El fantasma de las paralizaciones

Juan Francisco Mora

¿Alguien quiere que el país vuelva a paralizarse? Pues yo, no; y francamente creo que nadie lo desea. Entonces, ¿por qué ha vuelto a rondar el fantasma de las paralizaciones en el país?

El fantasma nos ronda nuevamente porque no se cumplen los compromisos que el gobierno asumió luego de la paralización nacional del año anterior. Ya no hablamos de un nuevo pliego de peticiones, lo que exige la diligencia indígena es que la palabra empeñada por el gobierno se haga efectiva.

El recurso de las paralizaciones por protestas sociales históricamente ha sido una herramienta de presión de última instancia para intentar conseguir del gobierno de turno lo que no se pudo conseguir a través del diálogo o del cumplimiento de la Ley.

Claro, sin justificar el uso de ese recurso de fuerza, también hay que reconocer que usualmente los gobiernos no acuden al diálogo real como la primera (y más saludable) forma de construir acuerdos con la población. Así como en otros casos, los protestantes tampoco tienen voluntad de hacerlo.

En ningún gobierno ha faltado el “llamado al diálogo”, aunque en casi ninguno se ha producido un real encuentro de intereses y posiciones en favor del país. Lamentablemente la cultura del diálogo honesto no ha prosperado, dando paso a acciones de fuerza.

Entonces, ¿cómo el país puede evitar que las paralizaciones por protestas sociales afecten a su normal desarrollo y eviten enfrentamientos violentos entre la población?

Pues, bien vendría que los gobernantes de turno prioricen en sus agendas de gestión la comprensión y atención a las reales demandas insatisfechas de la población. Una población con múltiples necesidades básicas insatisfechas es una bomba de tiempo, aquí o en cualquier parte del mundo.

El anuncio de una eventual paralización nacional es un síntoma inconfundible de una población desesperada por respuestas urgentes de su gobierno: por favor, no dejemos que se invoque nuevamente al fantasma de las paralizaciones.