Gas natural licuado

Rosalía Arteaga Serrano

Frente a la angustia que el estiaje provoca en el Ecuador, por la falta de agua para que funcionen en su plenitud las centrales hidroeléctricas, se escuchan una serie de sugerencias. Tienen que ver con la planificación y la utilización de alternativas diversas para evitar que el país se paralice o funcione a medias y tengamos que depender de la decisión de los vecinos para la provisión de electricidad.

Y, aunque no pretendo fungir de experta en la materia, me atrevo a hacer algunos comentarios al respecto, en búsqueda de contribuir a encontrar soluciones razonables.

Por supuesto nos inclinamos siempre por la viabilidad de las energías alternativas, que no necesiten usar los combustibles fósiles, y ahí nos preguntamos por qué no hemos sido capaces de desarrollar de mejor manera los campos de energía eólica, los que utilizan la energía solar a través de paneles e inclusive, en un país volcánico como es el Ecuador, la energía geotérmica, que tan buenos resultados da en países como Islandia.

Pero, en fin, también hay que pensar en diversificar las soluciones hidroeléctricas, para que los embalses no se produzcan solo en los ríos de la vertiente oriental y que los de la occidental signifiquen una solución en las épocas de estiaje.

A veces las soluciones que se buscan son las más caras como la importación de energía desde Colombia y ocasionalmente desde el Perú, o las famosas barcazas que significan un parche frente al aluvión de necesidades.

Por ello habría que pensar en proyectos de mayor aliento, como el uso del gas natural licuado. Según se dice hay enormes reservas de gas en el Golfo de Guayaquil y también en los campos residuales de las explotaciones petroleras. Su utilización le ahorraría muchos recursos al erario nacional y no tendríamos que soportar los apagones periódicos en los que nos sumergimos o también el transporte del GNL y su posterior almacenamiento y conducción a la planta de regasificación como se hace en otros países.