El corazón decide

Ruby Mena Melo

Ruby Mena Melo

Una de las características definitorias del ser humano es que se trata de un animal provisto de capacidad para razonar sobre sus ‘tentaciones’ emocionales, imponiéndose la razón como la base sobre la cual se sustenta su comportamiento en el mundo que se despliega frente a él. Por esto nos consideramos como un animal racional.

Cuando hablamos de impulsividad, nos referimos a la tendencia a reaccionar de forma precipitada o no meditada ante una situación externa, sin pensar sobre las consecuencias a largo plazo. Es la ejecución de una conducta incitada por las emociones sentidas en el momento, lo que lleva a un bajo control sobre dichas acciones y, en muchos casos, a sentimientos de culpa o arrepentimiento.

Los adolescentes no se inclinan a evaluar las consecuencias de sus actos, actuando principalmente por una ‘recompensa’ inmediata. En esta etapa, es importante poder identificar cuándo dichos impulsos desarrollados o normales se vuelven disfuncionales, afectando diversas áreas vitales, para poder trabajar temprano en el problema.

En algunos casos puede presentarse como una condición aislada, mientras que en otros puede ir acompañada de condiciones psicológicas más o menos relacionadas. Otra característica de las personas impulsivas es que tienden a consumir alcohol, drogas o estupefacientes, lo que puede aumentar su agresividad y causar más conflictos a la hora de adaptarse a diferentes situaciones.

Tiene como consecuencia que, ante cualquier error o fracaso resultante de la propia acción apresurada, la persona se sienta incapaz de continuar esforzándose para darle la vuelta a la situación. Este hecho se asocia a la dificultad para tolerar la frustración, la cual se vive como un estímulo difícil que se afronta de forma acelerada mediante una conducta de escape activo. Es decir, este abandono no es más que una nueva expresión de tensión emocional de los desaciertos. 

En conclusión, hablamos de la extroversión y buscar experiencias nuevas; de cuando el corazón decide y el cerebro no justifica.

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