Villanos y anhelos

Para cada época tenemos un villano y un anhelo que nos sostiene. Este momento, el malo es el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS). Se refieren a él como una aberración producto de los delirios de la última constituyente, critican la calidad de sus miembros y, sobre todo, desdeñan su sistema de nombramiento de autoridades. Curiosamente, se ha vuelto incluso socialmente aceptable expresar en público nostalgia por el antiguo sistema de nombramiento de autoridades de control, a cargo del Legislativo, bajo la muletilla de que “al menos los diputados sí tenían representación política”. Al mismo tiempo, paulatinamente se ha construido una leyenda rosa sobre el Congreso Nacional de pasadas décadas, contrastándolo con la supuesta decadencia de la Asamblea Nacional actual.

Revisar los archivos de aquel entonces es un buen ejercicio de ciudadanía. Vale la pena redescubrir cuánto gimoteaban los políticos de oposición y la opinión pública por los nombramientos “politizados” que se originaban en el Congreso. Con la misma sofisticación con que hoy se esgrimen argumentos desde la teoría política para demostrar la perversidad del CPCCS, en aquel entonces se argumentaba que la designación de autoridades tan importantes para la Justicia y el Estado de derecho no podía ser parte del mundanal juego político. El Congreso no era una selecta cofradía de virtuosos oradores —como hoy se cree—, sino una leonera inundada en testosterona en la que las agresiones físicas, las exhibiciones de virilidad exaltada, las venganzas mezquinas y las conspicuas bajezas —como el “Clavijazo”— proliferaban de manera hoy impensable. Y, al igual que ahora, la ciudadanía extrañaba un pasado supuestamente mejor y estaba convencida de estar viviendo una época de decadencia definitiva.

 También resulta tierno revisar la determinación, esperanza y entrega con que —en 1978, 1998 y 2008— se abrazaron las nuevas constituciones. Los argumentos son idénticos a los que hoy se esgrimen para proponer medidas extremas que permitan superar el impase entre el presidente y los legisladores. Ya es momento de ser menos intransigentes con el presente y menos ilusos con los remedios fáciles.