Después de la guerra, ¿qué nos ha unido?

Mañana se cumplen 25 años desde la firma del acuerdo que puso fin al conflicto territorial entre Ecuador y Perú. Gracias a esa iniciativa, el país dejó de gastar miles de millones de dólares en armamento y entrenamiento, de destinar valioso capital humano a la contienda y se liberó de la espada de Damocles que significaba el riesgo permanente de guerra.

La mejor prueba de cuán artificial y carente de sentido era aquel conflicto fue la facilidad, casi automática, con la que la paz se consolidó una vez firmada el acta.  Perú se convirtió rápidamente en uno de los mayores socios comerciales del Ecuador y no hubo sector –desde las inversiones hasta el turismo— que no viera un impacto positivo.

Pero la paz generó también un vacío que prevalece. Durante casi seis décadas, una de las pocas causas que unía a todos los ecuatorianos y amalgamaba el espíritu nacional era el deseo de recuperar el territorio que el Perú nos había arrebatado. El país giraba en torno a ese proyecto; se educaba y adoctrinaba a los jóvenes, el Estado se estructuró a partir de ese propósito y el plan nacional de desarrollo apuntaba a ese objetivo.

Una vez firmada la paz, los ecuatorianos no hemos sido capaces de unirnos con igual determinación detrás de un nuevo objetivo, sino que hemos preferido entregarnos a interminables riñas internas. Ojalá supiéramos perseguir la unidad y la prosperidad del país con el mismo ahínco con que buscamos en su momento redimir la derrota de 1941 y que desembocó en la gesta exitosa de 1998.