El octavo círculo del infierno de Dante

Sofía Cordero Ponce

El Condado fue en su momento un barrio residencial que creció alrededor del ‘Quito Tenis y Golf Club’, uno de los más exclusivos de la ciudad. Con el tiempo, y tras la construcción del ‘Condado Shopping’, la zona se volvió más comercial y algunos años más tarde, el Gobierno de la Revolución Ciudadana instaló ahí el edificio de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), otro de los elefantes blancos de la izquierda latinoamericana.

En ese barrio funciona actualmente la cárcel 4 de Quito. Su primer huésped fue la oficial de policía Doris Morán, condenada por la desaparición de los hermanos Restrepo en 1988. Su ingreso en 1994 inauguró la que se convertiría en prisión “de lujo” para delincuentes y criminales poderosos, que han cometido sus delitos desde alguna función pública en el Estado ecuatoriano. Policías, jueces, funcionarios de alto nivel, han pasado por ahí sentenciados por femicidio, delincuencia organizada o corrupción. El día de hoy, tras los casos Metástasis y Purga, su límite de capacidad, que es de 64 personas, ha sido rebasado. Ahora alberga a 66 presos.

En las cárceles comunes como la de Latacunga, la penitenciaría del Litoral, la cárcel de Turi, los presos conviven indistintamente sin una división por niveles de peligrosidad o tipos de delito, al tiempo que comparten condiciones de vida denigrantes y precarias, y una gran vulnerabilidad respecto al sistema de justicia. En ese escenario se levanta la cárcel 4, transportándonos a uno de los nueve círculos que componen el infierno de Dante en ‘La divina comedia’. El octavo círculo está habitado por aquellos que han cedido ante el fraude: estafadores, delincuentes, seductores, aduladores, hechiceros y falsos profetas, políticos corruptos, hipócritas, ladrones. Todos ellos se reúnen en la cárcel 4 para recordarnos que nuestro infierno tiene muchas caras, y dentro de él, no todos somos iguales ante la ley.