Políticos y politiqueros

En nuestro país, han sucedido hechos de interés colectivo que llevan a  la opinión pública a emitir criterios que van desde la incredulidad hasta la indignación ciudadana. Son tantos, que no alcanza este espacio para reseñarlos; casi a diario se producen, con una periodicidad digna de mejor causa.

La atmósfera de la política partidista se halla contaminada. Cuando el “toma y daca” carece de funcionalidad, se produce el enojo de los compadres y allí surgen acusaciones mutuas que degeneran en insultos, frecuentemente. En esas condiciones, es difícil saber dónde se localiza la verdad, debido a la confusión y estrategias de los bandos en pugna, que envuelven al pandemónium.

Desde hace mucho tiempo, se habla del “hombre del maletín” que ronda especialmente los pasillos legislativos para comprar conciencias, con el fin de alcanzar mayorías. Este sujeto, anónimo para la generalidad pero muy conocido por quienes reciben las coimas, es representación gráfica de la corrupción tan latente y preocupante, sumamente difícil de erradicar. Se menciona, asimismo, a este oscuro personaje como el intermediario para que jugosos contratos hayan salido direccionados, algunos descubiertos y, sus protagonistas, pocos, sancionados por la justicia.

El político capaz, honesto, genuinamente patriota, que busca el bien común, escasea cada vez más. Su extinción da paso al politiquero, individuo sin escrúpulos, que tiene como caballo de batalla al embuste consuetudinario y al cinismo como escudo, para alcanzar beneficios económicos y otras ventajas mal habidas, de beneficio personal; no obstante, se llena la boca con la palabra pueblo, al que en realidad engaña y sacrifica.

Las diferencias entre políticos y politiqueros son muy notorias. Corresponde  a los electores saber diferenciarlos a tiempo, para que luego no existan lamentaciones tardías.