Los enemigos del Presidente

Christian Pérez Escobar

“Hasta mis peores contrincantes saben que soy un pésimo enemigo”, señaló el presidente Daniel Noboa intentando afirmar su fuerza dentro del tablero político. Pero, esta simple frase trae un significado desde la comunicación política que es importante analizarlo.

En efecto, esto me recordó al expolítico canadiense Michael Ignatieff quien sostiene que la democracia sólo prosperará cuando quienes la practican respetan la diferencia entre adversarios y enemigos: “un adversario es alguien a quién quieres derrotar”, mientras que “un enemigo es alguien a quien tienes que destruir”. Dicho de otra manera, el adversario, en el contexto democrático, es quien ayuda al debate para la búsqueda del bienestar social; mientras que el enemigo solo existe en la guerra y es una amenaza para el sostenimiento mismo de la democracia y la sociedad, por lo que debe ser aniquilado.

Pero esta narrativa del Presidente no es únicamente discursiva sino que se verifica en sus acciones políticas, entre ellas: su Vicepresidenta fue neutralizada y desterrada a una zona de guerra para cumplir una “misión de paz”; el hijo de esta fue enviado desproporcionalmente a una cárcel de máxima seguridad por un presunto delito que no reviste tal gravedad; su exministra de Energía y Minas, por él escogida, es denunciada por el presunto delito de paralización de servicio público y traición a la patria; ordenó el asalto a la embajada de México para detener (secuestrar) a Jorge Glas; rompió su alianza política con Construye mediante una misiva acusatoria que hace públicos los acuerdos alcanzados frente a la consulta popular;  entre otros. Sí, es un pésimo enemigo.

En definitiva, el Presidente debe entender que el enemigo es la inseguridad, el desempleo, la falta de medicamentos en los hospitales públicos, entre otros, que están matando a las y los ecuatorianos, y hacia esa lucha debe dirigir todo el poder estatal. El poder que le ha sido delegado tiene límites y reglas, y el desprecio por estas nos lleva a un terreno delicado, donde la política se concibe como una guerra con consecuencias difícilmente reparables.