Un caudillo más

Con la capital de los ecuatorianos sometida a la asfixia económica —y a las puertas también de la energética y alimenticia—, el Estado ecuatoriano se vio obligado, por segunda vez en menos de tres años, a aceptar las exigencias de una minoría que aprendió a conquistar en las calles —y a la fuerza— lo que todavía no logra conquistar en las urnas ni en el cabildeo. Quienes ahora ostentan el poder constitucional en el país, además de disponer de recursos que le pertenecen a toda la población, terminaron ayudando así a su pesar a la consolidación definitiva del supremo líder campesino indígena de la Sierra, Leonidas Iza.

En el último acto de todo el proceso de claudicación del Estado ante la gente de Iza, mal denominado ‘diálogo’, el líder indígena intentó mostrar, desmarcándose de los otros conductores del paro, que es él quien manda. En su discurso de victoria, en su ‘reconquistada’ Casa de la Cultura Ecuatoriana, entre otras cosas agradeció en castellano a las bases, a “la tradición judeo-cristiana”, a su “guardia indígena”, invocó a Dolores Cacuango, mostró devoción a su esposa y enfatizó las privaciones que habían resistido; como quien busca mostrarse viril, conservador y fiel a las tradiciones de su tierra. Todo eso en medio de un frenesí de banderas y cornetas que inflaman cualquier ego.

Finalmente, el movimiento indígena tiene su líder indiscutible. Lástima que se trate de otro macho caudillo, reñido con la institucionalidad, que no permite que ningún otro liderazgo florezca junto a él y, además, abona al regionalismo. Otro más, como si el país no tuviese ya suficientes de esos.