Putin, el patriarca

Gabriel García Márquez publicó ‘El otoño del patriarca’ en 1975. Con el tiempo, la novela se convirtió en la obra más estudiada del autor. Se trata de una novela experimental, que rompe toda norma lingüística, que navega entre lo posible y lo inverosímil mientras analiza la figura del dictador, del caudillo, del patriarca. Además, utiliza una narración circular, en la cual parece que el tiempo no transcurre; cuando realmente ha transcurrido una eternidad.

Ese recurso del tiempo es lo que mantiene y mantendrá vigente a El otoño del patriarca. La novela es una perturbadora radiografía del poder. Se concentra en ese líder que asume un rol patriarcal que premia y castiga a su pueblo.

Tras terminar mi estudio sobre esta obra me fue imposible no establecer similitudes con Vladímir Putin. El ruso, al igual que el patriarca de la novela, procede de un origen humilde. Putin vivió la escasez de la posguerra y, a diferencia del patriarca, encontró en la academia la posibilidad de salir adelante.

Aunque recibió el título de abogado, el Estado ruso lo reclutó para la KGB. En esas filas forjó su talante frío, calculador y supremamente nacionalista. En 1991 inició su carrera política. Desde 1999, cuando asumió la jefatura del gobierno, no se ha desprendido del poder. Y aunque, en la esfera internacional Putin es visto como una figura sin escrúpulos, un violador de los derechos humanos; puertas adentro es el patriarca de Rusia. Es el padre que ha consolidado y mantenido el proyecto de unidad nacional forjado desde la Revolución Bolchevique. Es el padre al que sus hijos temen desobedecer.

Al igual que el patriarca de García Márquez, Putin ha anulado a sus detractores. Se mantiene como el político más influyente desde la Guerra Fría. Mete sus narices en donde no lo llaman. Sus enemigos le temen y seguramente sus amigos también. Pero, aún así, Rusia se sentiría huérfana sin él.