Policías que matan y policías que mueren

Dos policías acaban de morir en el cumplimiento del deber. La primera es la lojana Verónica Songor, tras siete días de aferrarse a la vida luego de ser cobardemente ametrallada en el ataque a la Unidad de Policía Comunitaria que custodiaba. El segundo, el sargento Eduardo Perlaza Cevallos; el agente, con veinte años de experiencia, se batió solo contra cuatro malhechores y frustró un asalto en Santo Domingo, pero las balas de los asesinos reclamaron su vida. No obstante, en una paradoja cruel, pocas horas antes un agente de policía se suicidaba tras acribillar a su pareja en Esmeraldas. Al macabro caso de María Belén Bernal se suma así, al cabo de pocos días, el de otra mujer asesinada por su esposo policía.

La muerte ronda a la institución policial. Unos agentes mueren defendiendo a la comunidad, mientras otros matan a quienes más deberían proteger. Ambas situaciones, aunque aparentemente dispares, conllevan el mismo reto para la institución policial: la rigurosa selección de personal y el cuidado de su salud mental.

La misma Policía Nacional que enfatizó por décadas la necesidad de una relación cercana y cordial con la comunidad debe ahora vérselas con inescrupulosas y sanguinarias organizaciones criminales. ¿Está lista para hacerlo sin caer en la misma depravación de sus adversarios? Por el otro, ¿cuántas mujeres y civiles más deben morir, cuántos delincuentes uniformados más deben caer, antes de que la Policía mire puertas adentro y depure a los psicópatas? Es hora de abordar con fría seriedad al alcoholismo, la violencia intrafamiliar, el abuso sexual y el irresponsable manejo de armas entre su filas.

Es urgente: el país necesita policías en los que pueda confiar.