Política de medio pelo

Alfonso Espín Mosquera

Por las llanuras de Loira, en pleno corazón de Francia, por donde va el bus que nos transporta de París a Burdeos, un reloj colocado justamente al frente de los pasajeros marca las 18h30 y cada vez que lo veo descuento seis horas para imaginar la vida de Quito, en otro uso horario.

Por aquí ya ha oscurecido totalmente porque el otoño, el mismo que deshoja los árboles hasta dejarlos en plena calvicie, no permite el sol sino hasta la cinco máximo, como desquitándose del verano que permisivamente deja al sol en libertad hasta casi la media noche.

Los paisajes son lindos: extensas llanuras verdes, uniformemente manifiestas, con escasas florestas a los lados; una que otra casita inmóvil en medio pastizal y un frío que hiela, pero que a pesar de los 5 o 6 grados centígrados en los que oscila en estas épocas, termina siendo benévolo porque no hay viento y eso le quita aspereza y le hace menos inclemente.

Imagino la eterna primavera de Quito; saboreo la gastronomía lentamente mientras pienso también que la Tierra nunca duerme, que siempre en algún lugar del mundo los hombres están laborando.

De vez en cuando se me viene a la mente que por acá puedo caminar sin problema, que he olvidado que no hay que estar alterados, con temor cuidándose de los delincuentes que pululan en las calles, que en los noticieros no se hablan de crímenes, que no hay que enterarse de algún nuevo sicariato y no es que Europa sea perfecta. No, también aquí se ven necesidades, un costo muy alto de la vida y pocos recursos naturales, a diferencia de los que tenemos en nuestros pueblos Latinoamericanos.

Ciertamente indigna sabernos llenos de bondades que la naturaleza nos ha prodigado y, a la vez, de políticos sin preparación, desvergonzados e inmorales, listos a festinarse cualquier asignación económica, a pactar sobreprecios, a buscar la fama como norte vanidoso de sus vidas perversas que no conocen límite ni ética.

Seguro ahora estarán frotándose las manos los nuevos candidatos a las elecciones seccionales, prontos a ganar y cuadrarse algún negociado que les cambie la vida a ellos y sus próximas generaciones; a lo fijo habrán pactado con cualquiera, sin importar la ideología, para asegurarse algo, porque el quehacer político en el Ecuador y América entera se ha convertido en una suerte de trincas que a los electores nos ha quitado toda esperanza. Nos ha frustrado al punto que para una gran mayoría los sufragios se convierten en la obligación de hacerse del carné de votación para no inhabilitarnos de algún trámite importante.

Lo deseable y necesario es que se pare definitivamente de esta forma corrupta de ejercer la política, que quien quiera ejercer el cargo público entienda la actitud de servidor que debe tener, que hay que vivir del sueldo y no de la trinca, pero estas cosas parecen ideales irrealizables en el presente, mas si no se ponen en marcha terminaremos, en lo que ya ha iniciado: la pauperización de la población y la precariedad de la nación en todo sentido.