Sin bibliotecas no compartimos

Vivimos en un país donde la lectura no es importante, donde no hay planes ni motivación para la lectura, pero sí existen ferias ocasionales donde los amigos se ven una vez al año y hacen negocio entre ellos.

Vivimos en un país donde las universidades no forman editores, pues las carreras de comunicación sacan periodistas, publicistas, creadores audiovisuales, comunity managers y comunicadores corporativos, pero se olvidan que la propia biblioteca de su universidad requiere profesionales para esos espacios.

Vivimos en un país donde la mayoría de librerías no generan relacionamiento con los nuevos lectores ni combinan las demás artes para motivar la lectura y hacer saltos entre música, libros, baile, pintura, porque el negocio es solo vender libros que salen comercialmente.

¿Y las bibliotecas?

Vivimos en un país donde las bibliotecas no existen. Es decir, están allí, pero no existen. La existencia es movimiento, sensaciones y actividad. Nuestras bibliotecas son solo bodegas a donde los usuarios van por necesidad obligada.

Los varios ministerios del ramo, digo ministerios porque con cada administración y ministro o ministra, los planes de fomento a la lectura solamente han consistido en: competir con editoriales por publicar autores pero no vender los libros, publicar a los amigos y entregar los libros en escuelas fiscales, mostrar en ferias los libros publicados y nunca saber dónde se pueden conseguir los libros…

La ausencia de actividades y programas de lectura por parte del gobierno central y de su biblioteca nacional no es pretexto para que los municipios no puedan tomar las riendas de un verdadero programa de motivación a la lectura. Allí radica un elemento importante, pues los municipios deben conocer mejor sus localidades y saber qué hacer con los ciudadanos para motivar la lectura.

La famosa campaña del libro y la lectura es una marca personal que nunca se articuló con los centros culturales ni las bibliotecas.

En las pocas bibliotecas no hay familias que se diviertan, no hay niños que jueguen con sus héroes de los cuentos, no hay adolescentes que lean cómics; solo seriedad y solemnidad.

En el Ecuador no hay bibliotecas, porque si existieran, tendrían que ser espacios divertidos y entretenidos donde la gente se encuentre no para comprar sino para compartir, algo que las librerías en los centros comerciales no hacen.