La política y los millennials

Christian Pérez

Días atrás, la revista Americas Quaterly publicó un interesante artículo denominado ‘Los millennials latinoamericanos quieren reforma, no la revolución’, donde hace una reflexión de la visión política que tiene la generación comprendida entre los 26 hasta los 41 años y que actualmente en América Latina alcanzan unos 155 millones de personas, siendo el grupo con mayores condiciones de influenciar la política y economía de la región.

Este artículo pone énfasis al afirmar que esta generación es menos radical de lo que piensan los mayores, pero su paciencia con la democracia se puede agotar si no se tratan desafíos como la desigualdad, el cambio climático, el antiextrativismo y la corrupción, lo que se evidencio en las últimas movilizaciones juveniles en Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá y México.

Un dato alarmante es que según una encuesta realizada por Latinbarómetro en 2020, el 32% de los millennials de América Latina considera que “no hay diferencia” entre un régimen democrático y uno autoritario. Y esto no es casual. Esta generación ha heredado una estructura política que está en su contra con un sistema partidista regido por caciques políticos, democracias internas inexistentes y alejados de las necesidades reales de la población. No es de alarmarse, entonces, que esta generación vea con buenos ojos a un gobierno de un millennial, Nayib Bukele, cuyo estilo autoritario es validado por una aparente solución mostrada frente a los problemas sociales que azotaban a El Salvador.

La gran pregunta que debemos plantearnos es ¿podría surgir en nuestro país en 2025 un candidato con el perfil de Bukele con probabilidades de ganar las elecciones presidenciales? Sin duda, la ineficiencia e ineficacia del gobierno actual para solucionar las problemáticas de salud, seguridad, empleo, entre otras, ha desencantado, de alguna manera, en los electores y ha generado un sentimiento desfavorable hacia los gobiernos que deben guiarse por los principios democráticos; generando simpatía, en cambio, por las formas y estilos de aquellos que se manejan desde el autoritarismo.