De vuelta a Babel

La Mesopotamia, que significa “entre ríos”, pues es cruzada de sur a norte por los bíblicos Tigris y Eufrates, cuyos cursos casi paralelos los llevan a desembocar en el Golfo Pérsico, es una de las patrias ancestrales de la humanidad.

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La gran riqueza de los suelos aluviales hizo que, desde hace muchos miles de años, grupos humanos se hayan asentado entre los dos ríos, y tras denodados trabajos, de desecación de las marismas y pantanos que bordeaban las orillas y la eliminación del matorral propio de éstas, lograran desarrollar una agricultura intensiva basada en sistemas de riego y control de inundaciones de gran calado. Esa importante base agrícola sería el eje, durante los milenios por venir, alrededor del cual girarían una serie de culturas, las de los sumerios y caldeos inicialmente, que se organizaban en ciudades estado primero, para dar paso a reinos e imperios más tarde.

La gran Ur de los Caldeos, de la cual la Biblia da cuenta como el punto de partida de uno de los patriarcas bíblicos, Abraham, era, hace 6000 mil años, un centro urbano de primer orden. Sus restos arqueológicos nos han permitido un privilegiado acceso a un mundo pasado de grandeza y de civilización.

Nacen las ciencias y los imperios.

Será en esta tierra antigua donde florezcan las ciencias gemelas de la astronomía, la geometría y las matemáticas, para leer en los cielos los signos para la siembra, y en el suelo los linderos de las parcelas. En estas tierras surgirán los primeros imperios, que impondrán su autoridad en todas direcciones, como el gran imperio asirio, que se extendía hasta el lejano Mediterráneo a través del Fértil Creciente, la tierra cultivable y apta para la agricultura y la ganadería que se extiende de Mesopotamia a Líbano.

Durante los milenios, surgen muchas ciudades que alcanzan la grandeza, para ser borradas de la historia y de la faz de esa dura tierra, como le sucede a la maravillosa capital asiria, Ninive, o a la antigua Babilonia de Nabucodonosor, cerca de la desembocadura de los dos ríos, la del exilio judío que relata la Biblia, la del profeta Isaías, que anuncia la ruina futura de la gran ciudad, que será reclamada por las bestias y las cañas.
La confusión de las lenguas.

Es la tierra de la Torre de Babel, donde, por la insoportable afrenta que dios percibe, por el humano deseo de querer llegar al cielo construyendo una torre, éste Dios, ya desde entonces una vengativa y terrible entidad, para que semejante iniquidad no se cumpla, resuelve confundir las lenguas para que los hombres nunca puedan volver a entenderse entre sí. Ese malvado designio represor de un dios celoso de la capacidad e imaginación de sus criaturas, se repite en múltiples formas y ocasiones, en lo que hoy definiríamos como actos terroristas, como el Diluvio Universal, relato presente en todas las mitologías de la región, recogido también en el Génesis, o la destrucción por la furia divina, de las bíblicas ciudades de Sodoma y Gomorra.

La historia de la Mesopotamia es la narración de conflictos, de grandezas, de civilización y de barbarie, desarrollada en un escenario de miles de años. Se trata de un mundo que está ahí, con los elementos esenciales de lo que es civilización, la ciudad, la escritura, las leyes, la religión y la escuela, desde hace 6 mil años al menos, cuando nada parecido existía en otro sitio, cuando Europa era un enorme bosque desde los Pirineos a los Urales, cuando en China recién se daban los primeros pasos hacia su desarrollo. Tan solo Egipto podía presentar títulos de parecida antigüedad a los de sumerios y caldeos.

De Mesopotamia al actual Irak.

Mesopotamia, que devendría con los tumbos de la historia, en el actual Irak, nunca dejó de ser una tierra conflictiva, y con la difusión del Islam a partir del siglo VI, nuevamente se les confundieron las lenguas, pues al parecer eso es lo que sucede entre sunitas y shiitas, dos corrientes de interpretación islámica, las más seguidas en el mundo musulmán. Irak es el ejemplo perfecto de esa división, que es tan profunda y enconada como lo fuera en su momento la de católicos y protestantes en el mundo europeo.

De hecho, para los creyentes de una u otra de éstas corrientes, su enemistad mayor se la reserva a la contraria, pues los demás seres humanos, o son “infieles” o son paganos, mientras sus contrapartes sectarias, son apóstatas o herejes, categorías mucho más peligrosas y condenables.

La mayoría de la población iraquí es shiita, en torno al 60%, siendo los sunitas el 35%. Con el advenimiento de la independencia del país, dentro de las arbitrarias fronteras que unas miopes autoridades europeas definieron en su momento, esa minoría sunita asumió el papel protagónico en el gobierno, sobre todo a raíz de la toma del poder por Saddam Hussein, quien se apoyó fundamentalmente en la minoría sunita para establecer una dictadura sectaria, que persiguió duramente a la mayoría shiita, sobre todo a partir de la guerra con Irán, a raíz del establecimiento de una teocracia shiita militante, tras la caída del Sha y el ascenso del Ayatollah Khomeini al poder supremo. Automáticamente, para alguien como Saddam, todos los shiitas iraquíes se volvieron sospechosos de ser una quinta columna enemiga, secretamente favorable a Irán, a la que se debía vigilar con particular atención, lo que, en un régimen como el suyo, adquiría ribetes siniestros.

Tras la caída de Saddam, la ascendencia de los sunies en la administración y el ejército, se redujo radicalmente, pues la mayoría shiita se impuso como gobierno, cometiendo el error inverso de excluir a los sunitas de toda forma de participación en la vida pública. Cuando en ese escenario apareció el Estado Islámico, identificado con el sunismo, logró un rápido crecimiento, apoyado en aquella población excluida, reclutando a miles de antiguos soldados del ejército iraquí que habían sido separados de éste por ser sunies. Así se explica la milagrosa capacidad militar que ISIS exhibió desde el inicio de sus acciones, y que la condujo a la conquista de un territorio equivalente al de Gran Bretaña.

La maldición de Babel.

Hoy, Irak está nuevamente desgarrado por luchas intestinas, ahora entre facciones del shiismo. La muy real cercanía que varias milicias mantienen von Irán , está provocando tensiones con el principal líder iraquí actual, Muqtada al Sadr, figura religiosa prestigiosa, que se decanta como un nacionalista, opuesto a una excesiva presencia iraní. Su anuncio de retirarse del legislativo y de la vida política, ha precipitado una crisis de impredecibles consecuencias. Seguidores del clérigo han asaltado el Parlamento, con un saldo de 35 muertos y 270 heridos, muchos de ellos de bala. Nuevamente, la maldición de la Torre de Babel se presenta, confundiendo las lenguas e impidiendo entenderse. Como Ghandi, Muqtada anuncia una huelga de hambre hasta que se detenga la violencia.

Ojalá ese lenguaje sea comprensible.

Dr. Alan Cathey