Siglo XXI

Vivimos un tiempo que presenta algunas características que nos definen, peligrosamente, como una sociedad desarraigada de ciertos valores. Hoy es común, por ejemplo, pensar en los animales abandonados en las urbes más que en el hambre que pasan millones seres humanos. Se gastan ingentes cantidades de dinero en el bienestar de mascotas y a algunas personas, poco les importa la salud y educación de los niños.

Somos una sociedad que desde un particular existencialismo, ha creado propios e individuales cánones éticos; igual que se declara espiritual, pero no religiosa; lo mismo que niega todo lo que no tiene “entendimiento razonable”, o tal vez lo que le conviene y modula conciencias colectivas, en ocasiones aberrantes para ciertas circunstancias, o francamente globalizadoras, que nos traen extrañas formas de consumismo de mundos livianos y sin fondo.

De hecho los estereotipos sociales se posicionan, a la par que aparecen actitudes de ruptura para de manera “parricida” romper con los viejos cánones sociales.

No hay político que, aspirando a ser electo, olvide los intereses en la llamada fauna urbana de sus electores: millennials y centennials y, desde luego, de los más grandes que por la fuerza de las nuevas generaciones, también se han declarado partidarios de modas y culturas últimas.

Un porcentaje importante de la población mundial prefiere a sus mascotas que a sus congéneres y es actual que ciertas mujeres se declaren sin la vocación de ser madres, o que muchas parejas decidan frente a la responsabilidad y los costos de formar a un hijo, adoptar un animalito para alegrar su soledad.

Varios indigentes se ponen un can al hombro y deambulan por algún semáforo, como estrategia de lograr un poco más de dádivas, por la ternura con que son vistos los sabuesos.

Al parecer hay un desencanto del ser humano por el ser humano, y se encuentra en los animales la posibilidad de no defraudación, de fidelidad eterna e incondicional. Ciertamente la historia de la humanidad es guerra, muertes, violencia, políticos y politiqueros, posesiones territoriales, acuerdos que se desconocen y nuevamente la escalada de odios entre los pueblos, hasta lograr fragmentar el globo terráqueo en cientos de parcelas que llevan nombres propios con sanguinarias historias, llamados países, a los cuales con el solo hecho de ser miembros de la raza humana no podemos ingresar sino con visa a la mano.

En definitiva, la sociedad en la que vivimos es el resultado de los atropellos de los hombres contra sí mismos. Los populismos que cada vez son más frecuentes en los países latinoamericanos son el resultado de la falsedad y la corrupción de tantos gobiernos de infamante recuerdo.

Ojalá se fraguara en cada ser humano esa necesidad de suponer que los demás merecemos lo mismo que buscamos: respeto, dignidad, honestidad en nuestros procederes. De lo contrario, el mundo buscará desbarrancarse por diferentes despeñaderos.