Y después del odio ¿qué?

Se firmó la paz. Se limpian calles y se arreglan los daños causados por la invasión a Quito y otras ciudades. No hay ganadores, solo perdedores. Los daños de la paralización suman mil millones de dólares. ¿De qué sirvió la misma cantidad que entregó hace poco el FMI? El tejido social está roto. Se activó el racismo y no solo de blanco mestizos hacia indígenas, sino que ahora es un racismo inverso, de los indios contra todo lo que signifique “mestizos, blancos, ciudad, empresas, emprendimientos, esfuerzo personal y bienes privados”.

Como la amnesia y la ceguera son enfermedades nacionales, pasados unos días, como en octubre de 2019, todo volverá a la rutina. De los que salen a trabajar (3 de cada 7) y de los que se ganan las “chauchas”, los que piden limosna, venden en esquinas y hacen malabares en los semáforos. Los informales extranjeros expectantes de una próxima movilización social para apoyar acciones violentas.

Los indígenas estarán listos para tomarse Quito (pobre capital), maltratándola, dañando espacios públicos, sitiando y amenazando a sus habitantes, en una ciudad sin líderes, con el riesgo real de que Yunda o cualquier otro aventurero de la política dé la sorpresa electoral (¿cuál sorpresa si ya se sabe que la gente se deja llevar por personajes de verbo fácil, reguetón y ecuavóley?).

Por el lado indígena, la propuesta de los diez puntos fue satisfecha casi totalmente por un gobierno que se replegó y cedió, ante la amenaza real de un estallido y una guerra civil de incalculables consecuencias —si alguien sabe de esto es Iza, cuyo proyecto para tomarse el poder sentó bases sólidas y es un peligro para el futuro cercano— en un país desesperanzado, sin propuestas, liderazgos, caminos ni posibilidades que se van diluyendo mientras siguen cayendo los adoquines de la protesta. La consigna de ellos era: “si no nos atienden, les masacramos”.

A la final el único objetivo tangible parecía ser el aumento del subsidio a los combustibles, no la crisis de inseguridad (engrandecida por las hordas de manifestantes que solo querían destruir), la salud o educación, nuevamente relegadas y por más de 200 años.

¿Después del odio y los muertos, qué queda? ¿El asco, la rabia o la desesperación? ¿Quién paga los platos rotos del desastre? ¿Alguien judicializará a indígenas, “infiltrados” y golpistas correístas? Se sabe que esta “asamblea de a perro” se ha convertido en una fábrica de amnistías e impunidad, además de haber sido un laboratorio de conspiraciones e intrigas en los funestos días de un junio violento.