Cultura de paz

Henry Basurto Jimbo

Henry Basurto Jimbo

Los seres humanos estamos llenos de conflictos. Por naturaleza propia, tendemos a estar en constante reyertas, incluso entre nosotros mismos, lo cual se evidencia aún en las cuestiones mínimas que hacemos durante nuestra vida cotidiana. Evitar el conflicto es una cuestión imposible, puesto que, a la vuelta de la esquina, alguien con el pensamiento en Marte podría controvertir nuestro caminar y aún nuestro accionar.

Desde que somos infantes, podemos notar que, aún por las formas y los medios en los cuales se va a llevar a cabo determinado juego, existen los conflictos porque cada quien quiere tener la razón. Es verdad que esa tendencia a buscar el problema y a incendiar los ambientes depende también de los contextos en los que nos encontremos, pero lo que es un patrón en común de quienes se encuentran en disputa es que tienen el ego más alto y buscan delimitar quién es el que lleva la ventaja.

Digo esto porque, para que dos personas se sienten a conversar con el objeto de resolver su controversia, deben tener la intención de buscar una solución a su conflicto. Deben entender que cada una se va a someter a determinada cuestión y que una de las dos partes va a tener que ceder. Esto, en teoría, resulta muy beneficioso, pero todo ello depende de cuán grande es su orgullo para querer tener la razón en todo.

Sin embargo, a criterio de quien emite esta opinión, los seres humanos que han logrado interiorizar los conceptos de paz entienden que la tranquilidad es algo que no se puede comprar, que es un bien preciado; que poseerlo es un privilegio de santos, que vale más un acuerdo seguro, que a una decisión judicial, que como se ve en estos tiempos, la justicia está tan cuestionada que lograr la paz ha quedado en una cuestión entre las partes, que con conocimiento de causa, entienden que son ellos los que deciden el rumbo final de sus litigios.

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