Secuestrados por las mafias

César Ulloa

 Ecuador dejó de ser la isla de paz que tanto nos enorgullecíamos hace décadas, porque la violencia y la inseguridad nos superan todos los días. Tampoco somos la Colombia de los años 90 ni el México actual, sin embargo, al ritmo como avanzan las cosas, todo puede suceder debido a la incapacidad del Estado para tomar el control de su propio territorio; en otras palabras, hay lugares en donde las fuerzas del orden perdieron autoridad, además de tener un sistema de justicia en la peor descomposición a la que hayamos asistido. En este escenario, los ecuatorianos somos valientes porque vivimos a la ‘buena de Dios’. Si algo nos llegara a suceder, no hay a donde acudir. Cada cual se salva como puede.

Esta fotografía es la que deben cambiar las próximas autoridades a la presidencia y la legislatura. Al parecer hay dos tesis claramente definidas: una y que es pública, y que en palabras del candidato a vicepresidente de la Revolución Ciudadana, hay que ‘conversar’ con las bandas y otra, posiblemente, de la mayoría de los candidatos que es la de cortar el nudo gordiano de un solo tajo. Son dos visiones distintas de mirar el país, pues al respecto de estas tesis surgen varias preguntas. ¿Qué se debe ‘conversar’ con las bandas después del terror, las muertes, el estado de alerta permanente en el país? Por el otro lado, ¿cómo va a recuperar el Estado su papel?

Este panorama no es alentador para nadie, pero esto tampoco significa que debamos claudicar, cruzarnos de brazos y naturalizar las muertes violentas, la pérdida de control del territorio y las demás formas de delitos penales alrededor de la violencia y la inseguridad. Por ello, resulta muy importante que se produzca un acuerdo nacional por la paz, la seguridad y en contra del crimen, más aún, si este problema nos afecta a todos, a no ser que haya contubernio entre cierto sector de la política y la economía, pero nadie quisiera imaginar eso. Por tanto, hay que dejar atrás las discusiones estériles y ponernos a trabajar para salvar la casa asediada también por el clima, el desempleo y la inequidad.