Israel: una democracia bajo ataque

Desde 1948, las partes enfrentadas en el interminable conflicto de Medio Oriente han intercambiado advertencias, ataques y acusaciones sobre quién tiene la razón o quién obedece a principios más elevados. Setenta y cinco años después, los resultados hablan por sí solos.

El estado de Israel es una democracia sólida; exhibe las saludables fricciones y divisiones propias de todo estado de derecho, al mismo tiempo que su población es dueña de un admirable grado de civismo y solidaridad. Tiene una demografía sana, con una juventud disciplinada y vibrante. Es una potencia científica y tecnológica, con uno de los mejores sistemas educativos del mundo, logrando crecimiento y prosperidad para su pueblo. Con el paso del tiempo, y pese al conflicto humanitario que vive el pueblo palestino a la espera de algún acuerdo que se acerque a “un país, dos estados”, Israel se ha convertido en un faro inspirador, que ha alumbrado para otros países el camino de la educación, innovación y comercio.

Gaza tomó el camino opuesto y comulgó con las más violentas fuerzas de la región. El infame y sorpresivo ataque a poblaciones civiles israelíes, este fin de semana, muestra —en sus métodos inefables, en el desprecio por la vida y por las convenciones internacionales— la verdadera naturaleza de quienes buscan la desaparición del estado de Israel.

La sombra de una guerra a gran escala en Medio Oriente crece, mientras los grupos terroristas auspiciados por Irán empañan el avance en el acuerdo que cocinaba Estados Unidos para normalizar las relaciones entre Arabia Saudita e Israel.

Incluso teniendo a su disposición la mejor tecnología de seguridad e inteligencia del mundo, el ataque sorprendió a Israel durante el último sábado de las ‘grandes fiestas’ judías. Es claro que los conflictos de la política interna israelí lo volvieron vulnerable.

Todo país democrático debe condenar este brutal ataque y abogar por una solución rápida al presente conflicto armado, antes de que escale y cobre más vidas.