En una sociedad donde los valores están fuertemente enraizados, la integridad moral de sus miembros estaría por encima de cualquier deseo material e inmaterial, porque ello refleja la formación y pensamiento del ser humano; de lo contrario, en sociedades donde la corrupción, la viveza, la astucia, la demagogia campea, la deshonestidad se convierte en una práctica común y normal que es aceptada por aquella sociedad que carece de fundamentos éticos y morales.
En un Estado republicano donde es permitido acceder a la esfera política con el mínimo esfuerzo o requisito, se hace trascendental y valioso contar con altos valores como es la honestidad del individuo, misma que será transmitida a sus conciudadanos para que pueda ser elegido, y así representarlos y dirigir por el mejor camino los destinos esa Nación, generando la confianza y seguridad que se espera de los entes políticos. Al acceder a la Asamblea Nacional, es porque está investido de capacidad, conocimiento y ética, al ser la función donde se genera el ordenamiento legal, lo cual le haría digno de tan alta representación; pero, ¿los ciudadanos de hoy confían en aquellos elegidos?, debemos entender que allá deben ir los mejores seres humanos que tengan la valentía y honor de hacerse a un costado, cuando falta el conocimiento adecuado. Buscar ingresar a empujones, por la ventana, en uso de las trampas, vivezas y compadrazgos hacen que el Estado se degenere, demostrando que estos candidatos no están formados para liderar un espacio social, porque carecen de honestidad política, cualidad que debe tener para con los otros, y consigo mismo, como un alto grado de autoconciencia y coherencia en su pensar y actuar, como lo señaló el gran filósofo Sócrates. Al no valorar la honestidad, seguiremos escogiendo politiqueros que destruyen el Estado y se expanda la corrupción, el delito y la sapada.