Álvaro Peña Flores
Son marcadas las etapas de la historia en que las tendencias del culto al cuerpo y de la moda se imponían como regla general de emulación para comunes mortales frente a referentes famosos. Desde los abdómenes duros, las cirugías plásticas, la moda en peinados y atuendos e inclusive las conductas han sido copiadas con el objetivo de marcar tendencias y estar en la onda de la globalización. Hoy con el desarrollo de la tecnología y sus avatares es muy difícil esquivar este efecto endémico que ha contagiado a todos.
Con el amor excesivo, patológico y egoísta para uno mismo, nace el narcicismo; con el placer como fin último de toda actividad humana surge el hedonismo, y como combinación letal y sin darnos cuenta caímos en el nihilismo, hacer de las actividades narcisistas y hedonistas una nada, un sin sentido a las cosas que se convierten en un círculo vicioso difícil de salir; un estado que se denomina culto al cuerpo, culto al yo, un vacío sin sentido.
No es de extrañar que estas conductas presentes en todas las etapas de la historia, hoy han marcado tendencia en el comportamiento de casi todo ser humano: llamar la atención para que me vean, para agradar y ser reconocido, es una auto lucha, incansable, por cierto, con mi entorno, mi gente, mi espacio, mi mascota, mi yo, frente al mundo, que también batalla la misma guerra por cuantificar el reconocimiento de las personas con la cantidad de likes o seguidores que se obtiene.
Es difícil combatir el éxito efímero que la tecnología y su efecto mediático generan, porque se han convertido en una forma de subsistir y en el negocio hay muchísima gente involucrada que mantiene el sistema y dinamiza la economía; pero quizá con un poco de práctica y deseo, se podría equilibrar la intención y los efectos, la vanidad y la sobriedad, la materialidad y la espiritualidad, ¿Discernirnos hasta qué punto nos hace bien todo esto? O mejor dicho ¿Hasta cuándo?