Radar estropeado

¿Incompetencia? ¿Perplejidad? ¿Cómo enfrentar al narcotráfico y exigir una perspectiva armada inteligente y una ayuda coherente y neutral desde el ejercicio periodístico? Un radar custodiado por las Fuerzas Armadas queda inutilizado sin que se difundan los nombres de militares y policías responsables, las cárceles siguen bajo control de los reos en pleno Estado de excepción y el líder de los Tiguerones ya está en las calles. Pronto la prensa reporta maltrato en un salón de Carondelet. Mala gestión de la crisis narco-delincuencial, que se inflama con noticias de toneladas de droga, robos y sicariato.

Es que el narcotráfico busca continuar con su expansión entre reveses y un paisaje de impunidades. A la vista, narcoavionetas siguen llegando y es más fácil reconocer que el problema persiste en instituciones armadas y lugares exactos. Este flagelo castiga a los pobres y a barriadas de Los Ríos, Manabí y Guayas. Hasta parece culto humor tropical: una explosión del radar inaugurado en Montecristi a cargo de uniformados en el mismo momento en que la venta de insumos agrícolas se dispara y el contrabando de arroz peruano abruma al campesinado. Con la precisión de un creador de sombreros de paja toquilla, Gobierno y Conaie hipotecan el tejido social que gira alrededor del encarecimiento de combustibles.

La doble injusticia del narcotráfico alude al hecho de que los más pobres terminan en prisiones sin derecho ni a la vida, pero los capos salen libres en contubernio con jueces corruptos; y, en medio de una agricultura en quiebra, con pescadores en el olvido y millares de estudiantes empujados a la deserción, el narcotráfico hace su agosto. Una revelación nada sorpresiva que consta en el libreto de la riqueza acumulada durante el correísmo hacia actores oportunistas: alcaldes, prefectos, gobernadores, directores de hospitales y rectores universitarios. Una conversión de chaqueteros y mafias eficaces, no solo en el rol de benefactores de hambrientos y desempleados sino por dueños de lo acumulado y la picardía del narcolavado y toda esa apoteosis del crimen solapado.

Vale dejarlo por escrito y entre comillas: ‘el diálogo se practica con quien tiene criterio. No con quien repite muletillas’. De ahí, la prensa indagadora que erige el criterio, abre la libertad de la palabra y crea opinión pública; sea de políticos farsantes, narcos y traficantes de armas y del dinero sucio. ¡Basta ya del discurso de hipocresías y feriados, liderazgos amorfos, radares averiados y mediocres golpistas!