Despotismo

Freddy Rodríguez

A mediados de 1979, una brisa de optimismo soplaba por América. La oprobiosa dictadura de Anastasio Somoza Debayle, “Tachito”, digno hijo de su déspota padre Anastasio Somoza García, había llegado a su fin en Nicaragua, gracias a la lucha armada de un grupo de jóvenes idealistas del “Frente Sandinista de Liberación Nacional”, liderados por Edén Pastora, Miguel D´Escoto, Violeta Barrios, Tomás Borge, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Daniel Ortega, con el apoyo mayoritario del pueblo que había sufrido décadas de crímenes y corrupción por la dinastía somocista. La revolución tuvo mucha simpatía a nivel internacional, pues se había derrocado a una dictadura infame. Este hecho coincidió con el retorno a la democracia en el Ecuador, y en agosto de aquel año los líderes revolucionarios Edén Pastora, Miguel D´Escoto y Violeta Barrios se pasearon por las calles de Quito en medio de los vítores de la multitud (incluido yo, con apenas 15 años), al haber sido invitados por el Presidente electo Jaime Roldós a la toma de posesión. Entre los líderes del FSLN quizá el menos carismático era Daniel Ortega quien, por esos avatares de la política, se quedó con la presidencia de Nicaragua, lo cual trajo consigo las primeras divergencias en el Frente, que derivaron en la génesis del movimiento contrarrevolucionario liderado, paradójicamente, por el más carismático del grupo: el “Comandante Cero”, Edén Pastora. Con el paso de los años, Ortega ha ejercido la presidencia de su país en varios períodos, y en el actual de la mano (literal) de su Vicepresidenta y cónyuge, la quiromántica Rosario Murillo. En estos últimos días, a pocos meses de las elecciones presidenciales, Daniel Ortega, que dirige los destinos del país con una democracia de “baja intensidad” (otros hablan sin ambages de una dictadura), ha encarcelado a varios opositores, entre ellos cinco posibles candidatos a sucederlo en el cargo, con el pretexto que siempre utilizan los gobernantes que enarbolan proclamas mesiánicas: “son enemigos de la patria y de la revolución”, dice. Ortega, como muchos de su especie, se ha convertido en el verdugo de su pueblo, al que un día dijo haber liberado.