En el tratamiento de mujeres y hombres en las sociedades tiene profundas raíces históricas y refleja los resultados de antiguas y modernas batallas por alcanzar estándares compatibles con la declaración universal sobre los derechos humanos. Por razones biológicas y sociales, la división familiar del trabajo asignó al sexo masculino la tarea de allegar bienes o ingresos para el sostenimiento familiar.
A las mujeres, el cuidado de los niños y el trabajo doméstico generalmente no remunerado. De ahí derivó un primer ordenamiento jerárquico social que sitúa a los varones en la cúspide del mundo, mientras coloca a las mujeres en condición subordinada.
En esas condiciones, el concepto social para muchas personas es creer, que el trabajo no remunerado en el hogar es indispensable al funcionamiento normal de la sociedad y al bienestar humano: sin embargo, como recae casi invariablemente en las mujeres, limita su rango de elección y sus oportunidades de emprender otras actividades que podrían ser más satisfactorias, puesto que bajo ese concepto se han gestado diferencias abismales en el estatus de hombres y mujeres, y se inició también la larga lucha por acceder a una igualdad de inclusión social que no acaba de llegar por entero. Si bien es cierto, ganar el sufragio y plenos derechos políticos, tales como; el divorcio, el acceso al mercado de trabajo y a derechos sociales básicos, significan grandes avances, su particularidad hoy en día también se consagra dentro de los Derechos Humanos Universales, que se puede también expresar como una esfera humana descuidada.
Y en ese sentido tenemos que reflexionar sobre los avances para configurar los derechos alcanzados, la puesta en escena de la mujer en los diferentes niveles de una sociedad disfrazada de “justa e igualitaria”, que limita conforme sus intereses el estatus de paridad para la superación e inserción de la mujer, al mundo global, contendiendo de manera genérica sobre sus luchas, sus principios y aspiraciones.