Cegados por el fanatismo

Juan Francisco Mora

Se ha vuelto prácticamente imposible conversar, debatir o analizar los problemas del país sin que las posiciones fanáticas saquen lo peor de sí para defender ciegamente a su ídolo político y agredir a quien piensa diferente.

Ahora es tan difícil analizar un problema nacional que nos afecta a todos sin que la discusión termine en que la culpa es de Correa, de Lasso, de Moreno o de cualquier otro político. Mientras, por un lado, estos mismos personajes llegan a acuerdos o hasta tienen objetivos en común, por el otro lado sus fanáticos se despedazan.

Basta una breve revisión de redes sociales, medios de comunicación e incluso cualquier conversación social para identificar la existencia de este fenómeno que tanto daño nos hace como sociedad.  Los arquitectos de los juegos políticos nos enseñaron a odiarnos y a generar rechazo afectivo a quien disiente, como una herramienta para sostenerse o llegar al poder.

A partir de allí, hay pocas posibilidades de construir un diálogo diáfano, bien intencionado y honesto; a la falta de sensatez y argumentos… ¡La culpa es de Correa / Lasso / Moreno / etc.!

Y, por supuesto, lo que continúa luego de esa muletilla es el pugilato de insultos, groserías y amenazas; como que ese intercambio de improperios fuese la mejor forma de sentirse ganadores de la razón absoluta y de la verdad única. ¡Absurdo!

Dialogar, por concepto, es abrir la comprensión al punto de vista del interlocutor a través de una escucha activa y respetuosa. Es intercambiar conceptos, ideas y propuestas para identificar las cosas que tenemos en común. Es, finalmente, procurar construir acuerdos mínimos encontrando lo que es mejor para todos.

Pero no. Cegados por el fanatismo, toda conversación termina anulando el diálogo, rompiendo relaciones y separándonos.  Como comunidad estamos en un punto en el cual ya no podemos,  ni queremos, ni sabemos cómo entendemos para lograr acuerdos que nos permitan solucionar los graves problemas que nos afectan.