Universidad y región

Pablo Escandón Montenegro

Que un gran edificio de laboratorios universitarios lleve el nombre de uno de los magnates económicos del país es una práctica muy común en universidades estadounidenses donde los donantes, benefactores y miembros del consejo de regentes aportan para que la infraestructura del campus sea constantemente renovada y los estudiantes sean los beneficiados.

¿Por qué lo hacen? Porque son capitalistas y quieren deducir sus grandes ganancias disfrazadas de ayuda educativa, responderán unos. Porque son altruistas y revierten sus ingresos en la comunidad de donde salieron, dirán otros.

Sea cual fuere el motivo de esto, quienes se benefician son los estudiantes, y eso se puede comprobar no solo en la metrópoli, sino simplemente a menos de dos horas de vuelo hacia el norte. En Colombia, tienen este modelo, en donde personas jurídicas y naturales, vinculadas con empresas, cámaras de comercio, industrias y todo el músculo productivo de una zona o región, invierten en la educación, como forma de contrarrestar la violencia, combatir la emigración y generar fuerza intelectual y profesional en sus localidades.

¿Qué modelo de universidad empresarial tenemos aquí en Ecuador? ¿Cuántas cámaras han apostado por la educación de su región? ¿Cuántos empresarios se han unido para generar un circuito de innovación, investigación, educación y vínculo directo con la comunidad y el mercado regional?

Bajo la capa invisible de la academia, aquí las universidades pertenecen a grupos desconectados y, en muchos casos, peleados entre sí, porque los egos de la ‘microacademia’ son inmensos en unas ciudades donde el PhD y sus opiniones son lo más sagrado, pero su vínculo social y productivo es nulo.

La empresa, el comercio y la industria ecuatorianas no se han dado cuenta de que la inversión en educación profesional es su tabla de salvación, porque allí están sus laboratorios de innovación, allí formarán a quienes cambien sus paradigmas y refuercen sus modelos óptimos y transformen los caducos, pero también están allí los humanistas que pensarán en cómo el poder, la economía y el negocio van de la mano con la ética, los derechos humanos y laborales.

Si este modelo de universidad se regara en todo el mundo, no tendríamos localidades sin esperanza para sus jóvenes, pues desde estas instituciones se piensa el desarrollo científico, económico y social de las regiones próximas, para que los profesionales y académicos vean el futuro de su ciudad y su comunidad desde el inicio de sus carreras y no piensen exclusivamente que con ese título podrán irse de la ciudad o del país, porque no logran concretar una visión a diez años de cómo quieren ser ellos en su contexto.

Las reformas universitarias deben, ahora más que nunca, implicar a todos los que han estado por fuera de la universidad, y en las regiones mucho más, porque ellos saben de lo que adolecen.