Daniel Ortega es presidente de Nicaragua desde el 10 de enero de 2007, encargándose en este momento en la búsqueda de su cuarto periodo. Sin embargo, no podemos decir que en Nicaragua se ha vivido en democracia, puesto que los mandatos “presidenciales” han estado salpicados de escándalos, que llevaron al país por un camino antidemocrático, hasta convertirlo en una real dictadura; es decir que Nicaragua salió de la dictadura Somocista, para caer estrepitosamente en la dictadura Orteguista.
Hoy el régimen de Ortega ha atropellado a Nicaragua con leyes que atentan contra los derechos y libertades de la colectividad, en un momento en que el régimen ha convocado a supuestas elecciones libres para elegir presidente y viendo que está en duda su cuarto mandato, actúa como un déspota promulgando nuevas leyes sustentadas en supuestos atentados contra el régimen, llevando a la cárcel a cuatro aspirantes a la presidencia acusándolos injustamente como subversivos que ponen en peligro la estabilidad política de la nación.
Está claro que Ortega se encuentra convencido que debe mantenerse con su truculenta obsesión de continuar en el poder, pues considera que se encuentra amenazada su presidencia porque la opinión pública lo considera desde ya como perdedor, siendo por esto que está recurriendo a prácticas deleznables violatorias de principios democráticos, actitud que ya ha sido considerada como un atentado al orden democrático por la Organización de Estados Americanos y el rechazo de algunos presidentes de América y el mundo.
Se considera a esta actitud como una arremetida brutal contra sus opositores y además un ataque al orden constitucional de Nicaragua. Resulta paradójico, que quien luchó junto a los libertadores Sandinistas para derrocar a la dictadura Somocista, hoy puede ser considerado como heredero de aquella cruel y perversa dictadura.
Parecería que en Nicaragua se estuviera fraguando ese pernicioso Socialismo siglo XXI, que tanto daño ha hecho a algunos países de América.