Con los ojos puestos en el Ecuador

Emily Torres Larriva

Emily Torres Larriva

La situación nacional preocupa a los ecuatorianos, nos encontramos en zozobra y miedo, día a día los medios de comunicación nos informan del peligro al que estamos expuestos.

La comunidad internacional ha hecho eco de lo que está ocurriendo puertas adentro, y sin duda, esto también afecta en el ámbito económico, en el turismo, en las inversiones y en la reputación del Ecuador.

Tenemos los ojos puestos, y los órganos de tratados de derechos humanos que están conformados por comités de expertos que inspeccionan el cumplimiento de los tratados internaciones se encuentran alerta ante los atentados suscitados en los últimos meses.

Las violaciones a los derechos humanos en la vida diaria de los ecuatorianos no es novedad, pese a contar con un amplio catálogo normativo, que en teoría ostenta armonía entre la legislación nacional y los tratados internaciones, en la práctica no se cumple.

En el ámbito profesional he podido palpar que víctimas de violencia acuden a instancias internacionales en búsqueda de justicia y reparación, seguí de cerca el caso “Paola Guzmán” la madre de la víctima se encontró con incalculables trabas durante la búsqueda de justicia, su caso llego a la Corte Interamericana de Derechos Humanos en donde se revelaron todas las lesiones físicas, emocionales y legales que tuvo que padecer durante años la madre de una estudiante de Guayaquil que fue violada en un centro educativo. La injerencia e inoperancia del sistema judicial en el Ecuador fue ratificada y el Estado fue condenado a reparar a la madre de la víctima.

Los diferentes órganos de tratados de derechos humanos tienen un papel decisivo en nuestros días porque el derecho a la vida, la igualdad de género, la tortura, entre otros derechos inherentes a las personas, son atropellados a diario.

En teoría el Ecuador es un país garantista de derechos, desde la Constitución hasta los tratados internacionales ratificados ofrecen protección al ser humano indistintamente de sexo, religión, raza, idioma, inclinación política, sin embargo, esta supuesta armonía no se palpa en el diario vivir. Los mismos ciudadanos hemos normalizado la violencia en todas sus clases, los atropellos en espacios públicos, en centros educativos, lugares de trabajo, ni hablar de las masacres ocurridas en las cárceles del país que nos han dejado expuestos a la crítica y horror internacional.

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