parecer desvergonzadamente superfluos después de las obras de grandes especialistas. Y eso puede ser verdad en inglés, francés, alemán e italiano; no en español. Se echaba urgentemente de menos una obra seria de amplio alcance sobre el querido poeta. Este es el vacío que he querido llenar»


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Tan intensa actividad intelectual era fruto de una vida austera y disciplinada cuya rutina cotidiana evocó el P. Marco Vinicio Rueda, S.J., alumno y amigo del P. Aurelio: «El padre se levantaba a las 04:00 y sus oraciones estaban terminadas a las 05:30, hora en la que decía la misa, que llegó a ser el centro total de su vida interior. A las 06:00 anotaba los sentimientos del día […]. Desayunaba después y a las 07:30 estaba ya en su primera clase. Y el tiempo más fecundo de producción era las dos horas siguientes. Acostumbrada decir que debía a los estudiantes mucho de su producción […]; el máximo honor era el ser leído por él en clase […]. Solía escribir con un estilógrafo duro. Fuera de ciertas cartas, la máquina de escribir no fue su instrumento»

A MANERA DE CIERRE
Mucho más se podría decir sobre la vida y la copiosa obra del P. Aurelio. De hecho, es preciso confesar que una buena y equilibrada biografía ―que no hagiografía― del P. Aurelio aún no ha sido escrita, menos aún desde el aspecto intelectual. Queda en el tintero su labor al frente de la Universidad Católica, cuyo rectorado asumió apenas fue creada, en 1946, esta entidad de educación superior gracias a la sabia disposición del Dr. José María Velasco Ibarra, quien autorizó la creación de universidades privadas y abolió la sectaria y humillante disposición de los regímenes liberales que obligaba a validar en instituciones fiscales los estudios cursados en colegios católicos; y habría igualmente mucho que decir sobre sus muchas publicaciones de tema religioso y místico ―marcadas, hay que recordarlo, por la espiritualidad preconciliar en la que se desarrolló toda su vida―, desde gruesos volúmenes a decenas de hojas volantes.

Queda también pendiente comentar su inteligente y personal actualización del método de docencia humanística de las prelecciones, heredado de la Ratio studiorum (1599) de los hijos de San Ignacio, que tan abundante fruto dio en la obra literaria del P. Aurelio. Así, igualmente, queda para otro momento su rol como historiador, o perlas como su traducción del «Diálogo de Melos» de Tucídides (Hist. V, 85-113), del que sólo diremos ahora, para excitar la curiosidad del lector, que, como señala Gustavo Salazar Calle, «no es coincidencia que la hiciera tras las pérdidas territoriales del Ecuador frente al Perú en 1942 […], precisamente para ejemplificar cómo quien detenta el poder político y militar siempre se impondrá a cualquier adversario débil, con independencia de a quién acompañe la razón» (Salazar Calle 2022).


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Cuando el P. Aurelio fue al encuentro de Dios el 21 de enero de 1961 dejó un legado que lo consagró como una de las personalidades más importantes en el terreno del humanismo y la cultura ―quizá compartiendo el puesto más eximio en pie de igualdad con Benjamín Carrión, tan diferente al P. Aurelio en vida y planteamientos― en el siglo XX ecuatoriano. Hoy, desde la biblioteca que él fundó y a la que dedicó su vida, nos esforzamos por preservar ese legado suyo frente a la inconsciencia y el olvido, los enemigos más arteros y terribles de la vida cultural de una nación.

Coordinador técnico del Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana
Aurelio Espinosa Pólit (CCBEAEP)

Por: Pablo Rosero Rivadeneira