Mirando al cielo

Rosalía Arteaga Serrano

Los pueblos antiguos, en su estrecha relación con la naturaleza, debían mirar en su entorno para realizar cualquier actividad, la mayor parte de ellas relacionadas con su economía de subsistencia. Así surgieron los cultos a las divinidades como al sol, a la luna, a la lluvia, por ejemplo, y buena parte del éxito de sus actividades se debía a ese relacionamiento, y a cómo interpretaban los signos que advertían en su derredor.

La lluvia está asociada con la prosperidad, con la productividad, a pesar de que desde la antigüedad también se produjeron catástrofes, algunas de consecuencias globales, según la narración bíblica del diluvio universal o la historia de las Guacamayas de las leyendas cañaris, así como referencias a inundaciones causadas por el desbordamiento de los ríos, ruptura de diques y represas, súbitas corrientes de agua en antiguos canales, etc.

Una de las fuentes más recurridas para la producción de energía es también el agua. Las antiguas y modernas represas que producen energía hidroeléctrica son determinantes para el desarrollo empresarial de los países y para la provisión de energía a las máquinas, así como para el servicio de luz y agua a las ciudades.

Sin embargo, en este siglo, en el que la tecnología ha tenido avances prodigiosos y se solucionan muchos problemas en base a los descubrimientos científicos, parecería que el culto al agua había perdido su fuerza, sobre todo en las ciudades engreídas y aparentemente autosuficientes.

Pero la realidad es otra, seguimos dependiendo, y en gran medida, de lo que la naturaleza nos ofrece. No es nada extraño que, en países como Ecuador, tengamos que mirar al cielo una y otra vez, en búsqueda de las esperadas lluvias para evitar que los cortes de luz sigan frenando el desarrollo.

Así es que a mirar al cielo, en espera de las lluvias que alimenten los ríos, que llenen los embalses, que lleven el agua a las turbinas y que nos traigan la indispensable energía.